Washington no responde corazón

Washington no responde corazón

El Ciudadano

Por Amanda Durán

El chico más irresistible en la fiesta del crecimiento económico, que declaró repudiar cualquier trato con “países comunistas”, ha dejado que China conquiste su corazón financiero. El giro de Milei es tan radical que confundiría incluso a aquellos más expertos exploradores sentimentales. ¿Qué lo hizo cambiar tan rápido?

La respuesta está en los datos: cuando la inflación supera el 250% y las medidas de ajuste económico incluyen recortes del 38% en jubilaciones, la devaluación del peso argentino está a la mitad de su valor, y la pobreza ya alcanza el 57%, la moral se convierte en un lujo que solo los países prósperos pueden permitirse.

Las medidas de Milei, basadas en los principios capitalistas instaurados en Chile, hacen que Pinochet parezca moderado. En solo dos meses, Milei aplicó ajustes que a Pinochet le llevaron años, y que en su magnitud superan incluso las políticas neoliberales de la dictadura chilena. Reducción del gasto público, un brutal recorte de ministerios, secretarías y subsidios, junto con una devaluación que desplomó el poder adquisitivo. Recetas de los «Chicago Boys«, sí, pero aplicadas a una velocidad y profundidad inesperadas. El mayor peligro es que esta prisa acelere en su país una crisis similar a la de Chile en 1982.

Argentina, atrapada en un vínculo de dependencia emocional con Estados Unidos, se debate entre el desastre y la subsistencia. Washington, con hiriente indiferencia, lo relega al silencio, y ante este ghosting los principios de Milei se desmoronan.

Es cierto que la táctica de Milei ha conseguido un crecimiento económico del 1,3% desde abril, pero este dato debe entenderse dentro del contexto de una recesión. Las medidas de austeridad y los recortes presupuestarios, aunque han reducido la inflación mensual a menos del 5%, han devastado a la población más vulnerable.

Gracias a la excitación de Milei por el modelo chileno, la pobreza argentina ha alcanzado niveles históricos y el desempleo se ha disparado. Expertos como Félix Salmon describen sus políticas como una «bola de demolición», que, aunque logró un alivio inflacionario temporal, ha profundizado la recesión y provocado una caída significativa en los ingresos de los hogares. Alejandro Werner advierte que, lejos de estabilizar la economía, esta estrategia podría generar un colapso aún mayor, con una disminución en la inversión y el consumo debido a la incertidumbre.

El romance entre Milei y Washington parecía sacado de una novela pasional: un ‘libertario’ sin filtro y sin frenos, el galán fascinante que suspiraba un país que aún hoy sueña con el libre mercado sin consecuencias. Pero los números no mienten: Argentina está al borde del colapso. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha revisado drásticamente sus proyecciones para la economía argentina. En lugar de un crecimiento del 2,8% previsto para 2024, ahora se estima una contracción del 2,8% del PIB este año. Esta contracción económica se refleja en la caída del consumo interno, con una disminución del 26,8% en las ventas minoristas en enero y un 18,5% en el consumo masivo, indicando una profundización de la recesión.

Las promesas de amor estadounidenses se fueron desvaneciendo, y aunque sea mejor una promesa rota que ninguna, hay quienes desesperan frente al rechazo. En su búsqueda de afecto, el presidente argentino se dejó conquistar rápidamente por el seductor encanto de los yuanes chinos.

Milei, cuyo desprecio hacia China era notorio, terminó por aprender que el odio puede confundir, el miedo puede cegar, pero el dinero y el amor siempre liberan, especialmente en el terreno del mercado. Así inició un romance donde ni la distancia ni las convicciones políticas podían interponerse; la bandera roja se convirtió en parte de su búsqueda por ese anhelado amor apasionado.

El favorito de Washington dejó de ser el chico de los ojos bonitos para la política estadounidense. En plena tormenta electoral, ni los demócratas ni los republicanos están dispuestos a jugársela por un país en crisis que solo ofrece inestabilidad. El panorama próximo no garantiza certezas que favorezcan este romance, mientras Milei espera ser el socio favorito de EE.UU., declarando su apoyo total a Zelensky y sus intenciones de unirse a la OTAN, Trump anuncia que se encargará del cese de toda ayuda financiera y militar a Ucrania y ha insinuado una posible suspensión de la asistencia militar a Taiwán y a la OTAN. Kamala Harris también representa un riesgo ante las promesas de ayuda o apoyo sin condiciones a un gobierno que implementa políticas tan radicales y controvertidas.

En su afán de reducir el Estado al mínimo, Milei se ha quedado sin aliados importantes en Washington, mientras las prioridades geopolíticas del Norte se mueven hacia otras latitudes más rentables.

El príncipe azul de la novela neoliberal, que ya ha caído en los brazos de China -no está hecho para la exclusividad y necesita más de un romance para sentirse completo-, ha llamado la atención de un nuevo protagonista: BlackRock. El gigante financiero que se alimenta de países en crisis, ha decidido seducirlo abiertamente.

Larry Fink, el CEO de BlackRock, ha mostrado un interés inusitado en Argentina, reuniéndose con Milei y expresando su intención de invertir a largo plazo en el país. BlackRock, con sus tentáculos en sectores clave de la economía argentina, ve en las políticas ‘libertarias’ y de desregulación de Milei una oportunidad dorada para expandir su imperio financiero.

Esta relación no está exenta de controversias. BlackRock estimula las privatizaciones y la adquisición de empresas estatales estratégicas, y muchos advierten sobre el peligro que esto representa para la soberanía nacional. La influencia de un fondo de inversión de tal magnitud que desafiarlo sería imposible, en las decisiones económicas y políticas de Argentina, plantea interrogantes sobre quién realmente mueve los hilos del poder.

Los BRICS habrían sido -en el más ligero análisis- la gran oportunidad que Milei decidió desechar, y esa decisión podría costarle muy caro. Los BRICS actúan como un contrapeso a la influencia occidental, promoviendo un orden mundial multipolar. El bloque, que reunía inicialmente a Brasil, China, India, Rusia y Sudáfrica ya se ha expandido a Medio Oriente; ya no es solo un club de potencias emergentes, sino una fuerza que desafía las estructuras económicas que Occidente tanto ha defendido. No solo representan una significativa porción de la economía global, contando con el 31,5% del PIB global, el 30% del territorio mundial y 45% de la población global, siendo responsables del 18% del comercio internacional y contribuyendo con el 16% de las exportaciones y el 15% de las importaciones de bienes y servicios, sino que han establecido instituciones financieras para apoyar sus objetivos. Los más notables son el Nuevo Banco de Desarrollo (NDB), que se enfoca en financiar proyectos de infraestructura en economías emergentes y el Acuerdo de Reserva Contingente (CRA) que proporciona liquidez a los países miembros en caso de presiones financieras globales, herramientas económicas que una Argentina que proyecte mantenerse soberana, no debería haber despreciado, pero que Milei, obsesionado de amor, en una caprichosa e inquebrantable fidelidad a Estados Unidos, los rechazó sin mayores reflexiones.

Si Milei necesita una advertencia sobre los peligros de depender de una sola potencia, solo tiene que mirar a Ucrania. Recordemos que después de la caída de la URSS, la OTAN decidió que avanzar hacia el Este era la manera más «razonable» de preservar la paz, como si acercarse a las fronteras rusas no fuera a provocar todo lo contrario. Occidente cortejaba a Ucrania con promesas de protección y respaldo, buscando conquistar la devoción de Kiev y así asediar estratégicamente a Rusia. Pero esta lealtad incondicional a un solo bloque de poder no solo no favoreció a Ucrania, sino que la dejó atrapada entre los intereses de la Alianza Atlántica y el expansionismo ruso, sin margen de maniobra.

Tras años de dependencia de la OTAN y sus promesas, Ucrania ha sido arrastrada a un conflicto devastador que en ningún caso controla. Todos somos testigos hoy de los costos que ha tenido para el planeta este calculado amorío. Kiev se ha convertido en el ejemplo más claro de lo que ocurre cuando un país apuesta todo por una sola gran alianza, convirtiéndose en súbdito y campo de batalla geopolítico de potencias externas.

A pesar de las promesas de apoyo militar y financiero, Ucrania en su devoción a la OTAN, ha pagado un precio altísimo en términos humanos y económicos. Más de 20% de su población ha sido desplazada, y su economía, que ya era frágil, se ha desplomado, contrayéndose más de un 35% durante el primer año del conflicto. Todo mientras las grandes potencias que la amparan, aunque envían recursos, están mucho más preocupadas por sus propios intereses que por el cese de la guerra o la reconstrucción de Ucrania a largo plazo.

Las grandes potencias no protegen a sus admiradores, los utilizan como fichas descartables. Apostar todo a Estados Unidos, pudo llegar a ser forzoso en otros tiempos, pero hacerlo hoy, ignorando el poder creciente del bloque de los BRICS, es una decisión temeraria que podría condenar a Argentina a la dependencia de un fondo de inversiones extranjero y un aislamiento aún mayor. La adhesión ciega y el fanatismo, por pequeños que sean, nunca son saludables, ni en el amor ni en la política.

Si Argentina sigue esperando que Washington lo rescate, podría encontrarse en una situación en la que, cuando más lo necesite, su corazón se rompa por entregarse sin autoprotección ni reparos a un amor que ya lo ha descartado.

En la pista de baile geopolítica, aquellos que se aferran a un solo socio suelen quedarse sin pareja. Y si hay algo más patético que estar solo en la fiesta equivocada, es además hacerlo sin ritmo. En el nuevo orden mundial, bailar sin compañero es una sentencia de exclusión. Y a esta altura, si sigue esperando una señal milagrosa de su indiferente amor platónico, Milei debería recordar que la política rara vez es amable con quienes no entienden a tiempo cuándo cambiar el paso, y que la historia no perdona y muy rara vez es generosa con los que llegan tan, pero tan tarde.

Por Amanda Durán


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