Del sueño de ser futbolista al infierno del consumo: la historia de Jonathan Castillo y su lucha contra las adicciones en Del otro lado
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Del sueño de ser futbolista al infierno del consumo: la historia de Jonathan Castillo y su lucha contra las adicciones en Del otro lado
En el ciclo de entrevistas de Infobae, reveló cómo las drogas destruyeron su vida y lo llevaron a situaciones extremas. Después de tocar fondo, tomó la decisión de internarse y superar la abstinencia con el respaldo de profesionales. Actualmente, se forma como operador socioterapéutico para ayudar a otros y transformar su experiencia en un mensaje inspirador
Jonathan Castillo enfrentó un camino lleno de desafíos y transformaciones. Proviene de una familia humilde y creció como el mayor de siete hermanos en un entorno de dificultades económicas. Nació en La Boca y vivió en la villa conocida como El Arroyo de las Piedras y en el barrio La Matera, ambas en el partido bonaerense de Quilmes. Aunque su infancia estuvo marcada por las necesidades, sus padres siempre priorizaron la educación y el deporte como herramientas para salir adelante. Desde muy joven, mostró talento para el fútbol y llegó a jugar en las inferiores de Independiente. Sin embargo, la vida lo llevó por un camino distinto al que había soñado.
Atravesó una profunda crisis personal cuando su novia, 10 años mayor que él, lo dejó. Sin embargo, poco tiempo después regresó a su vida para presentarle a su hija mayor. Afligido por la frustración, su mejor momento futbolístico se desvaneció rápidamente, convirtiéndose en un recuerdo. Comenzó con el consumo de marihuana y alcohol de manera ocasional junto a sus amigos, pero pronto se transformó en una adicción que marcó un giro en su vida.
A los 25 años, trabajando en un frigorífico, conoció lo que era la cocaína. Se la ofrecían sus jefes para soportar las largas jornadas laborales y poder estar en actividad más de 10 horas. El punto de inflexión en su vida llegó luego de una persecución policial a la salida de un búnker de drogas. Hacía 10 días que no comía y le confesó a una amiga que lo refugió: “Me voy a internar porque siento que me voy a morir”.
Pidió ayuda en el Sedronar, obtuvo una beca y se internó en la Fundación Creer es Crear. Allí comenzó un tratamiento en el que lleva 14 meses y le permitió reconstruir su vida desde las cenizas, de a un día a la vez. Esta es su historia de superación.
Luis: — ¿Cómo te presentarías?
Jonathan: — Soy Jonathan Ariel Castillo, un adicto en recuperación.
Luis: — ¿Qué te pasa cuando te escuchas decir: “Soy un adicto en recuperación”?
Jonathan: — Uno a veces está en negación y no registra que tiene una enfermedad. Esta enfermedad es de las actitudes y de las emociones. Uno siempre está en la negación de decir: “Entró solo va a salir solo”, pero no. Es imposible salir solo del consumo. Tiene que haber un proyecto, un conjunto, un equipo terapéutico que te guíe y te cuiden, como me pasó a mí. Creo que la base de todo también es que te enseñan a creer en vos. Los adictos somos capaces de reprimir nuestros sentimientos, nos cuesta poner en palabras todo aquello que vivimos en nuestra infancia, adolescencia o las frustraciones como la que yo tuve a nivel deportivo, que me fui cerrando y no pude ponerlo en palabra con mi familia. Yo vengo de una familia donde me inculcaron valores, respeto, humildad, honestidad, pero uno lo va perdiendo eso con el consumo.
Luis: — ¿Cuándo fue la primera vez que consumiste?
Jonathan: — Arranqué el consumo social con unos amigos de mi barrio en un boliche. Empecé con marihuana y seguí con consumo de alcohol, que hoy se ve mucho eso.
Luis: — ¿A qué edad?
Jonathan: — Entre los 19 y 21 años. Después conocí las drogas duras a los 24 o 25 años.
Luis: — ¿Cómo empezás con el fútbol?
Jonathan: — Arranqué a los 5 años, en un club de barrio, en un potrero. Después a los 7 y 8 años empecé a jugar baby fútbol en varios lugares y a los 9 años se presenta la posibilidad de ir a una prueba para jugar en Independiente, que iniciaba la categoría 9na. Entré en los últimos cinco minutos del partido y fui elegido. Llegué a jugar 10 partidos por fines de semana durante 12 años. De la camada mía nadie llegó a jugar eso.
Luis: — Eras bueno...
Jonathan: — En la mayoría de los clubes salí campeón. En Juventud Unida todavía no pueden romper ese récord. Salimos campeones 6 años consecutivos.
Luis: — Podrías haber llegado a Primera y hacer una carrera profesional para vivir.
Jonathan: — Sí.
Luis: — ¿Por qué dejaste el fútbol?
Jonathan: — A los 13 años me enamoré de una chica mayor que yo. Nos criamos en una familia en la que éramos como primos, pero en realidad no somos nada. Mi papá es proveniente de Paraguay, vino de muy chico, y la familia de ella también. Nos enamoramos, pero como las edades eran muy desparejas era sabido que nuestros papás no iban a estar de acuerdo. Ella queda embarazada de mi primera hija, que hoy tiene 23 años y se está por recibir de policía en la Policía de la Ciudad. Yo no la vi por dos años y ella volvió y me dijo que la nena era mi hija. Ella ya tenía otra pareja y yo quedé en una nebulosa porque tenía 15 años y estaba en mi mejor momento deportivo.
Luis: — ¿Qué pasó con el consumo cuando fueron pasando los años?
Jonathan: — Yo a la cocaína la conocí en el laburo, en un frigorífico que te la daban para que vos puedas trabajar más de 10 horas. El jefe nos ofrecía y después dependía de vos si querías o no. Una vuelta me corté el brazo y me sangraba. Les dije que iba a dejar de trabajar por ese día y me dicen: “Andá a enfermería”. Yo pensé que era una enfermería real, pero para ellos era un lugar en donde se consumía. Cuando llego estaba un tipo con un plato con cocaína y me ofreció. Para no ser menos, consumí.
Luis: — ¿Después vinieron otras drogas?
Jonathan: — Sí. He consumido todo tipo de pastillas, éxtasis y pasta base. Después llega un momento en el que la cocaína y la pasta base ya no te hacen nada y empezás a cocinar crack. Andaba con la cuchara y la pipa para todos lados. Con plata, se consigue consumo en todos lados.
Luis: — ¿Qué llegaste a hacer drogado?
Jonathan: — He robado con arma de fuego. La droga me llevó a instancias de estar en búnkers, vendiendo droga, manejar la seguridad de los narcos paraguayos y peruanos. He pasado por un lugar que se llamaba La Matera, que le decíamos Walking Dead, el mundo de los muertos. Vi cosas muy feas que no se las deseo a nadie. En el búnker es donde está la droga, se fracciona y se distribuye a los diferentes vendedores, que la mayoría son todos adolescentes y mujeres que están dentro del consumo. Se usa a los chicos como chivo expiatorio porque entran a una comisaría y salen por la otra puerta. Tardan en judicializar los casos, tienen que caer muchas veces para que eso ocurra.
Luis: — ¿Alguna vez pusiste tu vida o la de otro en peligro por la droga?
Jonathan: — Sí, lamentablemente sí.
Luis: — ¿Alguna vez mataste a alguien?
Jonathan: — No, pero estuve a punto de hacerlo porque estaba en juego mi vida. Saqué a chicas que por el consumo las tenían presas ahí para que vendan y se prostituyan. Las chicas y, algunos chicos también, cuando están en consumo venden su cuerpo porque no tienen otra. Incluso he llegado a vender mi cuerpo también porque uno no se prostituye solo corporalmente sino que se prostituye cuando está con el que tiene el poder, las armas y el que tiene el consumo. Estás al lado de él para aguantar todo solamente por una dosis más. Aguantas y caes en lo más bajo. La droga te lleva a caer en lo más bajo del ser humano.
Luis: — ¿Qué es lo más bajo que hiciste?
Jonathan: — Lo más bajo que yo pude haber caído es haberle robado a mi familia, haber sacado la plata de la comida a mis hijos, que yo siempre fui un padre presente en todo, incluso estando en consumo. Cuando uno está en consumo problemático no se quiere a uno mismo y no quiere a las personas que lo rodean.
Luis: — ¿Qué perdiste en esos años?
Jonathan: — Perdí muchas cosas. He perdido 15 años de matrimonio con la madre de mis hijos, que ha pasado muchas cosas feas por mí.
Luis: — ¿Cuántos hijos tenés?
Jonathan: — Yo tengo a Jazmín de 23, Alex de 18, que es el hijo de mi pareja y después con ella tengo cuatro.
Luis: — ¿Alguna vez un hijo tuyo te vio consumir?
Jonathan: — Sí. Ahí es cuando uno hace clic y se arrepiente porque estando en consumo no lo registras. Mi hijo me dijo pasé por la plaza y sentí el mismo olor de la planta que vos tenés y cuidás mucho. La que vos cortas para fumar.
Luis: — ¿Qué edad tenía tu hijo?
Jonathan: — 5 años.
Luis: — Debe ser muy duro escuchar que tu hijo de 5 años te diga, como pudo: “Pá, yo sé que vos consumís”. Hay que agradecerle a ese hijo.
Jonathan: — Sí. (Se emociona). No solo él, fue ver sufrir a mis padres, a mis hermanos…
Luis: — ¿Cómo llegás al tratamiento?
Jonathan: — Estaba en el barrio La Matera. Yo tenía unos paquetes que tenía que llevar al búnker para que los reduzcan y en eso cae la policía. Todos empezaron a correr y yo también porque si me agarraban no salía más. Corro cinco cuadras con ellos disparándome de atrás, llego a la esquina y puedo descartar. Cuando llego a un puente, que es un terraplén, quería cruzar del otro lado porque no podía pasar. Pero una cuadra antes me tropiezo. Cuando me di vuelta tenía a toda la policía encima, me llevan arriba del puente y llegan como 10 patrulleros. Imagínate que te pegaban entre 10 y si te caes al piso, fuiste. Pude aguantar esa golpiza, les pedí que no me peguen en la panza porque tengo una operación con una malla puesta y me iban a matar. En esa etapa yo trabajaba para una empresa tercerizada de Edesur, donde yo ocupaba el lugar de guardia de reclamo. Cuando necesitaba apoyo para entrar a la villa a conectar la luz, como las herramientas que usaba eran muy caras, tenía que pedir apoyo policial para que no me roben. Ellos me conocían, pero como estaba en un estado deplorable no era fácil reconocerme. Me llevan a la comisaría y me dicen: “Castillo, ¿qué estás haciendo acá?” Le dije que había corrido porque estaba en consumo y porque la pasta base es un mambo muy feo. Me agarraban ataques de pánico y llegaba a ver cosas como efecto de esas drogas. Ahí dije: “Algo tengo que hacer con mi vida”. A las 3 de la mañana me largaron y volví a buscar el paquete que tenía que entregar y me fui a la casa de una amiga, La Gitana, que me dio asilo para vivir unos días. “Me voy a internar porque siento que me voy a morir”, le dije.
Luis: — Te está viendo un Jonathan de 19 años que está consumiendo, que cree que puede manejar a la droga, entrar y salir como quiere. ¿Qué le decís?
Jonathan: — Que se aferre a la vida, a esos sueños que no pudo concretar, a esos proyectos y objetivos. Que no escuche a las personas que le dicen que no sirve para nada y que nunca va a lograr sus sueños. Los sueños están para lograrlos, con esfuerzo y responsabilidad, se puede.
Luis: — ¿Cuáles son tus sueños hoy?
Jonathan: — Mi sueño es poder seguir transmitiendo desde este lado. Me estoy por recibir de operador socioterapéutico, que se especializa en salud mental y adicciones. Va a sonar burdo, pero gracias a mi enfermedad encontré mi vocación que es poder ayudar a los demás.
Luis: — No es nada burdo.
Jonathan: — Yo creo que nada es casualidad. Si hubiera llegado a Primera tal vez no hubiese estado en este lugar porque creo que la vida hubiese sido mucho más fácil y uno valora más todo cuando las cosas cuestan. Cuando uno logra cosas por mérito propio, con esfuerzo, disciplina y estar enfocado y decidido, es mucho más linda la vida.
Luis: — Cuando empezaste el tratamiento imagino que hay una etapa dificilísima que es la abstinencia.
Jonathan: — Sí, es durísimo.
Luis: — ¿Cómo hiciste? ¿De dónde te agarraste para soportarlo?
Jonathan: — La contención de mis compañeros que estaban en la casa desde antes. Cuando me levantaba a las dos de la mañana, estaban ahí para contenerme. Varias veces me quise ir porque la internación es voluntaria. Así como ingresas por el portón de adelante, te podés ir por el de atrás cuando querés. Pero por el portón de atrás se van los cobardes. Yo sabía que tenía que salir por el de adelante para hacer una reinserción primero con mi familia y después en la sociedad.
Luis: — ¿Nunca te asomaste a ese portón de atrás?
Jonathan: — No. Sí he visto pasar miles de compañeros que han quedado en el camino porque lastimosamente la estadística es que de 1 millón es el 1 por ciento que se recupera y del 1% después está la otra parte que sigue sosteniendo el camino de la recuperación, que se trabaja el día a día. Yo no puedo vivir proyectándome, yo vivo en el aquí y ahora, disfruto mi momento, mi segundo, mi hora.
Luis: — ¿Estás orgulloso de vos?
Jonathan: — Hoy sí. Estoy orgulloso de mí, de mi familia y agradecido.
Luis: — ¿Qué te gustaría decirle a quienes están atravesando esta situación ahora?
Jonathan: — Que esta enfermedad se puede tratar y tienen derecho a ser felices. Es la enfermedad de las actitudes y las emociones porque cuando una entra en consumo es deshonesto, es manipulador, es ventajista, es egocentrista y eso nos lleva a reprimir todos los sentimientos, no poder ponerlos en palabras. La enfermedad la tenemos desde que nacemos y la frutilla del postre es el consumo. Cuando vos lo registras, estás en una nebulosa que es el consumo problemático y sentís que tenés que vivir para la droga. La droga te saca todo: la vida, tus afectos, tus sueños y es necesario realizar un tratamiento porque nosotros lastimosamente terminamos en hospital, cárcel o muerte.
*Si vos o algún familiar, amigo o conocido están atravesando una situación de consumo problemático, la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación Argentina (Sedronar) brinda atención, contención y asesoramientos personalizados. Ingresá a www.argentina.gob.ar/salud/sedronar
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