Las cartas de la guerra: la mujer que dedicó sus últimos años a intentar traducir secretos familiares escritos en polaco y en ídish
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Las cartas de la guerra: la mujer que dedicó sus últimos años a intentar traducir secretos familiares escritos en polaco y en ídish

Parte de la familia de Sara Lichtenstein había migrado de Polonia hacia Uruguay y otra parte había quedado allí. Cuando de su pasado solo quedaba ese intercambio epistolar en un idioma que no entendía comenzó a buscar la manera de comprenderlas. Quizás así sabría qué había sido de ellos
Sara Lichtenstein era activista política, uruguaya. Fue miembro de la Juventud Comunista y del Partido Comunista de ese país. Apoyó la Revolución cubana, por la que caminó desde Montevideo a Punta del Este en una peregrinación que duró diez días, en enero de 1962.
Parte de su familia había llegado a Uruguay desde Polonia poco antes de la Segunda Guerra Mundial. Otros habían quedado ahí.
El primero en encontrarse con ese manto de agua parda, el Río de la Plata tendido sobre la arena montevideana, fue su tío, Salomón “Shloime” Jedlina. Era 1929. Para la guerra faltaba una década pero se sintió en peligro por sus ideas comunistas, compró dos pasajes, uno para él y otro para su novia, a quien finalmente dejó, y se fue.
Su hermana Feigen Jedlina —madre de Sara— con las mismas banderas que su hermano —judía, comunista— también perseguida, decidió utilizar el pasaje que había comprado Salomón para esa novia que no lo fue más y lo siguió. Llegó a Montevideo en 1932 desde Varsovia.
En este tramo los hermanos se enviaron cartas para contarse cómo estaban. Salomón quería que su hermana se le uniera para protegerla. Quería saber cómo se encontraba en la travesía del barco, quería tranquilizarla acerca de que el desarraigo iba a valer la pena. Pero todo esto Sara no llegaría a saberlo antes de morir.
Jacobo Lichtenstein —padre de Sara—, también había llegado a Montevideo desde Varsovia en 1929. Venía casado porque era una manera de salir más rápido de Polonia, pero al llegar disolvió ese matrimonio por conveniencia. Jacobo y Salomón eran colegas del trabajo textil. En 1932, cuando Feigen estaba recién llegada a Montevideo, su hermano organizó una cena e invitó a Jacobo. Así se conocieron. Aunque la relación demoraba en llegar a algún puerto.
—Feigen y Jacobo comienzan un vínculo, pero Jacobo no se declara y empiezan las habladurías. Feigen no entiende que Jacobo la acompañe siempre a su casa pero no le proponga nada. Entonces, lo cita en el murallón del barrio Sur de Montevideo y le dice que así no pueden seguir, que hay que formalizar. Jacobo le dice: “Qué suerte que hablaste, vamos a casarnos”. Se van a vivir juntos y años después se casan —cuenta Elbio Ferrario, exdirector del Centro Cultural y Museo de la Memoria de Montevideo (MUME), quien fue gran amigo de Sara y su hermana Rosa Lichtenstein Jedlina y guardó su legado: las cartas de su familia.

Primero nació Rosa, el 17 de abril de 1934. Sara llegó casi una década después: el 20 de marzo de 1943.
Las dos hermanas —como su madre, como su tío— fueron militantes del Partido Comunista. Rosa se convirtió en arquitecta. Sara trabajó como administrativa en la fábrica textil de su padre. Las dos fueron detenidas por la dictadura militar uruguaya el 10 de noviembre de 1975, en el marco de la Operación Morgan, como llamaron los castrenses al operativo de represión y violencia que tenía como blanco principal al Partido Comunista de ese país y a la Unión de la Juventud Comunista, junto a otras organizaciones políticas.
—Sara estuvo prisionera en el “300 Carlos” o “Infierno grande”, centro clandestino de detención donde fue especialmente torturada por ser judía —en la espalda de su chaqueta le escribieron “judía”—, y luego en la cárcel de Punta Rieles, hasta el 22 de noviembre de 1978, cuando fue liberada y marchó al exilio en Cuba —cuenta Elbio.
A Rosa la habían liberado dos años antes, en agosto de 1976. Y se quedó en Montevideo trabajando como arquitecta en el sector privado.
Sara volvió del exilio en 1984 y comenzó a trabajar en una ONG que se ocupaba de los presos y presas políticas. Allí se encontró con el padre de Elbio Ferrario —Elbio entonces era también un preso político—. Y, muchos años después, gracias a Elbio, conocería a la artista Eugenia Bekeris.

***
Montevideo, día 17 de mayo de 1932.
Mi muy querida hermana.
Tu última carta postal la recibí ayer de tarde. Mi alegría fue indescriptible. Por fin viví este dichoso momento. Hoy de mañana te escribí una carta y te la mandé enseguida directamente al correo del barco. Ahora de noche te escribo este correo aéreo (...). De ambas quizás te llegue alguna.
En la carta ya te escribí que anoche estuve vagando, buscando un cuarto para nosotros. Ahora te puedo contar que hoy de tarde ya alquilé una vivienda y ahora de noche fui a comprar muebles. Todavía no los compré. Pero hasta tu llegada todo estará resuelto de la mejor manera.
Te espero con la mayor ansiedad. Quiero recibirte sana, corajuda y contenta.
Deja el extrañar en el camino y llega a mi dichosa.
(...)
Cómo te va sobre el barco. Qué impresiones tienes del viaje, como están mis queridos y cercanos. Ya voy a recibirlos de ti personalmente. Te voy a besar de corazón y no a través de papel. Que tengas salud y te espero al lado del barco.
Mando también una carta a casa por el correo del barco para que ellos no me olviden.
Tu hermano Shloime.
***
Eugenia Bekeris es dibujante y artista visual. Trabaja desde hace más de una década junto a Paula Doberti en un colectivo al que nombraron “Dibujos urgentes”: retratan a querellantes, víctimas, y genocidas que comparecen y declaran sobre los crímenes de la última dictadura militar argentina. Son las dibujantes de los juicios de lesa humanidad.
Pero Eugenia, además, retrató a sobrevivientes del Holocausto, de la Shoá, que viven en la Argentina. Y, en 2013, reunió 18 de esos dibujos hechos en lápiz en una muestra que tituló “Negra leche del amanecer”. Fue invitada a exponerla en el Museo de la Memoria de Montevideo, el 20 de abril de ese año, con motivo del 70 aniversario del levantamiento del Gueto de Varsovia y de los 40 años del Golpe de Estado en Uruguay.
Al mismo evento fue invitada Sara Lichtenstein a exponer sus cartas de la guerra. En papel añejo, amarillento, con sus pliegues y dobleces, en letra negra o azul, en idish nítido, prolijo y elegante, la correspondencia que había legado de su familia. Un legado que era un misterio: ella desconocía los mensajes que había dentro, su contenido. Solo sabía que eran de la época del levantamiento del gueto. Que algunas de ellas venían de Białystok, esa ciudad ubicada a unos 180 kilómetros de la capital polaca que también fue gueto. Que fue campo de concentración. Que fue resistencia. Que fue cenizas. En 1943, los nazis deportaran y asesinaran a todos los judíos que quedaban allí.
En ese evento Eugenia conoció a Sara.
—Elbio había invitado a Sara a presentar estas cartas en idish en una vitrina en el marco de mi exposición. Y con mi video El Secreto [N. de la R. en el que Eugenia rinde homenaje a sus familiares asesinados por los nazis durante el Holocausto] hicimos un taller de reflexión con las ex presas políticas, que eran casi todas del Partido Comunista, y los sobrevivientes de la Shoá del Memorial de Montevideo. Fue muy emocionante compartir esta voz con este grupo tan diverso y tan cercano en definitiva. Y fue ahí que conocí a Sara. No recuerdo por qué motivos fue a buscarme al hotel y, en ese momento, nos hicimos amigas. Sentimos que éramos hermanas —dice Eugenia—. Ella era una ex presa política a la cual se le temía cuando estaba detenida porque mordía. Entonces advertían a la policía que tuviera cuidado con una alerta que decía: “Peligro, mujer que muerde”. ¡No puedo imaginármelo! Era un amor, una tipa divina.

***
Montevideo, 17 de mayo de 1932.
Muy querida hermanita.
Feigele! Por fin mi sueño se convierte en un hecho. Después de un año de estar fuera de nuestro hogar voy a tener un hogar. Tú también te vas a beneficiar. Ayer todo el día mientras trabajaba hablaba contigo y cuando te pregunté cómo estás, cómo está mamá y papá se me llenaron los ojos de lágrimas…
Feiguele no te preocupes porque dejaste Polonia, porque dejaste tus amores para más tarde volver a verlos. Las lágrimas para mejores ocasiones. Tira la tristeza. El mar es grande. Déjalo en el camino y llega aquí nueva, contenta, viva. Vuelta a nacer. Y empieza una nueva vida. Feigale!
Yo estoy feliz. Yo me voy a preocupar por ti. ¡Me voy a atrever a llenar el vacío que quedó! Trataré para que estés contenta.
(...)
Hermanita: Hoy ya estás en el segundo día sobre el barco de acuerdo con lo que escribes. En el quinto, de acuerdo con nuestra información. ¿Cómo se viaja? ¿Cómo comes? ¿Tenés nuevos amigos? ¿Estás saludable?
***
Elbio Ferrario había nacido en una familia de izquierda, de clase media. Su padre, arquitecto y empleado bancario, había estudiado la carrera con Rosa Lichtenstein, la hermana mayor de Sara. Desde ahí las familias tenían vínculo.
Desde niño le habían fomentado el arte. A sus 14 años ingresó a la escuela de titiriteros del teatro El Galpón de Montevideo, que si bien era para adultos hizo una excepción para recibirlo. A los 15 ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes de la Universidad de la República. Era una década efervescente y su adolescencia quedó envuelta “en la crisis social, política y económica de mediados de los años 60, y las grandes movilizaciones de obreros y estudiantes de 1968, 1969, 1970″, de las que participó “muy activamente junto a los estudiantes de artes”. La policía se lo llevó detenido en muchas oportunidades y, a sus 16 años, en 1968, fue secuestrado “por un escuadrón parapolicial que andaba detrás de los dirigentes estudiantiles”. “Nos interrogaron, castigaron y finalmente nos dejaron tirados”, recuerda Elbio.
Como sucedía en muchos otros países de Latinoamérica, la violencia estatal y los golpes de Estado con los que las dictaduras arrancaban los Gobiernos democráticos, llevaba a muchos jóvenes a unirse a diferentes agrupaciones armadas. En 1970, Ferrario ingresó, junto a su madre, al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros. Poco después los detuvieron y arrestaron a ambos. Los próximos dos años sería apresado y liberado cíclicamente hasta que, en mayo de 1973, después de pasar casi un año en diferentes cuarteles siendo interrogado y torturado, fue recluido en la cárcel de Libertad hasta el 10 de diciembre de 1985, cuando fue liberado con la amnistía del gobierno democrático.
Antes de quedar en libertad, antes del final de la dictadura, Sara, que había regresado a Montevideo desde el exilio con la ONG que se ocupaba de los presos y presas políticas, se había reunido con familiares de los detenidos y detenidas entre los que estaba su padre.
—Después de que fui liberado compré casa casualmente a tres cuadras del apartamento donde vivían Sara y Rosa, así que éramos vecinos de barrio. Desde entonces nos veíamos esporádicamente —recuerda Elbio. Y cuenta que al salir de prisión retomó sus estudios secundarios, estudió arquitectura, siguió haciendo arte y volvió al teatro El Galpón—.
—Desde el teatro me vinculé con el grupo de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos que nos pidieron ayuda para el desarrollo de la Marcha del Silencio de los 20 de mayo [N. de la R. es una movilización que se realiza ininterrumpidamente desde 1996 todos los 20 de mayo en Montevideo y diferentes puntos del interior de Uruguay para pedir que se esclarezcan las desapariciones y asesinatos impunes de la última dictadura militar uruguaya]. Como delegado de El Galpón integré la coordinadora de apoyo a Madres y Familiares y, en ese ámbito, surgió la propuesta de crear un Museo de la Memoria.
En 2005, con Uruguay gobernado por el Frente Amplio y Mauricio Rosencof —también extupamaro— como director de Cultura en Montevideo, esta propuesta no solo fue bien recibida sino que fue tomada como propia por la intendencia que, dos años después, en 2007, inauguraba el museo. Ferrario lo dirigió desde que abrió sus puertas hasta 2022, cuando se jubiló, al cumplir 70 años.
—Rosa murió en el 2010. Y Sara quedó sola en su casa. En algún momento, después de la muerte de Rosa, comenzó a hablarme de las cartas de su familia polaca que le habían llegado a su madre en Montevideo. También hay cartas dirigidas a Buenos Aires. Se ve que habiendo quedado sola, y sin familia, comenzó a preocuparse del destino de las cartas y me eligió a mí como depositario, por la amistad y la confianza que me tenía.

***
Bialystok, 14-2-40
Mis queridos, Feigue, mi hermana, mi cuñado y la querida Rositele:
Después de tanto tiempo de no poder escribir nada por fin puedo mandarles una carta. (...) Les escribo en forma muy concreta porque ésta es una carta que irá por correo aéreo.
Entre nosotros, las casas no han sufrido (daños) por la guerra. En la casa de Jáiele resultaron destruidas las escaleras de los 2 pisos (…). Por ahora Yosef armó otras provisorias. Lo más importante es que todos nosotros y nuestros parientes cercanos viven y han salido completamente enteros de la breve pero estremecedora matanza.
En Bialystok también estamos yo –Leitzie-, la prima Peshe, Mendl y Yosef. Yosef salió de Varsovia 2 semanas antes que nosotros y llegó 6 semanas después; es decir que estuvo 8 semanas de viaje sin lograr pasar a este lado.
Ya todos estamos trabajando pero ninguno en su oficio. Estudio en una escuela secundaria obrera la lengua rusa. En cuanto a escribir, leer y comprender no me va mal; hablar ya es más difícil. (Pero) todo esto son tonterías.
¿Cómo estás, Feigue, de salud? ¿Ya te curaste los (…)? ¿Cómo anda Meier y cómo está vuestra hijita? ¿Ya es una linda dama?
(...)
Mientras tanto pensamos permanecer acá, en Bialystok, y en el verano ver si nos adentramos en la URSS o si nos quedamos acá. Ahí (la situación) está muy mal; todo el tiempo hay requisas y constantemente hay nuevas sorpresas. Todo está muy caro y el dinero no alcanza para nada. No sabemos qué va a pasar con los que se han quedado en Varsovia porque el camino (a Bialystrok) es muy difícil y cada vez se vuelve más difícil pasar aún (la frontera) para este lado.
Termino y te pido que no dilates la respuesta a esta carta y me escribas enseguida sobre todo y todos. (...) Que estén sanos, que vivan felices y que esta carta los encuentre sanos y de buen ánimo. (...) Yo les mando mis más cariñosos saludos y besos. Besos especiales para Rositele.
Su hermana, cuñada y tía
Leitzie
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Algunos años después de la muerte de su hermana, Sara se enfermó de cáncer. Y compartió con Eugenia que deseaba traducir las cartas de su familia. Se las otorgó y Eugenia se las entregó, en Buenos Aires, a Perla Sneh —escritora, psicoanalista, investigadora, traductora literaria del ídish al castellano y vicepresidenta de la Fundación IWO (Instituto judío de investigación)—. Ella comenzó a hacerlo pero no pudo finalizar la tarea.
Entonces intentaron traducirlas con un académico catalán, David Blanquer, especializado en la transmisión de testimonios de sobrevivientes, que había editado varios libros y películas de la Shoá. Pero se quiso quedar con las cartas y llevárselas.
—Tuvimos una discusión. David se puso en contacto conmigo y luego con Sara y comenzó a pedir las cartas originales para traducirlas y publicarlas en una editorial de la Facultad de Catalunya. Su insistencia fue insoportable. Él quería viajar a Uruguay, a Montevideo, a llevarse las cartas. Finalmente las cartas las guardó Sara. Y se las entregó en custodia a Elbio. Siempre estaba la expectativa y la alegría cuando creía que tendría sus cartas traducidas.
***
Bialistok el 17/IX/1940:
Muy querida hermana Feigue, cuñado y querida Rositkele. Hace ya más de 18 meses que no sabemos absolutamente nada de ustedes. Shloime me escribió que tú recibiste mi carta, pero nosotros no recibimos respuesta. No sé qué pensar. Yo no puedo entender con qué tiene que ver este silencio. No te quiero responsabilizar porque la comunicación por correo no es normal, pero tú, de tu lado, debes escribir otra vez una carta. Tampoco en casa reciben cartas ni de tí ni de Shloime. Nosotros con la casa tenemos contactos a través de las distintas posibilidades del correo. Nosotros estamos en Bialistok. Trabajamos y estamos sanos. Cuando recibamos de ustedes una carta les vamos a contestar con una amplia carta sobre todos y todo. Escriban sin falta, sobre todos y sobre todo lo que sucede a ustedes. ¿Cómo vá la parnose (ingresos)? ¿Cómo estás Feigue con tu salud? ¿Cómo están Rositkele y su esposo? Que estén bien de salud y los saludo de corazón. Un especial saludo de tu prima Sole (¿?). ¿La recuerdas?
Vivan felices.
Vuestro
Leibl
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En 2018, Eugenia y su compañera de equipo, Paula, fueron invitadas a Montevideo a dibujar a un grupo de ex presas políticas. Era marzo cuando viajaron a Uruguay para asistir al seminario “Terrorismo de Estado y Género”, organizado por el Museo de la Memoria de Montevideo, y fueron convocadas para dejar ese registro.
—Se nos acercó una mujer y nos pidió ser dibujada. Nos dijo: “No pude declarar en un juicio, pero quisiera que me dibujaran porque estuve detenida durante la dictadura”. Comenzamos a pensar entonces cómo y dónde podríamos realizar la tarea de dibujar a mujeres uruguayas, ex presas políticas. Por sugerencia de Elbio, entonces director del MUME, decidimos que llevaríamos a cabo nuestra tarea en los jardines del museo, un espacio amable, luminoso y apacible, absolutamente opuesto a una sala de audiencias de un tribunal —recuerda Eugenia.
Un año antes, en 2017, Bekeris había expuesto en el Museo de la Memoria uruguayo la muestra “Tu Mirada, retratos testimoniales intervenidos”. Eran retratos en lápiz de hijos y hermanos de personas desaparecidas, familiares de sobrevivientes de la Shoá y miembros de pueblos originarios: personas atravesadas por genocidios. La propuesta consistía en dibujar frente a ellos mientras escuchaba sus testimonios —como hacen en los juicios de lesa humanidad— y luego invitarlos a intervenir las hojas del dibujo como quisieran. Siguiendo esa línea, Elbio sugirió hacer algo similar con las expresas políticas uruguayas e invitarlas a dar sus testimonios e intervenir sus retratos luego de que Paula y Eugenia las dibujaran.
—Volvimos en octubre y dibujamos a catorce expresas, denunciantes y testigos de delitos de lesa humanidad. La propuesta desde el comienzo fue posibilitar que las mujeres retratadas intervinieran los dibujos con fotos, textos y los elementos significativos que cada una eligiese colocar —recuerda Eugenia.
Entre ellas faltaba Sara. Para esta época, ya peleaba contra un cáncer que la comía por dentro, se había mudado a una casa de salud donde la cuidaban.
—Se estaba despidiendo. Allí me reuní con ella algunas veces y le pedí que no dejara las cartas sin traducir en su casa. Recuerdo que una tarde fue a buscarlas. Y [cuando fuimos a dibujar a las expresas] le dije: “Vos tenés que estar presente en esta muestra”. Yo la retraté, fui a la casa de salud a dibujarla, tenía un enorme árbol en su jardín, almorzamos juntas, y allí nos vimos por última vez —recuerda con cariño, Eugenia.
—Yo la visitaba regularmente —dice Elbio— y ella me hablaba de sus padres y de su familia polaca que había quedado en el gueto de Varsovia y de algunos que habían logrado salir hacia otros lugares. Cuando falleció, en 2019, me dejó en su testamento las cartas familiares. Logré traducir con amigos las que están escritas en idish, que hablan de asuntos familiares, de la separación y de la dificultad de comunicarse. También hay otras escritas en polaco que aún no logré traducir. Sara me legó la responsabilidad de hacer la historia de las cartas.
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