Se escondió cuatro días entre maderas y pudo escapar de Auschwitz: la historia de Rudolf Vrba, el hombre que huyó para contar
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Se escondió cuatro días entre maderas y pudo escapar de Auschwitz: la historia de Rudolf Vrba, el hombre que huyó para contar
El escritor inglés Jonathan Freedland narra en “El maestro de la fuga” la increíble hazaña de un prisionero que escapó del campo de exterminio y volcó su testimonio en un informe que evitó 200.000 muertes
“En la actualidad hay cuatro crematorios funcionando en Birkenau, dos grandes, I y II, y dos más pequeños, III y IV. Los de tipo I y II constan de tres partes, es decir: (A) el cuarto de la caldera; (B) las grandes salas; y (C) la cámara de gas. Una enorme chimenea se eleva desde el cuarto de la caldera en torno a la cual se agrupan nueve hornos, cada uno con cuatro aberturas. Cada abertura es suficiente para tres cadáveres normales a la vez y después de una hora y media los cuerpos se han consumido completamente”.
Informe Vrba-Wetzler
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Aún en el centro neurálgico de la fábrica de muerte en serie que montó el nazismo durante el Holocausto, ese lugar que, como la gran parte de los engranajes de esa máquina, comenzaba con un engaño, un cartel ondeante y cínico en la entrada que avisaba: “Arbeit macht frei” (el trabajo os hará libres). Aún el campo de exterminio de Auschwitz tenía una grieta. Un punto ciego que, con 19 años y una pulsión visceral por avisar al mundo lo que estaba sucediendo con los judíos en Europa —la denuncia más que la propia supervivencia— Rudolf Vrba y su compañero de fuga, Alfred Wetzler, un conocido al que se había encontrado en el corazón de la muerte, descubrireron.
Vrba había pasado por varios puestos de trabajo forzado en su trayectoria por los campos. Era sangre joven y el azar lo había ayudado. Principalmente había tenido que clasificar las pertenencias de los recién llegados en el sitio donde arribaban los trenes con los judíos que iban a ser asesinados, lo que incluía retirar los cadáveres de los que habían muerto durante el viaje. Tambien trabajó en el registro de deportados, lo que le permitió hablar con algunas personas. En cada una de sus tareas trataba de observarlo todo, recopilar toda la información posible y grabarla en su memoria. Necesitaba contarle al mundo. Advertir a los judíos para que se sublevaran, para que dejaran de subirse a los trenes creyendo que iban a un lugar mejor.
Cuando Vrba y Wetzler se encontraron, planearon escapar.
El 7 de abril de 1944, apañados por otros dos prisioneros, se escondieron debajo de una gran pila de madera estancada, destinada a una futura construcción que no iba a concretarse pronto. Una pila amontonada entre las vallas perimetrales del interior y el exterior del campo; un lugar que, si no había alerta de fuga, quedaba sin vigilancia por la noche. Para evadir a los perros con los que los iban a buscar al darse cuenta de su ausencia, según habían aprendido en intentos de huida de otros prisioneros, rociaron la zona con tabaco impregnado en gasolina, un truco que les había enseñado un prisionero soviético. Por la noche, un oficial de las SS advirtió que faltaban dos y dio aviso a los demás. La cacería para encontrarlos había comenzado.
Vrba y Wetzler se quedaron escondidos e inmovilizados bajo las tablas durante tres noches y cuatro días. También habían aprendido que el protocolo indicaba ese tiempo de búsqueda antes de darlos por fugados. Si lograban quedarse ocultos sin que los descubrieran podrían salir. Wetzler contó en sus memorias que apretaban con las mandíbulas tiras de franela que se habían metido en la boca cada vez que les picaba la garganta. Tenían el cuerpo agarrotado. Los músculos tiesos. Pero las SS no habían dado con ellos, aunque se habían acercado más de una vez. Por fin escucharon el grito que avisaba que la búsqueda se desactivaba.
La noche del 10 de abril salieron del montón de madera arrastrándose. Huyeron hacia Eslovaquia. Caminaron unos 130 kilómetros. Escalaron montañas. Cruzaron ríos. Lo lograron.
“(A un lado existe una gran «sala de recepción», que está acomodada de tal modo que da la impresión de ser la antecámara de un establecimiento de baños. Esta alberga a 2000 personas y al parecer hay una sala de espera similar en la planta de abajo. A partir de ahí, una puerta y unos escalones conducen a la cámara de gas por un largo y estrecho pasillo. Las paredes de esta cámara también están disfrazadas con entradas similares a cuartos de ducha, con el fin de engañar a las víctimas. Este techo está equipado con tres trampas que pueden ser herméticamente cerradas desde el exterior”.
Informe Vrba-Wetzler
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“No me parecía que mi plan de escape no tuviera ninguna esperanza. Los alemanes creían firmemente que habían creado un sistema impecable. Y yo traté de encontrar su punto débil. Había un montón de intentos de fuga y procuré aprender de esos intentos fallidos, que terminaban en la horca”, contó Vrba en el 2000, en una entrevista para la Radio Checa.
Hay quienes dicen que fueron los primeros judíos en escapar de Auschwitz y sobrevivir. “Pero como no hay unanimidad, es mejor decir que fueron unos de los primeros en escapar”, mencionó en una entrevista Jonathan Freedland, periodista (The Guardian, The Jewish Chronicle, New York Times) y escritor inglés, autor del libro El maestro de la fuga: el hombre que escapó de Auschwitz para alertar el mundo (Planeta, 2023). “En total, no hubo ni diez prisioneros que se fugasen del campo de concentración, serían unos seis... eso ya lo hizo una figura interesante”.
La primera vez que supo de esta historia, Freedland tenía la misma edad que Vrba cuando huyó del corazón de la muerte: 19. “Estaba en un cine, en Londres, viendo un documental, Shoá, de nueve horas y media, de Claude Lanzmann. Es una sucesión de entrevistas de sobrevivientes que en aquel momento me parecieron muchos hombres grises, rotos, mayores y, de repente, aparece esta figura de un hombre más joven, con mucho carisma, con cabello moreno, que hablaba inglés, estaba en Nueva York, tenía abrigo de cuero, se parecía un poco a Al Pacino. Y él menciona de pasada que había escapado de Auschwitz. Yo estaba en la sala y pensé: ‘¿Cómo?’. Incluso en aquel entonces sabía que los judíos no escapaban de Auschwitz, prácticamente ninguno lo consiguió”, cuenta el autor en una nota con el Centro Sefarad-Israel, una institución diplomática de España que trabaja como puente entre su país y el mundo judaico.
Ese dato, nada menor, se clavó en su cabeza. Y 40 años más tarde, en un momento en el que cree que la memoria y los hechos del pasado corren peligro, volvió a esa historia. La investigó y la volcó en su libro de no ficción. “Empecé a pensar en por qué había escapado. Había escapado para sacar la verdad de esta montaña de mentiras. Nosotros vivimos en una época de postverdad, de fake news, y esta persona lo arriesgó todo en favor de la verdad”, reflexiona.
“Vrba quería advertir a los últimos judíos de Europa del destino que les esperaba al final de la vía férrea. Brillante estudiante de ciencias y matemáticas, memorizó cada uno de los detalles de la maquinaria nazi y lo arriesgó todo para recopilar los primeros datos de la Solución Final. Tras su huida, sacó de contrabando el primer relato completo de cuanto acontecía en los campos de exterminio, un informe detallado que finalmente llegaría a manos de Franklin Roosevelt, Winston Churchill y el Papa, y que acabaría salvando miles de vidas judías. El maestro de la fuga es la historia de un hombre que merece ocupar su lugar en la historia junto a Ana Frank, Oskar Schindler y Primo Levi, protagonistas todos ellos del capítulo más oscuro de nuestro pasado reciente”, se lee en la síntesis de la obra.
“La gasificación se lleva a cabo de la siguiente manera: las desafortunadas víctimas son llevadas a la sala (B) donde se les pide que se desnuden. Para respaldar la mentira de que el objetivo es bañarse, cada persona recibe una toalla y un pequeño pedazo de jabón de manos de dos hombres vestidos con batas blancas. A continuación, son apiñados en la cámara de gas (C) en tal número que para comprimir esta multitud en el estrecho espacio, a menudo disparan algunos tiros para provocar que los que están al fondo se junten”.
Informe Vrba-Wetzler
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Rudolf, o “Rudi”, Vrba —nombre que adoptaría después de escapar de Auschwitz y cambiaría formalmente al finalizar la guerra— había nacido llamándose Walter Rosenberg, en Checoslovaquia —actualmente Eslovaquia—, el 11 de septiembre de 1924. Había crecido con las marcas del antisemitismo desplegado por Hitler, que se expandía como una mancha de aceite pringosa en Europa: por ser judío lo habían echado del colegio a los 15 años, en Bratislava, lo que lo llevó a seguir estudiando en su casa y a comenzar a trabajar como obrero. En su país los judíos estaban cercenados por un puñado de restricciones solo para ellos: en educación, viviendas, empleo, viajes. Y eran obligados a llevar consigo una estrella amarilla que los identificara. Los puestos de trabajo siempre eran, en primer lugar, para personas no judías, quedando los miembros de esta comunidad casi sin recursos ni opciones.
Vrba tenía 17 años cuando decidió unirse al Ejército Checoslovaco, en Inglaterra; no exactamente por vocación o amor a su suelo: en 1942 las autoridades de su país anunciaron que los judíos serían enviados como reservistas a Polonia, comenzando por los jóvenes. Para evitar eso, que intuyó como una deportación, se enlistó en el cuerpo militar nacional —era la primera de varias fugas—. Pero su plan falló: en la frontera con Hungría lo devolvieron a las autoridades eslovacas que lo enviaron a su primer purgatorio: un campamento de transición donde retenían a judíos que esperaban que los exiliaran. Poco tiempo después se las ingenió para escapar también de allí pero fue atrapado y, el 15 de junio de 1942, lo enviaron al campo de concentración y exterminio Majdanek y luego a Auschwitz, donde encontró a Alfréd Wetzler.
Su primera sensación al ver el letrero de Arbeit macht frei, cuenta Freedland, “fue de alivio”. Acababan de deportarlo del campo de Madjanek y pensaba, como la mayoría de los que llegaban, que le esperaba un mejor pasar, lejos del frío, del barro y la suciedad. “Creyó que era un lugar con orden y, como todos los judíos, en ese momento no sabía nada sobre la función de Auschwitz”.
Allí fue asignado para trabajar en Auschwitz II-Birkenau, el campo de exterminio dependiente de Auschwitz I, ubicado a cuatro kilómetros del principal, clasificando las pertenencias con las que llegaban las personas creyendo que iban a ser trasladadas a un destino mejor. La ropa, la comida, los medicamentos que les quitaban al bajar de los trenes eran llevadas a sitios de almacenamiento construidos allí. Por tener acceso a ellas, Vrba se mantuvo sano. Trabajó allí desde agosto de 1942 hasta el 7 de junio de 1943. En 1985 le contó al cineasta y periodista Claude Lanzmann, para el documental Shoá, que había visto llegar cerca de 200 trenes durante esos diez meses.
“Cuando la multitud se encuentra en el interior, las pesadas puertas se cierran. Después se produce una breve pausa y la temperatura ambiente del cuarto aumenta hasta cierto nivel, después los hombres de las SS con máscaras de gas suben al techo, abren las trampas y arrojan una preparación en polvo de latas etiquetadas «CYKLON, para uso contra parásitos», que se fabrica en Hamburgo. Se presume que este es «cianuro» mezclado de tal manera que se convierte en gas a cierta temperatura. Después de tres minutos todos en la cámara están muertos”.
Informe Vrba-Wetzler
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Rudolf Vrba y Alfréd Wetzler cruzaron la frontera entre Polonia y Eslovaquia el 21 de abril de 1944. Poco después se reunieron con autoridades del Consejo Judío de su país, que eran las encargadas de organizar las deportaciones a los campos, y, en el sótano de un hogar de ancianos, en entrevistas por separado, comenzaron a contarles todo lo que habían visto, oído y vivido. Cómo estaban diseñados los campos, cómo era su estructura, cómo utilizaban a una parte de los judíos como mano de obra esclava y cómo la gran mayoría era asesinada en masa en las cámaras de gas. El resultado fue un informe de unas 40 páginas, reescrito varias veces, con descripciones y mapas detallados y estimaciones de cantidad de víctimas que daba cuenta de la magnitud del genocidio.
El documento —pasado de mano en mano de forma clandestina entre activistas de la resistencia y diplomáticos— dio la vuelta al mundo: llegó al Vaticano, a Churchill, a Roosevelt y apareció en la BBC. Pero pasaría más de un año para que la matanza en serie acabase.
En la entrevista del año 2000 para la Radio Checa, ante la pregunta de por qué no se hizo nada en ese momento, Vrba explicaba que no es sencillo leer la historia bajo el prisma de la contemporaneidad. Y que el objetivo de aquel informe era, principalmente, advertir a los judíos húngaros para que frenaran las deportaciones, que supieran la verdad y no se subieran a los trenes.
Al ser consultado sobre esto, en su entrevista con el Centro Sefarad-Israel, Freedland dijo: “Muchas personas no creyeron las palabras de estos jóvenes judíos. Puede ser por antisemitismos pero también, en el fondo, hay una cuestión más humana que es que nos resulta muy difícil creer en noticias realmente terribles o promesas que llevan a nuestra propia destrucción. ‘Esto no puede ser cierto’. No querían que fuera cierto. No podían concebir un plan que pudiera tener como objetivo erradicar a todos los judíos del mundo”.
Aún así, y pese a la demora de la intervención internacional, la presión de algunos líderes mundiales logró que terminaran las deportaciones en Hungría. Y el informe Vrba-Wetzler pudo salvar entre 100.000 y 200.000 judíos húngaros de los campos de exterminio.
Después de escribir el documento, Vrba se unió a los partisanos eslovacos, acompañado por su amigo Alfréd Wetzler. Una vez terminada la guerra se fue a estudiar a Praga y se convirtió en un virtuoso bioquímico. Luego se nacionalizó como británico pero no se radicó allí sino que se mudó a Vancouver, donde se casó, tuvo dos hijas, se separó, se dedicó a la enseñanza y murió en el año 2006. Durante su vida participó de numerosos proyectos vinculados a su experiencia en los campos de exterminio, a dar testimonio de lo que sucedía allí y de cómo fue una de las pocas personas que logró fugarse y vivir para contarlo.
“Durante 40 años he estado pensando en escribir este libro y, tras darme cuenta de que estábamos en un mundo acosado por las mentiras, con ejemplos tan obvios como la campaña del Brexit y la de Trump en 2016, pensé que Rudi lo había arriesgado todo para sacar la verdad de debajo de una montaña de mentiras. Su ejemplo me pareció una especie de caso definitivo de lucha contra la postverdad y las fake news”, dijo Freedland en una entrevista con El Periódico de España sobre El maestro de la fuga.
“[Vrba] tenía la intuición de que una de las armas más importantes de los nazis era el engaño —dice en la misma conversación—. Les mintieron a sus víctimas para que subieran de una manera tranquila y ordenada a los trenes que les llevarían a la muerte. Creían que estaban comenzando una nueva vida en el este, porque eso era lo que les habían dicho. Y ese orden y calma fue esencial para los nazis y su método de asesinato en masa. Su cadena de montaje de la muerte no podía funcionar sin él. Rudi se dio cuenta de que la única forma en que podría arrojar arena a los engranajes de esa máquina de matar era rompiendo ese engaño y acabando con la ignorancia de los judíos de Europa para que por fin supieran su destino. Así que creo que tanto su perspicacia como su edad jugaron un gran papel, junto con el puro valor físico y el tremendo ingenio. Por no hablar de su asombrosa memoria, que le permitía almacenar los datos de la muerte en su cabeza”.
Freedland asegura que Vrba “fue un testigo incómodo”. “Incluso ahora que los supervivientes del holocausto son muy, muy viejos, esperamos que de alguna manera nos consuelen, que nos digan que, al final, los seres humanos somos buenos. Pero Rudi se negó a hacer eso. Él señaló con su dedo acusador a todos aquellos que no habían transmitido o actuado de acuerdo con el informe que él y Fred habían sacado de contrabando de Auschwitz. Como una vez le dijo a un productor de televisión de la BBC: ‘No soy el cliché sobreviviente del Holocausto’. [...] Dicho de otra manera, estaba contando una historia que no era cómoda de escuchar: la gente quería que le dijeran que todos los que no estaban del lado de los nazis eran héroes, que los Aliados (Estados Unidos y el Reino Unido, así como los judíos líderes en Hungría) se comportaron perfectamente. Y Rudi insistió toda su vida en decir que la historia no era tan simple como eso”.
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