La historia del motín carcelario más sanguinario de la Argentina: ocho muertos, descuartizamientos y canibalismo en Sierra Chica

La historia del motín carcelario más sanguinario de la Argentina: ocho muertos, descuartizamientos y canibalismo en Sierra Chica

La rebelión más violenta tuvo lugar en la Semana Santa de 1996 en uno de los penales más temidos. Los muertos fueron mutilados y calcinados en un horno. Con el cráneo de uno de los líderes de la banda enemiga, “Los 12 Apóstoles”, quienes lideraron la revuelta, jugaron al fútbol. También mantuvieron a la jueza María de las Mercedes Malere en cautiverio. Así fue el horror que se vivió El juicio a los 12 Apóstoles

En el Horno 1 de la cárcel de Sierra Chica, en el que durante el feroz motín de Semana Santa de 1996 se cocinaron empanadas de carne humana, hoy se cuece el pan con el que se alimentan cerca de dos mil internos que permanecen tras las rejas en esta temida prisión de máxima seguridad con 144 años de historia y forma de panóptico distribuido en doce pabellones. Este sistema fue ideado por el filósofo Jeremy Bentham en 1791, para que un solo guardiacárcel pueda observar a los detenidos desde la guardia –ubicada exactamente en el centro del patio–sin que los reclusos puedan divisarlo.

Aquel horror quedó atrás, pero lo ocurrido se sigue contando como la rebelión más violenta y cruel de la historia carcelaria argentina. Comenzó pasado el mediodía del sábado 30 de marzo de 1996 y se extendió durante ocho días. El enfrentamiento a muerte entre dos bandas enemigas sirvió para salvar viejas deudas y también para provocar una fuga masiva del penal. Uno de los grupos, bautizados como “Los 12 Apóstoles”, liderado por Marcelo “Popó” Brandán Juárez, fue en busca de otro que comandaba Agapito “Gapo” Lencina y la cosa terminó de la peor manera.

Habían consumido drogas y la bebida tumbera conocida como “pajarito”, que se hace con levadura fermentada, agua hervida y cáscaras de frutas, y enseguida genera un estado de excitación y embriaguez que potenció la violencia.

Popó Brandán Juárez inició todo cuando pidió permiso en la guardia para hablar por el teléfono público destinado a los reclusos. Detrás de él entró otro secuaz, con pistola en mano, que sorprendió a los agentes del servicio penitenciario y los redujo. Detrás de ellos llegó el resto de los sediciosos y los tomaron como rehenes. Intentaron comenzar a trepar el muro para fugarse, pero otros guardiacárceles evitaron con disparos la huida.

En medio del caos que se generó, la banda de Popó aprovechó la confusión para ajusticiar al primer enemigo de la otra gavilla, Hugo Barrionuevo Vega, víctima de un balazo y decenas de puñaladas. El objetivo principal era Lencina.

Las terribles imágenes del motín que inició el 30 de abril de 1996 y terminó el 8 de abril, con un saldo de 8 muertos

Uno de los presos célebres detenido en ese momento en Sierra Chica era nada menos que el asesino serial Carlos Eduardo Robledo Puch, que cumplía allí su condena a reclusión perpetua. Cuentan que “El Ángel de la muerte”, para salvar su vida, se refugió en la capilla del penal. Pero él lo negó y sostuvo que se encerró en su celda junto a algunos compañeros y resistieron tomando agua y comiendo lo que habían podido racionar cuando arrancó la revuelta.

La noticia del motín que se estaba produciendo empezó a correr y generó la presencia de la jueza María de las Mercedes Malere, quien llegó a la prisión junto a su secretario, Héctor Torrens, y autoridades del penal, intentando negociar la rendición. “Se están equivocando, haciendo una cag… enorme”, les advirtió a los amotinados.

Los rebeldes le entregaron un petitorio y “Popó” sacó su arma, tomó a la magistrada del brazo y se la llevó, mientras una faca de uno de sus laderos presionaba la cintura de su secretario. A ambos los juntaron con otros rehenes rivales en el pabellón 6, y al otro día la jueza fue destinada a una celda custodiada especialmente. No fue todo, llegaron a trasladarla hasta la parte alta del penal y arengaron que la arrojarían si no terminaba la represión que estaban ejerciendo los penitenciarios en medio de la rebelión.

Siempre se tejieron infinidad de versiones y especulaciones relacionadas con lo que terminó sucediendo con ella cuando la tenían como rehén. La jueza jamás rompió su silencio. Ni siquiera en el debate oral donde los amotinados fueron condenados mencionó detalles, solo atinó a decir: “Fue una situación límite, extrema”.

Por entonces, Eduardo Duhalde era gobernador y hasta pensó en tomar la cárcel por la fuerza. Luego desistió, por las muertes que seguramente provocaría una decisión apresurada. El ambiente era una verdadera locura. Mientras tanto, los amotinados enardecidos, y la magistrada como botín de guerra, pedían autos y armas para poder escapar y hasta un helicóptero para asegurar la fuga, amenazando con “matar a todos, hasta a la jueza si hace falta”, vociferaron el 5 de abril, amenazando si no le cumplían con el petitorio “Los 12 Apóstoles” trepados al techo del pabellón 11 desde donde dialogaron con los medios periodísticos presentes. La imagen histórica fue la tapa de todos los diarios del país. “Hay heridos graves y todo se va a pudrir más si no cumplen”, subían la apuesta.

Los

Por dentro, el penal era un verdadero infierno. Fueron ocho los muertos, entre ellos Agapito Lencina, el líder enemigo que se resistió a punta de cuchillo, pero rápidamente fue ultimado de un tiro y varias cuchilladas. Enseguida liquidaron a otros seis y siguieron la violencia sin parar.

Los Apóstoles daban órdenes y al que se negaba a despedazarlo, lo asesinaban apuñaladas. Con el cuerpo de “Gapo” cocinaron empanadas de carne, y con su cabeza, que hicieron rodar por el piso, llegaron a jugar al fútbol. “Todo el que se rebelaba contra los ‘porongas’ iba a parar al horno de la panadería”, se ventiló en el juicio.

Todos fueron mutilados a hachazos, sus restos volcados en ollas y cocinados en el mencionado Horno 1 de la panadería como relleno de empanadas. Las terminaron comiendo algunos guardiacárceles y rehenes –en total diecisiete–, que más tarde se enteraron de aquel involuntario canibalismo de la manera más cruel.

“Te estás comiendo un rocho”, les dijeron cínicamente. Pero eso no fue todo. A otro preso, José Pérez, lo masacraron a facazos por negarse a formar parte del grupo de descuartizadores. Así sumaron el número de muertos a ocho.

El Domingo de Pascuas llegó la rendición. Habían estado liberando rehenes. Los detenidos pedían que se aceleraran sus causas en los casos de los presos sin condena. Exigían que se les aplicara el famoso “dos por uno” –computar doble el tiempo de encierro a los que no tenían sentencia– y que se los trasladara a una prisión federal, porque temían sufrir represalias por los asesinatos que ejecutaron, ya que era vox populi lo que vendría.

“Acá se la tienen jurada a estos h de p”, corría la voz entre los más exaltados. Les concedieron ciertas solicitudes, con algunas variantes. Se alcanzó la paz. El saldo: ocho muertos, el doble de heridos y la deleznable acción de descuartizar y cocinar a los muertos.

En febrero de 2000 se realizó el juicio por primera vez en una cárcel –la de Melchor Romero– con 24 implicados, porque a los Apóstoles se sumaron otros doce por participaciones diversas en los hechos.

Los detenidos permanecían en sus celdas y seguían el desarrollo a través de monitores. Se utilizó por primera vez un sistema de transmisión de imágenes y audio, con los acusados encerrados en tres celdas a unos 200 metros, de donde los jueces tomaban las declaraciones.

Ariel

Los nombres de los condenados y sus sentencias fueron escuchados con profundo silencio en la propia cárcel: Marcelo Popó Brandán Juárez, Jorge Pedraza, Juan Murguia, Miguel Acevedo, Víctor Esquivel y Miguel Ángel Ruiz Dávalos recibieron reclusión perpetua. Ariel Gitano Acuña, Héctor Galarza, Leonardo Salazar, Oscar Olivera, Mario Troncoso, Héctor Cóccaro, Jaime Pérez y Carlos Gorosito Ibáñez, 15 años de prisión. Daniel Ocanto y Lucio Bricka, 12 años. Alejandro Ramírez resultó absuelto y Guillermo López Blanco apenas recibió seis meses de pena.

Hoy, a 29 años de esa masacre, algunos volvieron a la cárcel al caer de nuevo en el delito, otros murieron, pero varios caminan entre nosotros. En 2014, el director Jaime Lozano estrenó la película Motín en Sierra Chica, y formaron parte del elenco Alberto Ajaka, Daniel de Vita, Darío Levy, Jorge Sesán, Luciano Cazaux, Valeria Lorca y José Glusman. Está, claro, basada en hechos reales, que pueden verse en el filme tan cruentos como de verdad ocurrieron.

Fuente

Infobae.com

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