Columna de Pablo Ortúzar: Me voy de Chile
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Columna de Pablo Ortúzar: Me voy de Chile
La instalación y el crecimiento de grandes bandas del crimen organizado no es algo exclusivo de Chile. Es, desde hace tiempo, un fenómeno mundial, que, por ejemplo, Moisés Naím advirtió correctamente en sus libros Ilícito (2005) y El fin del poder (2013). Los mercados ilegales, al no estar protegidos ni regulados por las leyes estatales, realmente no tienen fronteras. Las bandas criminales son empresas globales capaces de aprovechar todos los adelantos tecnológicos y logísticos sin limitación alguna. Sus desafíos, en tanto, son el contrabando, el blanqueo de dinero y el control de las rutas y zonas de distribución. Estas bandas han logrado cada vez mayores niveles de sofisticación, capacidad de control y grados de violencia. Y todo esto también significa que los trastornos en el ámbito de la droga en cualquier punto del planeta tienen efectos a nivel mundial.
Los últimos cinco años han visto al menos tres fenómenos relevantes ocurrir en el mercado global de la droga: uno ha sido la sobreproducción cocalera en América Latina, impulsada, entre otros factores, por el daño que el cambio climático, que no afecta especialmente a la hoja de coca, ha generado a cultivos como el café, el chocolate y la caña de azúcar. Otro fenómeno ha sido la aceleración y mayor consolidación de la industria de las drogas sintéticas, particularmente en Estados Unidos (fentanilo) y algunas zonas de Europa y África (tramadol). El tercer fenómeno es la efectiva guerra del régimen talibán en Afganistán contra la industria de la heroína en ese país, que era la mayor del mundo hasta 2023 (siendo sobrepasado entonces por Myanmar).
Producto de este escenario han ardido más que los campos de amapolas. La alteración de las líneas de suministro ha afectado la estabilidad de los mercados de la droga, dando paso a disputas por el control de zonas y enclaves estratégicos entre distintas bandas. En Europa la situación en Holanda, Bélgica y Suecia se ha vuelto particularmente inestable y peligrosa. En 2022, Holanda tuvo que poner bajo protección especial al primer ministro, Mark Rutte, así como a la Princesa Amalia de Orange, debido a potenciales amenazas desde el crimen organizado. En tanto, ese mismo año en Bélgica el ministro de Justicia fue puesto bajo protección policial al descubrirse un plan de secuestro narco en su contra. Amberes y Rotterdam son los principales puertos de entrada de droga a Europa occidental. En Suecia, finalmente, en 2023 hubo 124 atentados explosivos y murieron 36 personas a tiros en disputas territoriales entre narcos. Y el país, tan idealizado en Chile, se ha convertido en un exportador de sicarios hacia el resto de Europa, los que vienen principalmente desde Malmö.
La falta de suministro de heroína y la presión económica por disputas territoriales ha incentivado también una alteración del producto que llega a las calles, generando una epidemia de muertes entre drogadictos a lo largo de Europa, así como distintos hechos de violencia protagonizados por drogadictos descompensados por cambiar de droga o no poder acceder a ellas. A su vez, las drogas químicas y la cocaína han avanzado en los mercados donde la heroína ha decaído. En algunas ciudades estadounidenses el abuso de fentanilo, proveniente de México y China, se ha convertido en un problema de primera prioridad. En América del Sur, por su parte, la lucha narco se ha concentrado en los puertos que permitan embarcar el producto hacia Europa, México, Panamá y Estados Unidos. Y Chile, en ese contexto, tiene innegable importancia estratégica, además de ser un país que se ha movido hacia altos niveles de consumo. En 2023, la ONU catalogó el puerto de San Antonio como un punto neurálgico en el mercado de la droga mundial. Arica le sigue los pasos.
Es sólo en este marco global que los tristes fenómenos que experimenta Chile pueden ser mejor comprendidos. La cosa está mala en todos lados, y lo que podamos hacer depende mucho de entender bien lo que enfrentamos y mitigar sus efectos de forma pragmática. Es una mala noticia para los privilegiados que amenazan con irse de Chile mandando cartas al diario: no hay dónde esconderse, y si no dan la pelea en su país, la tendrán que dar en otro.
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