El extraño caso de SM-046, la mujer que nunca sintió miedo y desconcertó a todos

El extraño caso de SM-046, la mujer que nunca sintió miedo y desconcertó a todos

La paciente nació con Urbach-Wiethe, una extraña enfermedad que le destruyó la amígdala cerebral a los pocos años de vida. Desde entonces, no sabe lo que es el miedo. La historia que desafió la neurociencia, el único experimento que le provocó terror y la pregunta: ¿cómo se vive sin una emoción imprescindible? La identidad de SM-046 está hoy sigue preservada (Imagen ilustrativa)

El hombre sacó un arma, le apuntó a la cabeza y gritó “¡BAM!” antes de huir. Cualquier otra persona habría entrado en pánico, pero ella no se inmutó. Siguió su camino como si nada hubiera ocurrido. No sintió miedo. No porque fuera valiente, sino porque su cerebro era -sigue siendo- incapaz de procesar esa emoción.

SM-046 es el nombre que la consagró como uno de los casos más fascinantes de la historia de la neurociencia. SM por sus iniciales y 046 por su número de registro dentro de la base de datos. Su identidad hasta el día de hoy está preservada. Jamás se supo quién era, jamás hizo una aparición pública. Lo único que se sabe es que se trata de una mujer, que hoy tiene 59 años, con una condición médica tan rara que apenas hay registro de casos similares.

Su historia comenzó a captar la atención de la ciencia cuando, en 1986, un equipo de la Universidad de Iowa integrado por Justin Feinstein, Ralph Adolphs y Daniel Tranel se topó con ella. Una paciente con daño bilateral en la amígdala, la región del cerebro encargada de generar miedo. “Su lesión era completamente simétrica y afectaba exclusivamente a la amígdala. Nunca habíamos visto algo así”, dijo Feinstein en diálogo con Infobae.

SM había sido diagnosticada con Urbach-Wiethe, una enfermedad genética que calcifica ciertas regiones del cerebro. A lo largo de los años, no tantos, ya en la adolescencia la enfermedad había destruido por completo su amígdala. Ella logró llevar una vida que podría describirse como normal, aunque sí sufrió episodios alarmantes de los que salió ilesa más por azar que por perspicacia.

Desde joven, SM mostró un comportamiento peculiar. No reconocía el peligro. Una vez, mientras caminaba sola por la calle, un hombre la arrastró a un callejón y la amenazó con un cuchillo. Ella simplemente se quedó quieta, sin miedo, hasta que el agresor se aburrió y se fue. “Nunca pensé que me iba a hacer daño”, le contó después a los investigadores.

infografia

El equipo de la Universidad de Iowa llevó adelante su caso. Sabían que tenían entre manos algo único. La sometieron a todo tipo de pruebas: la llevaron a una casa embrujada, la expusieron a serpientes y tarántulas, le mostraron películas de terror. Nada funcionó. Mientras otras personas gritaban y se estremecían, ella sonreía. “Es fascinante”, les comentó mientras acariciaba una serpiente.

Uno de los experimentos más reveladores fue su incapacidad para reconocer el miedo en los demás. Cuando le mostraban fotos de rostros con expresiones de terror, no podía identificarlas. “Ella no miraba a los ojos, que es donde más se refleja el miedo“, explicó Feinstein.

Lo más sorprendente no era solo su falta de reacción ante el peligro. SM también confiaba ciegamente en la gente, en completos desconocidos. En una prueba, le mostraron retratos de personas que jamás había visto y le pidieron que las calificara según su confiabilidad. Al final, los científicos notaron que SM otorgaba puntuaciones altas a todos, incluso a delincuentes peligrosos.

A pesar de todo, SM no es indiferente al sufrimiento ajeno. Su falta de miedo no la hace cruel ni despiadada. De hecho, los investigadores la mencionan como una persona empática y generosa, dispuesta a ayudar a terceros sin importar las circunstancias.

Su historia plantea una pregunta inquietante: si no siente miedo, si no sabe lo que es el miedo, ¿cómo logró sobrevivir durante más de 50 años? Los científicos empezaron a encontrar algunas respuestas cuando, por primera vez, lograron que experimente el terror.

Un cerebro sin miedo

SM nació con Urbach-Wiethe, una extraña enfermedad que le destruyó la amígdala cerebral a los pocos años de vida

Durante años, los investigadores creyeron que SM era incapaz de experimentar miedo en absoluto. Pero en 2011, un experimento cambió todo. Le pidieron que inhalara una concentración alta de dióxido de carbono. A los pocos segundos, entró en pánico. “Fue la peor sensación de mi vida”, confesó después.

El hallazgo reveló que el miedo no depende exclusivamente de la amígdala. SM no reacciona a amenazas externas porque su amígdala está destruida, pero su cerebro sí responde al peligro interno, a las señales que indican que su propio cuerpo está en riesgo. Las amenazas físicas las procesa en forma de miedo.

“La amígdala no es el único generador del miedo en el cerebro. El tronco encefálico y otras estructuras subcorticales pueden inducir respuestas de pánico cuando el cuerpo está en peligro”, concluyeron los investigadores en un capítulo titulado “Una historia de supervivencia del mundo de la paciente S.M.”.

La neurociencia ahora entiende que existen dos rutas del miedo. Una depende de la amígdala y procesa las amenazas externas: un animal depredador, un delincuente, un arma, un accidente inminente. A SM nada de eso le genera siquiera cosquillas. La otra, menos estudiada, se activa cuando el cuerpo detecta peligro desde adentro: asfixia, intoxicación, un ataque cardíaco. Y aquí sí la paciente siente temor.

Para comprobarlo, los científicos realizaron más pruebas. Descubrieron que SM no respondía con miedo a imágenes de armas, ataques o amenazas físicas, pero sí mostraba signos de alerta ante estímulos relacionados con el sufrimiento físico intenso, como descripciones gráficas de asfixia o crisis médicas graves.

“Confirmamos que su cerebro aún podía interpretar ciertos peligros internos. Nos dimos cuenta de que el miedo no había desaparecido por completo, sino que simplemente se activaba por mecanismos diferentes”, explicó Feinstein.

Justin Feinstein, uno de los investigadores que siguió el caso SM-046 desde el comienzo

El caso de SM desafía en parte la comprensión sobre la evolución humana. En teoría, uno creería que el miedo es necesario para sobrevivir, para detectar las amenazas y reaccionar en consecuencia. Sin embargo, ella logró vivir más de medio siglo atravesada por ataques, accidentes, situaciones que habrían sido fatales para otros y que ella nunca reconoció como riesgosas.

Su cerebro abrió una ventana a una vida sin temor, sin cautela, sin la capacidad de prever el peligro. La pregunta obvia que surge de inmediato es si carecer de tal emoción es una ventaja o, más bien, un inconveniente. En realidad, si perdiéramos el miedo, ¿seríamos más libres o estaríamos condenados a afrontar peligros innecesarios?

Lo que se sabe del miedo

El miedo es una de las emociones más primitivas del ser humano, una respuesta instintiva que nos permitió sobrevivir como especie. Durante décadas, la neurociencia consideró a la amígdala como la única responsable de la emoción, pero el caso de SM obligó a los científicos a replantear hipótesis.

“La mayor parte de lo que aprendimos de la investigación en animales no humanos se confirmó en los humanos”, explicó Elizabeth Phelps, neurocientífica de la Universidad de Harvard, en diálogo con Infobae. “Sabemos que la amígdala es clave en las respuestas de amenaza aprendidas y en la modulación de la memoria con la excitación, pero no es la única involucrada”.

La amígdala es una estructura pequeña, en forma de almendra, ubicada en las profundidades del cerebro. Actúa como una alarma: cuando detecta una amenaza, activa respuestas automáticas como el aumento del ritmo cardíaco o la liberación de adrenalina. Pero SM, que perdió por completo su amígdala a los pocos años de vida, demostró que no es la única vía posible para el miedo. “Existen muchas otras regiones cerebrales involucradas en la experiencia subjetiva del miedo. El aprendizaje automático permitió identificar patrones de actividad en múltiples áreas más allá de la amígdala”, agregó Phelps.

La amígdala cerebral es uno de las regiones centrales en la generación del miedo

A lo largo del tiempo, los investigadores identificaron dos tipos de miedo: el aprendido y el innato. El miedo aprendido es aquel adquirido por experiencias previas: asociamos un sonido fuerte con peligro o evitamos un lugar después de un accidente. En cambio, el miedo innato es automático, como la reacción ante una caída repentina o la sensación de asfixia. “Puede ser muy difícil para los humanos determinar qué miedos son innatos y cuáles son aprendidos”, admitió la experta.

SM no puede desarrollar muchos de los miedos típicos porque su amígdala no funciona, pero eso no significa que sea inmune a todas las formas de miedo. “Los pacientes con daño en la amígdala aún pueden tener conciencia de situaciones amenazantes. Si saben conscientemente que algo es peligroso, pueden evitarlo”. Dicho de otra forma, SM puede comprender que un arma es peligrosa, porque aprendió a reconocerla como un elemento que genera daño, pero su cuerpo no reacciona automáticamente con miedo.

El caso de la mujer estadounidense es un rara avis en la ciencia. Su historia no se puede extrapolar a otros pacientes con daño en la amígdala. De hecho, la mayoría de ellos “no muestran sentimientos subjetivos de miedo deteriorados”. “Hay evidencia consistente de que pueden tener déficits en el condicionamiento del miedo y en la toma de decisiones, pero eso no significa que no sientan miedo en absoluto”, explicó Phelps, que, como muchos de sus colegas, siguió de cerca los estudios que le hicieron a SM a lo largo del tiempo.

Elizabeth Phelps, neurocientífica de la Universidad de Harvard,

Otro aspecto intrigante es cómo el cerebro de SM compensa la falta de una amígdala funcional. Estudios con neuroimagen revelaron que otras áreas, como la corteza prefrontal y el hipocampo, pueden asumir parte del procesamiento del miedo. “No sabemos hasta qué punto otras estructuras pueden compensar la falta de la amígdala, pero sabemos que el cerebro es flexible y puede reorganizarse para manejar amenazas de manera diferente”.

Un ejemplo que refuerza la hipótesis es el famoso paciente HM, que perdió su amígdala y el hipocampo en una cirugía. A pesar del daño extenso, nunca se documentó que tuviera problemas con el miedo. Su emoción no se deterioró pese a la operación fallida.

Entonces, si el miedo no depende exclusivamente de la amígdala, ¿qué nos dice esto sobre la evolución del cerebro? La respuesta parece estar en la interacción de múltiples regiones. La amígdala puede ser un disparador fundamental, pero sin ella, el cerebro sigue encontrando formas de procesar el peligro. “No está documentado que pacientes con daño en la amígdala tengan más conductas peligrosas de lo habitual. Es posible que su conocimiento consciente de las amenazas sea suficiente para guiar la acción”, señaló Phelps.

El caso de SM es una anomalía dentro de la neurociencia. No solo porque desafió lo que se creía sobre el miedo, sino porque su experiencia representa una excepción, un acertijo que aún no pudo ser del todo descifrado. Su vida sin miedo plantea más preguntas que respuestas: ¿qué significa realmente estar a salvo si el instinto de protección está ausente? ¿Cuánto de nuestra conducta está moldeada por el temor y cuánto por la razón? ¿Tener miedo, al fin y al cabo, es una ventaja? La única certeza, quizás, sea que sin miedo no somos más valientes ni más libres; solo estamos menos preparados para enfrentar lo desconocido.

Fuente

Infobae.com

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