Pendiente de un hilo

Pendiente de un hilo

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No hay vida que no esté a cada momento pendiente de un hilo. Uno empuja la puerta al salir de casa de una cierta manera o aprovecha la espera en la parada del autobús para llamar por teléfono y no sabe que está jugando temerariamente a la ruleta rusa. Una mañana de noviembre, a la hora urgente de los trabajos y las escuelas, un hombre se adelanta en el pasillo a su mujer y a su hijo de año y medio, abre la puerta, va a salir al rellano, con la prisa de todos los días, pero quizás hoy va con retraso y por eso abre más bruscamente, y nada más hacerlo, en vez de seguir el automatismo de todos los días, se detiene un momento, porque en el felpudo hay una maceta, quizás un regalo que ha dejado alguien la noche anterior. La imagen banal aunque también chocante de la maceta se corresponde con un ruido raro, “como el de un petardo”, recuerda este hombre, el periodista Juan Palomo, 24 años después. Entonces cierra la puerta, con un sobresalto que le acelera el corazón, y va a la habitación más cercana a ella, donde su mujer, Aurora Intxausti, le está poniendo el gorro de lana al niño, al que estaban a punto de llevar a la guardería. Hay pormenores que el tiempo no borra, marcadores de alarma en lo más profundo de los sistemas neuronales de supervivencia: ese ruido al abrir, la maceta inesperada, el gorrito de lana que la madre está poniéndole al hijo tan pequeño, año y medio, cuando todavía no dicen más que unas pocas palabras, y caminan como equilibristas inexpertos con las piernas muy abiertas, tan desvalidos que da pena despertarlos temprano en las mañanas de frío y dejarlos en la guardería.

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ElPais.com

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