Intrahistoria de la primera cuarentena masiva en España en un hotel de Tenerife
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Intrahistoria de la primera cuarentena masiva en España en un hotel de Tenerife
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Jorge Morales
Santa Cruz de Tenerife, 24 feb (EFE).- El 24 de febrero de 2020, cuando apenas se habían contabilizado en España dos contagios por covid-19, un hotel en el sur de Tenerife saltó a las portadas de la prensa nacional e internacional: un turista italiano de 61 años que allí se alojaba con otros nueve amigos había dado positivo.
El Gobierno de Canarias tomó una decisión drástica, cerrar el hotel H10 Costa Adeje con aproximadamente un millar de personas dentro, entre clientes y trabajadores, durante dos semanas.
Varios testimonios recopilados por EFE reconstruyen, cinco años después, la intrahistoria de esos catorce días de confinamiento, que resultaron ser un anticipo de todo lo que vendría después.
Amós García, por entonces jefe de la unidad de Epidemiología en Canarias, admite que la decisión de cerrar el hotel fue "muy difícil de tomar" en una comunidad que vive del turismo, aunque desde el punto de vista sanitario "lo teníamos claro: era la mejor manera de que el brote no saliera de allí".
Y eso que a esas alturas, admite, "muchos pensábamos" que el covid-19 "era como una gripe" y "no por frivolizar", sino porque la información procedente de China "era de ese calibre".
Al exdirector general de Seguridad y Emergencias del Gobierno de Canarias Gustavo Armas esa medida le costó personalmente recibir varios mensajes amenazantes, algunos de muerte, a su teléfono personal.
Armas detalla que para evitar que nadie saliera del hotel se establecieron tres cordones de seguridad: el primero controlado por la Policía Canaria, el segundo, por la Policía Nacional, y el tercero, por la Policía Local de Adeje.
Además de un control exterior, hubo vigilancia muros adentro, con policías infiltrados, ataviados con equipos de protección individual (EPIs), quienes se encargaron de ver cómo era la convivencia de un grupo tan amplio y variado de personas, entre ellas unos 200 niños.
Armas recuerda que, en general, el comportamiento de los huéspedes durante los catorce días que duró el encierro "fue perfecto, salvo algunas excepciones".
Dentro de esas excepciones revela que algunos clientes del hotel, con alguna copa de más, intentaron escapar escalando por los muros o descolgándose de las rejas para salir corriendo, pero su aventura no llegó lejos.
"Había quienes se divertían mucho por la noche", recuerda Armas, como una turista alemana que, de madrugada, se ponía a cantar y no dejaba descansar al resto de los huéspedes y a la que hubo de convencer más de una vez de que se fuera a la cama.
Otros "se dedicaron a ser corresponsales" de los programas televisivos que informaban del cierre del hotel en directo y a pie de calle.
Este periodo de convivencia forzada también dio pie a romances, como el de un huésped canario que "se enamoró locamente" de una mujer brasileña y se negó a abandonar el hotel una vez que le hicieron los test de covid y dio negativo.
Un juez había autorizado a los residentes en las islas a completar la cuarentena en sus domicilios si no estaban contagiados del virus.
Pero para este hombre permanecer en el hotel "era como una luna de miel" y se le concedió ese deseo, rememora con una sonrisa el exdirector de Seguridad y Emergencias.
A una mujer ucraniana embarazada de ocho meses se le facilitó que una ginecóloga le hiciera un seguimiento in situ, mientras que un turista británico pedía que le dejaran marcharse porque su 'baipás' estaba caducado y se lo tenían que renovar.
Las autoridades canarias contactaron con el hospital de Carolina del Norte, en Estados Unidos, donde se lo habían implantado, y con la referencia del dispositivo comprobaron que aguantaba un mes más.
Gustavo Armas recuerda que una vez que se levantó la cuarentena en el hotel y los turistas regresaban a sus países, un matrimonio que se había peleado la noche anterior provocó que un vuelo a Amsterdam se retrasara más de una hora.
La mujer dijo ya en el aeropuerto que su marido tenía el covid y que iba a contagiar a todo el pasaje. Tras varias gestiones, incluida una llamada a la torre de control, y ante la imposibilidad de demorar más el vuelo, se optó por dejarlos a ambos en tierra.
Testigo directo de lo que sucedió dentro del hotel fue José María Sánchez, quien tenía pensado pasar cuatro noches alejado del bullicio del Carnaval con su ahora exmujer y su hijo, que por entonces tenía ocho años. Al final permanecieron otras cinco noches por gentileza del virus.
Sánchez, que es jefe de sección de incendios forestales del Cabildo de Tenerife, tuvo que hacer un paréntesis en sus vacaciones para acudir a un comité de emergencia por un fuerte episodio de calima que coincidió con un fuego en el norte de la isla. Allí trabajó codo con codo con responsables políticos y de los equipos de extinción.
"De haber estado contagiado hubiese descabezado al Gobierno en pleno", conjetura.
Al día siguiente regresó al hotel y comenzó el confinamiento. Todo lo que vino a continuación, rememora, "fue un poco como de película de ciencia ficción".
Por la noche, empleados del hotel deslizaron bajo las puertas de las habitaciones un folleto en el que informaban a los clientes de que debían permanecer en sus habitaciones, adonde les llevaban las comidas.
Ya luego, cuando empezaron a repartir guantes y mascarillas -cree recordar que usó la misma durante toda su estancia en el hotel-, les permitieron salir y hacer uso del resto de las instalaciones, con turnos para el servicio de comedor y para los chequeos médicos.
Opina que "dentro del desconocimiento" que había entonces sobre la enfermedad, las vías de transmisión y las medidas de protección, "lo hicieron bastante bien" en el hotel, cuyo personal "se dejó la piel".
En cambio, lamenta tener que haber presenciado "algún comportamiento bastante incívico", como el de un cliente que le arrojó un fármaco a la cara a la sanitaria que los repartía u otro que "se había excedido con el alcohol" y al que la Policía amenazó con llevárselo detenido si no se tranquilizaba y regresaba a su habitación.
Precisamente, una de las cosas que más le sorprendió de esos días de confinamiento fue que hubiera barra libre. Vio cómo algunos, "al acabar de comer, se llevaban dos, tres botellas a la habitación".
Un día le preguntó al director del hotel si eso no era contraproducente y éste le que contestó que al contrario, que si cerraban el grifo había riesgo de "motín a bordo".
En otra ocasión, en el restaurante del hotel, cuando guardaban cola, una mujer se abalanzó sobre su hijo y le arrebató la ración de papas fritas que le iban a dar. Una trabajadora vio la escena y le trajo una fuente entera para el niño.
Pero más allá de estos episodios puntuales, agradece que les tocara hacer cuarentena en un hotel de cuatro estrellas, porque "te coge en una terminal de guaguas o un aeropuerto y hay puñaladas... sale lo peor de la especie humana".
Cuenta que cuando regresaron a casa los vecinos estaban "con la mosca detrás de la oreja" porque no los habían visto salir ni entrar durante varios días. Tampoco dijeron nada en el colegio del niño por temor a que les hicieran "la vida imposible".
Cuando concluyeron la cuarentena domiciliaria y podían hacer "vida normal", a los tres días el Gobierno decretó el estado de alarma.
"Ni en pesadillas podíamos llegar a pensar lo que pasó después", admite José María, quien cree que de repetirse en el futuro una situación como la que le tocó vivir en el hotel de Tenerife, el panorama sería "totalmente distinto. Reinaría el pánico". EFE
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