Lollapalooza 2025: Alanis emociona, Justin Timberlake triunfa y el romance no falla en una jornada repleta
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Lollapalooza 2025: Alanis emociona, Justin Timberlake triunfa y el romance no falla en una jornada repleta

Aunque su segundo álbum Now is the time (1992) sugería que era el momento de romperla, no fue hasta Jagged little pill (1995) que Alanis Morisette se devoró de una mascada al mundo convirtiéndose no solo en una gran estrella, sino también en una figura que redefinió el rock, hasta ese entonces profundamente masculino. La cantante canadiense torció el destino, señaló el camino y la Shakira noventera lo puede confirmar. Anoche, reencontrarse con su figura a 26 años de su primera visita a Chile, fue emocionante en la medida que parece haber detenido el calendario. Sus capacidades vocales están increíblemente intactas. Todo el dramatismo, las inflexiones que hicieron escuela y esa sinceridad lírica siguen ahí, como si aún existiera un pasaje con discado directo a los 90. Por cierto, su propia imagen no ha cambiado dramáticamente. Su famosa cabellera luce idéntica, se desplaza como siempre y gesticula como si en cada verso se jugara algo trascendental.
El público retrocedió 30 años mediante un concierto de curioso planteamiento. Cantó una canción tras otra sin mediar pausas. Nada de saludos ni de qué-emoción-volver. Por ahí hizo alguna rápida referencia a su banda estrictamente masculina -todos músicos veteranos- ajustados a las versiones originales. Tampoco se preocupó de servir un listado solo de grandes éxitos, sino que intercaló sus numerosos hits con material de discos menos expuestos. Sus recaladas en el estudio son cada vez más espaciadas, pero cada vez que lo hace justifica el retorno.
Tras un video introductorio con distintas fases de su carrera, incluyendo algunas fugaces imágenes de cuando intentaba abrirse paso como estrella de música ligera, la canadiense arremetió con Hand in my pocket, provocando un karaoke. Luego fue intercalando trozos de algunas canciones empalmadas con títulos más conocidos. Por ejemplo, con A man de Under rug swept (2002), enlazada con Hands clean. También pasó con Sorry to myself del compilado Feast on scraps (2002) seguida de Head over feet.
No fue exactamente un show explosivo sino propio de una artista de relevancia generacional que escribió una parte inolvidable del cancionero de los 90.
Cuando aún vibraban los últimos acordes de Thank U de Alanis Morissette, una portentosa banda con formidable coro surgió en escena para el esperado debut de Justin Timberlake, que también parece tener pacto para frenar el calendario. Las chicas corrieron para ver lo más cerca posible al líder de NSYNC, una de las boys band definitivas del formato. Timberlake se mostró carismático, activo y vocalmente impecable desde Mirrors, coreada de inmediato, seguida de uno de sus mayores éxitos como Cry me a river, las primeras de un total de 20 temas.
Ay amor
Toda la jornada previa de este segundo día de Lollapalooza mientras duró la luz del día estuvo marcada por lo que se podría denominar como la latinización de Lollapalooza. Bajo esa condicionante, la mayoría de los números fueron de tinte romántico, como si el evento se hubiera transformado en una frecuencia AM donde cantar al amor es regla.
La chilena Karla Grunewalt ofreció un número de gran despliegue visual. Su imaginería hechicera y gótica que decanta en un “pop etéreo” como se cataloga su cancionero, es una mezcla de Kate Bush con Tori Amos en español. Su larga cabellera roja ensortijada y el atuendo con tintes del medioevo, se combinan en un pastiche ochentero que dispara en muchas direcciones. Maneja una propuesta visual con numerosos videos, cuerpo de baile, sólida banda y notoria producción.
Inmediatamente después fue el turno de Seamoon, artista nacional suscrita a una coctelería estilística desprejuiciada -tiene algunos descuelgues en inglés- que finalmente deriva en urbano.
En uno de los escenarios intermedios continuó la presencia nacional con Pablo Pablo, también paradigmático de este esfuerzo por fusionar distintos elementos, una de las constantes de este año. Bajo un formato de guitarra, batería y saxo, propuso una música minimalista y taciturna con un interesante uso de la voz. No ocupa autotune para parchar irregularidades, sino como herramienta expansiva.
“Directamente de México, con ustedes, El Malilla”, anunció una voz en off en el Perry ‘s stage para introducir a Juan Manuel Fernando Hernández Flores. El Malilla fue el abanderado de la tarde en lugares comunes: vistió la camiseta de la alicaída selección de fútbol, preguntó varias veces si Chile estaba “listo para perrear”, y cantó sobre una pista con su propia voz.
La atención se trasladó masivamente a uno de los escenarios centrales donde se presentó Resonancia Etérea, la banda indie pop con amplias derivadas urbanas liderada por Kidd Voodoo. Sinceremos: si no fuera por su figura central, no tendrían chance alguna de actuar en un festival de estas características. Kidd Voodoo canta con propiedad pero las composiciones de Resonancia Etérea son frágiles, desaliñadas. La trama depende de él y sus líneas vocales. El resto del andamiaje a dos guitarras, bajo y batería, carece de cuerpo. Escaso aporte.
La presencia venezolana se hizo sentir con Lasso, solista nominado al Grammy latino en 2023. Acompañado de un tradicional trío, tuvo una introducción digna de un canal infantil con la voz en off y dibujos de un niñito proyectados en pantalla gigante prometiendo un gran show, lo cual solo se quedó en el enunciado. Si no fuera por las versiones de El Duelo de La Ley y Tren al sur de Los Prisioneros, su show difícilmente se retiene con un pop rock relamido.
Avanzada la tarde era evidente la mayor presencia de público respecto del viernes, como también que el incipiente otoño se dejó sentir con algo más de brisa y menos calor. Siguió la presentación del cantante y productor Francisco Victoria, uno de los más interesantes artistas chilenos del último lustro, de cualidades integrales: grandes canciones de pop atemporal, melodías para regalar, buenos arreglos y actitud. Apañado con una banda de apenas dos músicos -batería y guitarra, el bajo por pistas- , sus talentos recuerdan tangencialmente las capacidades de Cristóbal Briceño. Uno de los puntos altos de la jornada.
En el Perry ‘s stage se presentó en paralelo Arón Piper, actor y cantante de origen español conocido por la serie Élite. Con apenas dos discos también suscribe al urbano. Su facha supera ampliamente su talento musical. Invitó a Polima Westcoast para interpretar Cu4tro con estribillo al grano -”una, dos y a las tres ponte en cuatro”-.
La argentina radicada en España Nathy Peluso, se tomó uno de los grandes escenarios con pose de diva pop. A la trasandina todas las micros le sirven. Puede cantar bolero, hip hop, interpretar versiones como Vivir así es morir de amor de Camilo Sesto, y proponer un espectáculo con características de musical. Abarca todo lo que puede y aprieta poco.
Sus compatriotas Babasónicos funcionan al revés. Saben exactamente qué hacer por más de 30 años. A estas alturas son una máquina de grandes éxitos sin frases para la galería, una de las marcas registradas que más se agradece del líder y cantante, Adrián Dargelós.
Los australianos Parcels fueron el primer número anglo cuando el sol ya se iba. Con su pop bajo en calorías y formulado -una especie de electrofunk de salón con incrustaciones emotivas-, hicieron bailar a la audiencia.
En el remate de la tarde, los argentinos Ca7riel & Paco Amoroso brindaron uno de los espectáculos más vibrantes del festival hasta ahora. El escenario Smart fit les quedó más que estrecho con la masiva convocatoria para su música energética, viralizada el año pasado gracias al formato Tiny desk concerts. La vibra que escaseó durante la tarde en nombre del amor y el romance, fue recompensada ampliamente por el dúo.
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