Columna de Pablo Ortúzar: El verano invencible de David Lynch

Columna de Pablo Ortúzar: El verano invencible de David Lynch

Esta columna podría haber sido sobre el terrible desenlace que parece demandar, de acuerdo a normas constitucionales lógicas, la chambonada gubernamental relativa a la compra de la antigua casa del Presidente Salvador Allende: el final denigrante y empapado en absurdo de las carreras políticas de su hija mayor, la senadora Isabel Allende, y de la ministra Maya Fernández, única descendiente de su fallecida hija menor y favorita, Beatriz “Tati” Allende. Como si esa familia, marcada por la tragedia y la muerte, tuviera espaldas para soportar ahora también el ridículo gracias a la voluntad lisonjera mal ejecutada de una generación de estetas y pícaros.

Otra opción era dedicar este espacio al caso Democracia Viva, que no termina de morir, sino que se obstina en volver a la palestra, tanto como la diputada y antaño presidenta de Revolución Democrática, Catalina Pérez, insistió en volver a su partido luego de ser suspendida. Los nuevos chats entre ella y su supuesta expareja dados a conocer por la prensa son, por lo bajo, canallescos e indignantes. Habría sido difícil elegir un título para esa columna: “Robarlo todo”, “Ambientación exquisita” o “La teoría del choreo”. Habrá que dejarlo para más adelante o como parte de un tratado sobre las estructuras elementales de lo zafio.

Finalmente, una alternativa obvia era abordar la batalla campal por el acuerdo en materia previsional. Republicanos et alii siguiendo la ruta antigua de los frenteamplistas perversos, criticándolo todo, yéndose a la cochiguagua de los avances logrados con capitales políticos ajenos y balcanizando a su propio sector mediante luchas ultronas sin fin, donde cada nueva facción acusa de entreguismo, amarillismo y acuerdismo a la anterior. Todo esto con la diputada comunista Carmen Hertz de fondo compitiendo con Johannes Kaiser y manguereándole un ya humilde asado a la ministra Jeannette Jara, de su propio partido (otrora disciplinado). Sería un artículo dedicado a los troskos de todos los partidos. Quizás también parte del tratado, como capítulo ubicado entre la biografía política de Maite Orsini y el tractatus lógico-pedagógico del ministro Cataldo.

Pero decidí no escribir sobre nada de eso. Y es que este miércoles 15 de enero, en una California golpeada por infernales incendios en la mitad del invierno, murió el director de cine David Lynch a los 78 años, afectado por un enfisema pulmonar ocasionado por su larga afición al tabaco. Y creo que este hecho no sólo es más importante que los mencionados anteriormente, sino que, a diferencia de ellos, nos permite hablar de la capacidad de grandeza, generosidad e infinito que posee cada ser humano. Algo fundamental en una época que parece sólo sumar sombras sobre sombras.

Nuestro presente está dominado por las series. La edad dorada del cine de películas parece haber quedado atrás, y Lynch fue uno de los últimos grandes maestros. Tal como remarcó Steven Spielberg, películas como Mulholland Drive, El hombre elefante o Terciopelo Azul ya resistieron el paso del tiempo y se integraron al canon histórico. Pero hay algo más en Lynch, un elemento místico y visionario, una calidad humana especial, excepcional, que informa su obra, llena de caridad y asombro por lo cotidiano. Un mensaje que aparece condensado y simplificado en The Straight Story, un relato excepcionalmente lineal -como sugiere el título- que relata la historia verídica y conmovedora de un anciano de apellido Straight que, impedido para conducir autos, viaja de un estado a otro dentro de Estados Unidos en una máquina de cortar pasto para hacer las paces con su hermano.

Y es que Lynch logra realizar el deseo que Jack Kerouac persiguió hasta la perdición y la muerte. Encontrar lo santo, lo beatífico y lo infinito en lo cotidiano. Explorar el mal y la locura con la convicción, también presente en Albert Camus, de que el verano es invencible. De hecho, en unas de sus filmaciones meteorológicas durante la pandemia, diseñadas para transmitir paz en tiempos nefastos, aparece con anteojos oscuros y afirma que se los ha puesto porque ha visto el futuro y es brillante. “Mi vida está llena, porque sé que soy amado”, dice Joseph Merrick. Adiós y gracias, David Lynch.

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LaTercera.com

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