La columna de Javier Vega: “¿Pesimismo ideológico?”
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La columna de Javier Vega: “¿Pesimismo ideológico?”
Hace unos días el Banco Central publicó el informe de Cuentas Nacionales con los resultados de la economía chilena al tercer trimestre. Uno de los datos que llamó la atención fue la nueva caída de la inversión, la quinta consecutiva en términos trimestrales.
Más allá de los datos coyunturales que mueven a la inversión, la debilidad de esta variable se está convirtiendo en un problema estructural. La década pasada, el crecimiento promedio anual de la formación bruta de capital fijo fue paupérrimo (0,7%), muy por debajo del desempeño de la década previa (9,7%).
Hay razones objetivas por las que los empresarios deciden invertir en un país. Entre muchas otras, están la estabilidad macroeconómica y política, respeto al Estado de derecho, costos relativos -mano de obra, energía, capital-, infraestructura, seguridad, certeza jurídica, proyecciones de crecimiento. Chile en el pasado se destacó en estos ámbitos, lo que le permitió atraer grandes flujos de inversión y desarrollar sectores productivos, algunos desde cero.
Al proceso de maduración de ciertos sectores le siguió una secuencia de malas políticas públicas, que tuvieron efectos directos en nuestra capacidad para atraer inversión. Regulaciones que fueron encareciendo y rigidizando progresivamente el costo laboral, mayor burocracia y debilidad jurídica en la entrega de permisos de operación, mayores regulaciones en el ámbito financiero que han limitado el acceso al crédito, además de una inestabilidad política sin precedentes en las pasadas tres décadas, han sido determinantes para aplanar la curva de la inversión en Chile.
¿Y por qué crece la inversión extranjera? En primer lugar, no son términos equivalentes. La formación bruta de capital fijo es una variable que mide en términos reales el incremento en la capacidad productiva de un país, es decir, la acumulación de capital en maquinaria, equipos, construcción y otras obras de ingeniería. Por su parte, la inversión extranjera directa (IED) registra las inversiones de una entidad en otro país para influir o controlar la gestión de su inversión, lo que implica una relación de largo plazo. Este flujo de capitales puede tener efectos en aumentar la capacidad productiva o no. Muchas veces la IED es sencillamente un cambio de propiedad que no implica mayor potencial productivo.
En la reforma tributaria de 2014 encontramos un elemento que ayuda a explicar parte de la debilidad de la inversión productiva y la dicotomía con la inversión extranjera. El fuerte aumento de la tasa corporativa a 27% y la eliminación del FUT -que desincentivó la reinversión de utilidades-, entre otros, tuvieron efectos directos en el desempeño de la inversión productiva. Pero además se introdujo una distorsión entre los impuestos finales que paga el capital en Chile (44,45%) en relación con el impuesto que paga un inversionista extranjero (35%).
¿Solo las variables objetivas y racionales influyen en la inversión? Además de estas, existen lo que la literatura denomina desde los tiempos de Keynes, los “animal spirits”, para referirse a aquellas decisiones que no responden a motivaciones puramente racionales, sino que se derivan como resultado de las observaciones subjetivas.
Sin embargo, no conozco a ningún empresario que teniendo las condiciones invertir su capital y hacer rentable su inversión, se inhiba de hacerlo por el signo político del gobierno de turno. De hecho, los mejores rendimientos en materia de inversión los tienen los gobiernos de Aylwin (+10,6% promedio anual) y Lagos (10%). Tampoco aplica la idea de que sean pesimistas empedernidos, cuando justamente el optimismo es lo que caracteriza a quienes tienen la audacia de arriesgar su capital en proyectos de inversión que pueden demorar años antes de ver números azules.
Lo que ha ocurrido en Chile es que las condiciones objetivas para invertir han empeorado. En vez de buscar frases efectistas es necesario y urgente atacar las causas de la debilidad estructural que muestra hoy la inversión.
*El autor de la columna es socio de Mirada Externa
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