“¿Estás en la cama? ¿Estás vestida? Mostrame...“: Gabriela Cerruti sorprende con “El veneno del poder”, una inesperada ficción presidencial
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“¿Estás en la cama? ¿Estás vestida? Mostrame...“: Gabriela Cerruti sorprende con “El veneno del poder”, una inesperada ficción presidencial

La periodista y escritora argentina, ex senadora y vocera de Alberto Fernández, regresa con una novela que dará que hablar. A continuación, Infobae Cultura publica un fragmento
Gabriela Cerruti vuelve a los libros. Autora de las reconocidas biografías de Carlos Menem (El jefe) y de Mauricio Macri (El pibe) y reconocida cronista del diario Página/12, quien luego se volcó a la política decidió regresar al mundo escrito. En esta ocasión, una inesperada novela. Se titula El veneno del poder, publica Sudamericana, y se presenta hoy en la Feria del Libro a las 17:30, en la Sala Victoria Ocampo del Pabellón Blanco. Acompaña a la autora Ingrid Beck.
La frase que antecede al primer capítulo dice: “Los personajes de este libro son producto de la imaginación. Cualquier semejanza con seres conocidos será sencillamente porque, en estos tiempos, la realidad se parece demasiado a la ficción”. El protagonista se llama Salvador Gómez y es presidente de la Argentina. Se mira al espejo, se prueba el saco, se recuesta en el sofá y manda mensajes efusivos a diferentes mujeres.
Posiblemente estén los que tracen paralelismos con el último mandatario que tuvo este país, antes de que llegue Javier Milei: Alberto Fernández. El dato curioso es que Cerruti, además de haber sido senadora y dirigente política dentro del peronismo, el último rol que tuvo fue ser vocera presidencial de, justamente, Alberto Fernández.
Pero este es un libro de ficción, una novela, una historia para abstraerse de la asfixiante actualidad. A continuación Infobae Cultura publica un fragmento, las primeras páginas del primer capítulo.

El presidente Salvador Gómez se afloja el nudo de la corbata y toda la ropa se desliza hasta los pies. Una segunda piel, que se le despega y lo deja en carne viva. Está desnudo. El espejo le devuelve el reflejo de sus tobillos flacos.
Iluminado por las luces del parque, el respaldo de laca negra de la cama parece un sarcófago. La habitación huele como uno de esos viejos hoteles de pueblo, una mezcla de humedad con jabón de lavanda. Hay que volver a pintarla. Entre estas cuatro paredes murió el general Perón. Y se emborrachó hasta la madrugada el dictador Galtieri. ¿Alguien podrá ser feliz aquí alguna vez?
La cintura cruje como una máquina oxidada al agacharse. De la ropa amontonada en el piso toma con cuidado la corbata y la cuelga prolijamente junto a otras cien: variaciones de un mismo disfraz, el que cada día lo viste de hombre decente, de profesor, de abogado.
La corbata ordena, sostiene, amontona, fija. El nudo firme es el botón oculto de su Matrix. Las palabras pasan por la garganta y salen convertidas en oraciones aprendidas en las largas jornadas de la Facultad de Derecho. A veces le raspa a nuez de Adán y es signo inequívoco de que está nervioso: alguien en la platea está a punto de darse cuenta de todo. Entonces acomoda el nudo, y siente la mano de su padre que le acaricia la cabeza y le permite seguir adelante.
Salvador Gómez, se repite, hijo del senador Faustino Peralta. Soy un hombre común. Honesto. Nunca miento, nunca falto a mi palabra. No tomo alcohol, no fumo, no tengo dinero, ni lujos. Ni siquiera tengo una casa propia, y manejo mi auto. Un auto viejo, que lavo los domingos. Mi madre me puso Salvador en honor a mi abuelo, pero estoy seguro de que hay algo en ese nombre que me predestinó y marcó mi camino. Estaba escrito en los cielos: ese bebé que llegó a un hogar infeliz de un barrio porteño de techos bajos iba a redimir a su familia, liberar a su país y tal vez, quién sabe, proteger al mundo entero.
Escucha la voz del senador en la sobremesa de las vacaciones en Salta, bajo el calor abrasador, contando una y otra vez cómo enfrentó al gobernador para defender a los mineros. El niño de Buenos Aires, el atorrante, el molesto jugando solo en el patio mientras los mayores duermen las siestas interminables de la Puna. Quiere correr al río, sacarse la ropa, bañarse desnudo, besar a las chicas que encuentre por ahí. Tiene calor y sed, y ganas de cantar y de que sea de madrugada y la noche le quite la timidez para desplegar su encanto. Pero está tirado en el banco de piedra, con un libro en la mano. Las criadas lo escuchan y protestan, pero las primas les piden paciencia. Ya va a aprender. Está acostumbrándose. Las oye cuchichear mientras finge leer y sabe que es indefectible, que le pasa ahora y le va a pasar toda la vida: él trabaja, se esfuerza, se contiene, pero en algún momento alguien lo señala:
—Es el hijo de la nueva esposa del Senador.
En noches como esta, la mentira queda al descubierto: no, no soy el hijo dilecto del prestigioso, serio, afable senador Faustino Peralta. Soy el hijo despreciado y abandonado del mentiroso, estafador, golpeador, chanta, usurero, mujeriego, borracho Roque Gómez. Que en paz descanse. Cuando se siente solo en la inmensidad de la residencia de Olivos, le gusta caminar por los senderos del parque junto a los perros. Son un poco Beatles y un poco Rolling, como él. Paul no se separa de su lado, Mike se acerca y se aleja, pero solo hasta donde no lo pierde de vista. John y Keith, en cambio, salen disparados hacia los muros y ladran a los soldados, a la custodia, a los autos que pasan por las avenidas. A Salvador le perturban los ladridos: en su cabeza repite melodías que se pierden en el barullo de los perros. Los custodios lo saben, y tratan de acallarlos.
Gómez se encierra en el jardín de invierno, en medio de helechos, teclados, guitarras, equipos de sonido y una colección sin igual de vinilos. Las mejores orquestas, los mejores cantantes. Populares, desconocidos: su gusto no solo es sofisticado, también es amplio. Gómez guarda ya más de sesenta guitarras. Acústicas, eléctricas, regalos, compras, de colección. Los nombres de músicos y artistas reconocidos van cayendo en las conversaciones como un reguero.
Son la prueba de su relación con la música. La construcción puntillosa de quién quiere ser: un melómano, compositor, poeta, cantante. Otro. Salvador siempre, en cada tiempo, en cada lugar, quiere ser, sencillamente, otro.
La música tapa los sonidos que lo persiguen y lo acechan. Toses que lo arrinconan, jadeos que se repiten con eco en algún lugar de su cabeza, detrás de los ojos. Se sirve un whisky y pasa los vinilos uno tras otro hasta que elige, por fin. La voz de Elis Regina comienza a poblar el ambiente.
Se tira sobre el sofá y abre el chat en el teléfono.
—Hola, ¿estás?
La agenda tiene nombres y claves para recordarlas. Marta dentista. Yolanda ceremonial. Sabrina tetas. Ivonne cantante. Yanina Chaco. Y ahí va.
—Hola, ¿estás?
A una, a otra, y a otra.
—¿Qué estás haciendo? ¿Con quién estás? ¿Estás en la cama? ¿Estás vestida? Mostrame.
No les da tiempo a responder. Salta de una a otra. Buscando lo único que necesita saber.
—Decime. ¿Te gusto? ¿Me querés?
El hijo del Senador es una sombra colgada en el vestidor. Ahora es, de nuevo, el hijo abandonado de Roque buscando amor y reconocimiento.
* Hoy, jueves, Gabriela Cerruti presenta “El veneno del poder” en la Feria del Libro a las 17:30 en la Sala Victoria Ocampo del Pabellón Blanco. Acompaña a la autora Ingrid Beck.
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