Una tragedia americana
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Una tragedia americana
Un detalle me llamó la atención al leer las circunstancias en que fue detenido el asesino del consejero delegado de UnitedHealthcare, en un McDonald’s de las afueras de Altoona, en el Estado de Pensilvania. Digo las afueras, pero tratándose de Estados Unidos es un término inútil: en la mayor parte de las ciudades no hay un centro amplio y coherente en torno al cual se hayan extendido. There is no there there, decía Gertrude Stein refiriéndose a Los Ángeles. Allí no hay un allí. Todo es una periferia expansiva, espacios repetidos y como prefabricados a lo largo de nudos de carreteras y autopistas, con la presencia permanente de los restaurantes de comida rápida, los drive-through que le permiten a uno comprarse su hamburguesa o su cubo de pollo refrito o su taco o pizza sin bajarse del coche, iluminados y en funcionamiento las 24 horas del día, brillando como fanales en la distancia hasta en lo más desierto de la noche. En uno de esos McDonald’s alguien reconoció al sospechoso. Es una imagen exactamente americana: uno de esos clientes solitarios de los McDonald’s o los Starbucks, aunque también se les ve en las bibliotecas públicas, enclaustrado y aislado del mundo bajo una capucha, a mil kilómetros de quien tienen al lado, con un portátil delante, muy inclinado sobre él, muchas veces comiendo con distracción y avidez, escarbando la comida en un cuenco desechable con un tenedor de plástico, o con los dedos, una comida que llena el aire de un olor muy fuerte a grasa frita enfriada.
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