Sin saberlo, todos honramos a Thor durante las Navidades gracias a un ritual pagano: el árbol de Navidad

Sin saberlo, todos honramos a Thor durante las Navidades gracias a un ritual pagano: el árbol de Navidad

Para encontrarlo hay que echar mano de la tradición oral y viajar a la Europa del siglo VIII, más concretamente a lo que hoy es Alemania. Allí, cerca de Geismar según algunas versiones, o Hessia, según otras, vivía una comunidad de paganos que adoraban a Thor de una forma bastante curiosa. Sus habitantes estaban convencidos de que su deidad estaba representada por un árbol, un enorme y frondoso roble al que apodaban "Roble del Trueno" o "Roble de Thor".

Para los lugareños su tronco y ramas eran sagradas, así que cada invierno los lugareños cumplían un ritual sangriento a sus pies: sacrificaban una víctima, casi siempre un niño, en honor a su dios, el poderoso hijo de Odín.

Entre santos, báculos y hachas

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Aquello del árbol conectado con el panteón nórdico y los sacrificios no gustó demasiado a un monje benedictino oriundo de Inglaterra que por esas mismas fechas se dedicaba a recorrer el Norte de Europa con los evangelios bajo el brazo. Su nombre, Winifred, aunque ha pasado a la historia como san Bonifacio.

Durante años y bajo el auspicio primero del papa Gregorio II y más tarde de su sucesor, Gregorio III, el religioso se dedicó a recorrer Frisia, Turingia, Hesse o Baviera como misionero, bautizando a paganos y sobre todo contribuyendo a la organización de la Iglesia en la región. Tan bien le fue de hecho que el Sumo Pontífice acabó nombró a Bonifacio arzobispo y delegado papal.

La cuestión es que cuando se enteró de la costumbre de un grupo de paganos de sacrificar a un niño cada invierno a los pies de su "roble del trueno", Bonifacio decidió tirar de sus dotes de misionero e intervenir. La historia es épica, digna de las leyendas y la tradición oral que a menudo pueblan el santoral. El religioso se presentó en el lugar del ritual y para demostrar a los lugareños que el roble en cuestión no tenía poder divino alguno, se lio a machetazos hasta derribarlo.

Los detalles no siempre coinciden, pero la leyenda dice que Bonifacio y sus compañeros llegaron a la aldea poco antes de que se celebrase el ritual pagano. El santo usó primero su báculo para detener el sacrificio y luego, con un hacha, se dedicó a derribar allí mismo, ante los cariacontecidos lugareños, el roble.

Hay versiones que afirman que ni tuvo que golpearlo. Nada más blandir el hacha se levantó una ráfaga que derribó el árbol. Otras, un poco menos épicas (solo un poco) sostienen que le llegó un solo golpe para que el roble se viniera abajo.

La cosa no se quedó ahí. En la misma zona había un pequeño abeto que Bonifacio decidió nombrar sustituto del roble de Thor. "Este arbolito, un niño del bosque, será tu árbol sagrado esta noche. Es el bosque de la paz, el signo de una vida sin fin, porque sus hojas están siempre verdes. Mira cómo apunta al cielo", arengó el santo, según la versión recogida por la web religiosa Catholic Answer. 

"Llámese a este el árbol del Cristo-niño, reuniros a su alrededor, no en el bosque salvaje, sino en vuestras propias casas", remató el santo cristiano.

La realidad es que los ecos de la tradición resuenan desde mucho antes. 

Entre los siglos II y III d.C. Tertuliano, ya escribía sobre la tradición romana de usar laureles y luminarias durante las celebraciones de invierno. También sabemos de la afición de los celtas por decorar árboles durante los solsticios de invierno para propiciar el regreso del Sol o la de los propios romanos de engalanar sus calles coincidiendo con las Saturnales, que caen también en diciembre.

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El cristianismo acabó incorporando, readaptando y haciendo suyas tradiciones que, como la del árbol de Navidad, se han ido enriqueciendo con sus historias.

La del roble de Thor y san Bonifacio no es la única. Hay quien dice que la costumbre de decorar los árboles con velas se la debemos a otra figura destacada del cristianismo, aunque en este caso la rama protestante: el reformador religioso Martín Lutero, oriundo de Eisleben, quien supuestamente las añadió en el siglo XVI en un intento por captar la belleza de las estrellas centelleando de noche.

Lo innegable a las puertas de las Navidades de 2024 es que los árboles se han convertido en un símbolo universal de las fiestas e incluso motivo de competición entre algunas ciudades que pugnan por ver quién es capaz de levantar el más alto.

Todo, cuenta la leyenda, gracias a San Bonifacio y Thor.

Imágenes | Wikipedia y Alex Haney (Unsplash)

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Xataka.com

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