Sus marionetas gigantes bailan por las calles de San Miguel de Allende
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Sus marionetas gigantes bailan por las calles de San Miguel de Allende

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your-feed-fashionPuppetsParadesFestivalsHandicraftsStreet PerformersContent Type: Personal ProfileArroyo, Hermes (1970- )San Miguel de Allende (Mexico)Mexico
Hermes Arroyo crea mojigangas, una versión del papel maché llamada cartonería que fue traída a México y sigue siendo popular.
A la entrada del taller de Hermes Arroyo había una colección de figuras gigantes de papel maché y cartón más altas que la puerta y ataviadas con adornos, listas en cualquier momento para uno de los muchos desfiles y festivales que se celebran a lo largo del año en las calles empedradas de esta ciudad del centro de México.
En un lado, un esqueleto sonriente y enjoyado del Día de Muertos; en otro, una voluptuosa bailaora de flamenco española con un vestido de puntos, mantilla de encaje negro y mirada provocadora. En el patio, a unos pasos de distancia, novios y novias de gran tamaño que esperan por su gran día.
Estas marionetas gigantes, animadas por los bailarines que las llevan, se llaman mojigangas. En otras partes de México, a veces se les conoce por nombres que son variaciones de "gigante" o "muñeco".
Proceden de tradiciones españolas --la palabra mojiganga deriva del nombre de un estilo de teatro burlesco y farsesco-- y han existido en el Nuevo Mundo de una forma u otra durante al menos 250 años. Con el tiempo, se incorporaron a muchas celebraciones comunitarias aquí y en otros lugares de Latinoamérica, al igual que sus homólogos a gran escala en todo el mundo, desde los gigantes de Douai en Francia o las imponentes marionetas de los festivales de Dussehra en India.
Arroyo, de 54 años, se aficionó a las mojigangas desde que era niño en San Miguel, ayudando desde los 7 años en el taller de un tío que hacía estatuas de santos, máscaras y mojigangas. Utiliza su formación artística formal para hacerlas agradables y bien proporcionadas, lo que describió como "humanoides".
"Quiero llenar el mundo de mojigangas", dijo Arroyo con una gran sonrisa. Para él, sus creaciones son como el pastel de una fiesta. "Una fiesta sin pastel, pues no es fiesta.", dijo, "entonces, nosotros, ese es el pedacito que queremos dar".
Las suyas no son las únicas mojigangas que se producen en San Miguel, pero son las más conocidas y tienen una estética característica, según Eduardo Berrocal López, director de operaciones del Museo La Esquina, dedicado a los juguetes de arte popular mexicano.
"Él es un escultor maravilloso", dijo Berrocal, y añadió que las mojigangas de Arroyo suelen tener un aspecto menos rústico, van mejor vestidas (hasta incluso sus largas pestañas de papel) y son más divertidas que la mayoría. "No todo mundo tiene esos terminados tan preciosos como los tiene él".
Una mezcla animada
Para crear su elenco de personajes, Arroyo recurrió a arquetipos mexicanos clásicos, así como a su propia vida. Frida Kahlo está en su colección, pero también hay representaciones de un albañil que solía trabajar en su casa y de Doña Fausta, quien hacía tortillas para la familia.
En un guiño a la numerosa población de expatriados de San Miguel, ha incluido mojigangas de aspecto gringo, algunas con el pelo increíblemente rubio, ojos azules brillantes y, como la mayoría de sus personajes femeninos, pechos exuberantemente grandes. (Recuerda haberse metido en problemas durante sus años en la escuela católica por dibujarlos).
Arroyo, sus cuatro ayudantes y sus colaboradores ocasionales trabajan en un taller del centro de la ciudad, en una casa que él llama La Casa de las Mojigangas. Es donde nació su abuela paterna (la planta baja data del siglo XVIII) y donde él creció como el séptimo de 12 hermanos. Hoy viven allí él y su esposo, Alfredo Aguilera, y algunos miembros de su familia extendida ocupan apartamentos que se han ido añadiendo a lo largo de los años.
Una pequeña tienda a la izquierda de la entrada principal vende productos artesanales locales, muchos de ellos de fabricación propia. Dentro del espacio de trabajo principal, las paredes y los bancos están abarrotados de máscaras a medio terminar, figuras de musculosos luchadores de lucha libre que aún esperan por sus brazos, pequeñas estatuas de santos y cabezas y torsos de mojiganga en distintas fases de producción.
Las figuras están hechas de papel y una solución adhesiva, una versión del papel maché llamada cartonería que fue traída a México por los españoles y sigue siendo popular en muchas artes y oficios tradicionales. El taller compra grandes rollos de papel artesanal pesado; uno puede pesar hasta 180 kilogramos.
Aunque de vez en cuando hace mojigangas más grandes, las creaciones de Arroyo suelen medir unos 2,4 metros de alto por sí solas; su altura final depende de las personas que las lleven puestas. Y completamente vestidas, cada una pesa entre 12 y 15 kilogramos.
Una figura comienza con un molde en bruto, hecho de papel enrollado o bolsas de plástico, para establecer la forma general de la parte superior del cuerpo. Luego viene el meticuloso proceso de sumergir trozos de papel en el adhesivo y aplicarlos, uno a uno, al molde para crear una cubierta exterior resistente. Cuando la cubierta se seca durante unos días, se retira el molde, se monta la figura en una estructura básica de palos de madera y se empieza a trabajar en sus rasgos característicos. De principio a fin, se toman unas tres semanas en crear una mojiganga.
Arroyo mezcla sus propios colores de pintura para la piel, los ojos y el maquillaje, y dos de sus hermanas cosen los trajes, cubriendo la longitud de la estructura con largas cortinas de tela. Cuando está lista para ser usada, la mojiganga se levanta sobre la cabeza de la persona como un vestido grande, y el peso de la estructura descansa sobre los hombros, sostenido por un arnés hecho de fibras vegetales. Solo asoman por debajo la parte inferior de las piernas y los pies.
A diferencia de muchas marionetas, las mojigangas no tienen varillas ni cuerdas. El bailarín se sujeta al armazón y utiliza los movimientos del cuerpo para echar hacia atrás el pelo del personaje o para balancear los brazos de tela de peluche.
Historia colorida
Las marionetas son una forma de arte antigua, probablemente tan antigua como el teatro e incluso la narración de cuentos, según Kristin Haverty, de UNIMA Internacional, acrónimo de Unión Internacional de la Marioneta. "El deseo de animar objetos inanimados, creo, es algo muy innatamente humano", afirmó Haverty, quien dirige la comisión de comunicación y relaciones públicas de la organización, que promueve las marionetas en todo el mundo.
Parte de la belleza de las marionetas gigantes, añadió, es que pueden atraer a una multitud y crear una experiencia comunitaria: "Ya sea para algo festivo, triste o una protesta, reúne a la gente".
John Bell, profesor asociado de la Universidad de Connecticut y director del Instituto Ballard y Museo de Marionetas de la escuela, dijo que el tamaño de las marionetas gigantes hacía que todo se viera patas arriba.
"Es muy emocionante, y cambia la escala del entorno público", dijo. "De repente, somos muy pequeños. Los edificios parecen más pequeños. Estás en presencia de enormes fuerzas".
La historia de México con las mojigangas no está bien documentada. "Está claro que nuestra tradición de los gigantes, de estas figuras, viene de España", dijo Graciela Cruz López, historiadora local y amiga de Arroyo desde hace mucho tiempo, quien ha investigado el tema.
Los emigrantes de la región vasca del norte de España probablemente habrían introducido este aspecto de su cultura, añadió, y, por lo que ella sabe, la primera aparición documentada de estas figuras gigantes en México se produjo en el siglo XVIII.
En el propio San Miguel, dijo Cruz, el comercio de cartonería ya formaba parte de la economía de la ciudad en el censo de 1880. Y a principios del siglo XX, varios talleres locales fabricaban mojigangas y otras figuras de cartonería, incluidas, dijo, representaciones de Judas (el discípulo que se dice que traicionó a Jesús) que se quemaban. Hasta hoy, las figuras de Judas se destruyen con petardos durante las ceremonias públicas de Pascua.
Berrocal, del Museo La Esquina, dijo que San Miguel tenía algunos jóvenes mojigangueros de talento, como se llama a los fabricantes de mojigangas, entre ellos un sobrino de Arroyo. Así que Arroyo "que se cuide porque lo van a alcanzar", dijo con una gran risa.
Repleto de trabajo
Durante más de 30 años, Arroyo ha tenido un trabajo diurno como profesor de arte --no de mojigangas, sino de un currículo normal-- en una escuela pública de formación profesional especial para adolescentes y jóvenes de una ciudad cercana.
Parte de su trabajo con las mojigangas se centra en apoyar la cultura local. Si una organización local sin fines de lucro, una escuela, una iglesia o una organización comunitaria necesita mojigangas para un acto, él se las presta gratuitamente (o quizá a cambio de un plato de tamales), como una manera de ayudar a mantener la tradición, dijo.
En cuanto al negocio, se pueden alquilar un par de figuras por unos 150 dólares la hora, lo que incluye los servicios de los bailarines que las llevarán. Se venden por unos 500 dólares cada una.
El taller puede desmontar, empaquetar y enviar una figura a compradores de otros países, aunque en algunos casos el envío puede costar más que la propia mojiganga, señaló Aguilera, el esposo de Arroyo, quien se ocupa de muchos de los aspectos logísticos del negocio y organiza eventos.
Las bodas son una gran fuente de ingresos. San Miguel es un destino para parejas de todo México y del extranjero, por lo que Arroyo trabaja con más de una decena de organizadores de bodas para incorporar la aparición de mojigangas de novios en la recepción o en una fiesta.
El taller puede incluso elaborar los rasgos de las figuras para que se parezcan a la pareja real. Una tarde reciente, Aguilera estaba retocando las orejas de un novio mojiganga, mirando de vez en cuando una foto del futuro novio real que tenía en su teléfono.
Las mojigangas de boda suelen ser de alquiler, pero a veces gustan tanto a los novios que las compran, dijo Arroyo. "Ya cuando se separan las queman", añadió con una risa perversamente alegre.
Arroyo también da clases individuales o en grupo en las que los visitantes pueden pasar un par de horas en el patio pintando y poniendo accesorios a sus propias muñecas mojiganga, figuras de cartonería lo bastante pequeñas para caber en una mochila.
Un sábado de febrero, Keira McCarthy estaba de visita en San Miguel desde su casa de Woodbury, Long Island, Nueva York, y estaba trabajando en una "mini-yo", como ella la describió. Se le había dado forma a la figura con antelación, basándose en una fotografía que ella había enviado de sí misma con un elegante vestido negro.
Después de pintar las superficies principales, Arroyo se encargó de los detalles, como los ojos y el pelo. Ella le hizo poner flores en el pelo de la muñeca, y Arroyo añadió unas lentejuelas diminutas al vestido.
"Me encanta haber tenido esta experiencia con un maestro", dijo McCarthy, quien había pagado unos 120 dólares por la clase. Dijo que pensaba regalarle la pieza terminada a su madre.
Arroyo se declaró satisfecho con el resultado. "Muy sexi", dijo.
Las mojigangas de Hermes Arroyo están hechas de papel y una solución adhesiva, una versión del papel maché llamada cartonería. Por sí solas, las figuras miden unos 2,4 metros de altura. (Fred Ramos/The New York Times)
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