El incierto futuro que se abre en Siria
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El incierto futuro que se abre en Siria
Todo evento histórico siempre se desarrolla en al menos dos planos, el público, del que todos son testigos, y el reservado, que transcurre fuera de la mirada de la mayoría de la población. Los acontecimientos que han sacudido a Siria en las últimas semanas no hay duda que evolucionaron en esos dos planos. Del segundo queda mucho por saber aún, si alguna vez se conocen todos los detalles. Del primero, en cambio, las lecturas que se pueden hacer son claras. El pasado 8 de diciembre se derrumbó no solo un régimen que había gobernado con mano de hierro y en forma despiadada Siria desde inicios de la década de los setenta, primero bajo el control de Hafez Assad y luego de su hijo Basher, sino que también se vino abajo un actor central de Medio Oriente durante al menos 50 años, clave en gestionar y mantener los equilibrios, tanto con Israel, como con potencias regionales como Irán, Turquía y Arabia Saudita.
Por ello, lo sucedido hace poco más de una semana abre una gran interrogante sobre cómo se reordenará la región. Los ataques lanzados por Israel, Estados Unidos y Turquía contra distintos blancos al interior de territorio sirio tras la caída del régimen responden en gran parte a la incertidumbre sobre el camino que seguirá ahora Damasco y si logrará estabilizar el país. Por estos días, priman más las dudas que las certezas. Sin embargo, algunos elementos del nuevo reordenamiento regional parecen claros. El derrumbe del régimen de Basher al Assad, ligado a la minoría alawita de tradición chiita en Siria, es una clara derrota para el régimen iraní. Los ayatolas veían en su alianza con Damasco no solo la base de su esquema de apoyo a miembros del llamado “eje de la resistencia”, como Hizbulá en Líbano y Hamas en Gaza en la región, sino también un puesto clave de su plan de influencia en todo el mundo árabe.
Sin Assad en el poder, el diseño anterior sufrió un duro golpe que obligará a Irán a revisar su estrategia, más aún considerando que sus socios en el Líbano y Gaza también están seriamente debilitados tras su enfrentamiento con Israel. Una situación similar a la de los ayatolas es la que enfrenta Rusia, aliado clave del régimen durante gran parte de la guerra civil, que esta vez parece haber optado por dejar caer a Al-Assad, preocupado como está del conflicto en Ucrania. Pero si Irán y Rusia son los grandes perdedores de este reordenamiento regional, el principal ganador es el presidente turco Recep Tayyip Erdogan. No solo ha sido el sostén fundamental de la facción secular de los rebeldes sirios, el llamado Ejército Nacional Siria, sino también habría apoyado en el último tiempo al grupo islamista que lideró la última ofensiva final, el HTS. La duda ahora es qué pedirá a cambio, considerando su histórica rivalidad con los kurdos, quienes hoy controlan el noreste de Siria.
Pero más allá de la situación en que quedan las potencias regionales, la principal interrogante que sigue abierta es qué rumbo tomarán las nuevas autoridades de Damasco. El líder de la revuelta, Abu Mohamed al Jolani, ligado en el pasado a Al Qaeda, asegura haber dejado atrás sus años de intransigencia e insiste en un discurso de brazos abiertos y defensa de la diversidad. Su principal desafío ahora es demostrar que todo ello no responde solo a una estrategia de relaciones públicas sino a un convencimiento real, dando pasos concretos en ese sentido en el poco más de un año durante el cual se extendería el anunciado gobierno de transición.
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