Columna de Rafael Sousa: Pensiones: los riesgos del desacuerdo
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Columna de Rafael Sousa: Pensiones: los riesgos del desacuerdo
La posibilidad de que el Senado apruebe una reforma en pensiones ha reinstalado la discusión sobre el valor de los acuerdos. Unos los miran con nostalgia, como símbolo de los años de oro que cerraron el siglo XX. Otros con desprecio, como ausencia de coraje. Entremedio, la ciudadanía parece valorarlos (eso dicen varias encuestas), aunque sospecho que esa valoración es más bien abstracta, una adhesión que se debilita ante la inminencia de ceder. Como sea, el hecho que los partidos en los extremos rindieran bajo lo esperado en las últimas elecciones, ha generado una velada complicidad entre actores de centroizquierda y centroderecha, más notoria en el Senado, quienes en el diálogo parecen expiar la falta de haber abandonado la pureza ideológica, intentando liberar sus conciencias del juicio de los extremos.
En esto, se ha instalado la discusión sobre si los acuerdos tienen un valor intrínseco o solo relativo a su resultado. Parte de la respuesta es obvia: no puede ser bueno uno que lleve a malas políticas públicas. Si la intención de acordar es para unos colgarse la medalla de reformar el sistema de pensiones y para otros despejar un asunto molesto, pensando que en algo más de un año estarán gobernando, este proceso sería una gran irresponsabilidad. Pero ese incentivo ha existido antes y, de lado y lado, se ha hecho notar la necesidad de introducir cambios al sistema, sin que los acuerdos hayan llegado. Por eso, el acercamiento que han logrado actores de distinto signo, pese a su componente de cálculo político, no merece ser reducido a eso.
Los acuerdos pueden tener distintas raíces. Una es la necesidad, aquello que una parte acepta presionada por las circunstancias, como parte de la derecha con el proceso constitucional. Otra es la conveniencia, el interés propio, contracara de un tercer tipo, los motivados por la convicción, cuya apariencia de nobleza esconde la inflexibilidad, reduciendo sus posibilidades de materialización. Hay una cuarta categoría, los acuerdos que nacen de la prudencia, donde los actores ven la necesidad antes de que exista, tomando decisiones cuando las opciones aun no han sido estrechadas por el conflicto. Considerando el perfil de quienes están impulsando el acuerdo en pensiones, la historia de esta fallida reforma y su incidencia en el malestar social, probablemente estemos presenciando una sana convergencia de incentivos basados en la conveniencia y en la prudencia, que no debiera desaprovecharse.
Descontando que existen observaciones de buena fe a la reforma en discusión, quienes solo se conforman con un tipo puro de sistema de pensiones -cualquiera sea- en la práctica están esperando que llegue la necesidad o alguna mayoría parlamentaria decisiva. Cualquiera de los dos escenarios es peor que el actual, entre otras cosas, porque un nuevo fracaso después de haber tenido el acuerdo a la mano no sería neutral. Como señaló Tocqueville, el orden que se quiere modificar es más insoportable cuando el cambio parece posible.
Por Rafael Sousa, socio en ICC Crisis, profesor de la Facultad de Comunicación y Letras UDP
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