Una angustia indecible
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Una angustia indecible
Cada octubre, con las lluvias, mi madre dejaba a mano una linterna blanca y verde, con una agarradera y una luz intermitente en lo alto, porque lo habitual era que se fuera la electricidad y que lloviera tanto que se suspendieran las clases. En la radio, que funcionaba a pilas, lo llamaban gota fría, y esas dos palabras provocaban algo que yo había visto tan a las claras muy pocas veces: el miedo. Por instinto, cada uno sabía lo que había que hacer en cuanto caían las primeras gotas. Se bajaban las persianas y se subía a las plantas más altas. Se subía el volumen del transistor.
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