Por Daniel Zovatto, director y editor de Radar LATAM 360
América Latina cierra 2025 inmersa en un escenario internacional caracterizado por el “desorden global” y una incertidumbre persistente, producto de una competencia geopolítica abierta entre las grandes potencias, crecientes tensiones comerciales y un multilateralismo severamente erosionado. En el plano regional, el año estuvo marcado por un giro electoral hacia la derecha, un crecimiento económico mediocre -promedio regional- y avances sociales frágiles. El principal factor externo que reconfiguró este escenario fue el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.
1. El primer hecho relevante de 2025 fue el avance electoral de la derecha en los cuatro procesos presidenciales celebrados durante el año. Las victorias en Ecuador, Bolivia y Chile, junto con el resultado controvertido en Honduras, así como el desempeño en las elecciones legislativas -que respaldaron a los gobiernos de Daniel Noboa y Javier Milei- reflejaron un claro castigo a los oficialismos de izquierda. En este ciclo electoral, la inseguridad, la migración y el estancamiento económico confirmaron una demanda social centrada en orden, control y eficacia estatal.
Este giro ideológico -que profundiza una tendencia ya visible en la mayoría de las elecciones de 2023 y 2024- desplaza el test de gobernabilidad hacia los nuevos liderazgos de derecha. Estos deberán demostrar, con rapidez y resultados tangibles, su capacidad para enfrentar problemas estructurales largamente postergados. De no hacerlo, la sanción electoral volverá a activarse, reforzando el patrón de volatilidad política que hoy define a la región.
Estos comicios se desarrollaron en un entorno regional marcado por debilidad institucional, alta polarización, malestar social, erosión de la confianza pública y creciente desafección ciudadana. El panorama democrático continuó siendo heterogéneo: mientras algunos países exhiben instituciones resilientes y estándares aceptables de calidad democrática, otros muestran señales claras de estancamiento o deterioro. A ello se suma la persistencia de autoritarismos consolidados -Cuba, Venezuela y Nicaragua-, Estados fallidos -Haití- y la expansión de nuevas tentaciones iliberales, provenientes tanto de la izquierda como de la derecha.
2. En el plano externo, la nueva doctrina de seguridad nacional y el llamado “Corolario Trump” a la doctrina Monroe redefinieron al Hemisferio Occidental -y a América Latina en particular- como la máxima prioridad de la política exterior de Estados Unidos. La seguridad fronteriza, el control migratorio, la lucha contra el narcotráfico y la presión comercial pasaron a integrarse en una misma ecuación estratégica, orientada principalmente a contener la influencia china en sectores considerados críticos. Para la mayoría de los gobiernos latinoamericanos, este giro se tradujo en una reducción tangible de su autonomía y en una diplomacia crecientemente “impositiva”; para unos pocos -en especial Argentina y El Salvador- implicó, en cambio, un respaldo político explícito.
Panamá fue una señal temprana de este nuevo enfoque. Las advertencias retóricas de Trump sobre el Canal desde su discurso de toma de posesión, seguidas de una presión sostenida para limitar la presencia china, ilustraron una lógica de poder directa, con pocos incentivos y abundantes condicionamientos.
3. El foco geopolítico más tenso del año se concentró en el Caribe y, en particular, en Venezuela. El endurecimiento de sanciones, las interdicciones marítimas y el aumento de la presión diplomática mantienen de momento abierto el pulso entre Washington y la dictadura de Maduro. En ese contexto, la concesión del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado introdujo un factor simbólico y político de alto impacto, elevando el costo internacional de la represión y reforzando la legitimidad de la oposición democrática.
4. Colombia se convirtió tempranamente en un escenario de fricción. A pocas semanas del regreso de Trump a la Casa Blanca, la relación con el gobierno de Gustavo Petro -a quien el primero calificó de “líder del narcotráfico”- se deterioró de forma abrupta a partir de disputas sobre migración, narcotráfico y soberanía. Las acusaciones públicas, la descertificación antidrogas y las sanciones financieras marcaron una crisis diplomática sin precedentes recientes entre aliados históricos, evidenciando cómo la agenda de seguridad estadounidense puede tensionar incluso vínculos estratégicos de larga data.
5. México, por su parte, encarnó con nitidez la asimetría estructural de la relación con Estados Unidos. Con más del 80% de sus exportaciones dirigidas al mercado estadounidense, el gobierno de Claudia Sheinbaum optó por una estrategia de “cabeza fría”, contención y concesiones selectivas frente a las crecientes exigencias de Washington en materia migratoria, control del fentanilo y relación con China. El balance fue pragmático, pero dejó al descubierto la estrechez de los márgenes de negociación y las tensiones adicionales derivadas de la concentración de poder institucional promovida por el oficialismo.
6. En Brasil la condena judicial de Jair Bolsonaro por su participación en el intento fallido de golpe de Estado reafirmó la fortaleza del Estado de derecho. En paralelo, la presión política y comercial de Washington en apoyo del exmandatario brasileño no surtió los efectos buscados y terminó, por el contrario, fortaleciendo a Lula -único líder latinoamericano en enfrentar con éxito a Trump-, forzando una posterior recomposición pragmática de la relación bilateral actualmente en curso.
7. En el plano económico, 2025 confirmó un patrón persistente: crecimiento regional mediocre, en torno al 2,4%, insuficiente para cerrar brechas estructurales. La reducción de la pobreza monetaria fue real pero frágil, mientras la desigualdad y la informalidad continuaron elevadas, limitando la productividad, la movilidad social y la inclusión.
8. La seguridad y el crimen organizado volvieron a ser el principal desafío de gobernabilidad. La expansión de este último erosionó al Estado, capturó territorios y condicionó procesos electorales. Violencia y migración se consolidaron como ejes centrales de la agenda política y como instrumentos de negociación en la relación con Estados Unidos, reforzando discursos de mano dura y soluciones de corto plazo.
9. El malestar generacional fue otro rasgo distintivo del año. Las protestas lideradas por jóvenes de la Generación Z, en varios países de la región, expresaron frustración frente a la política tradicional, la corrupción y el alto costo de vida, demandando empleos de calidad, mejores servicios y nuevas oportunidades.
10. En materia de integración regional, 2025 dejó una imagen de fragmentación y debilidad crónica. Las principales cumbres internacionales (COP30, CELAC-China, CELAC-UE) evidenciaron dificultades para coordinar posiciones y transformar la retórica de las declaraciones en resultados concretos. La postergación europea, a última hora, del acuerdo Mercosur–UE, después de décadas de negociación; la posposición de la Cumbre de las Américas; y la escasa articulación regional muestran una América Latina “balcanizada”, con una coordinación frágil, un margen de maniobra reducido frente a las grandes potencias y una inserción internacional marginal en un momento crítico.
Resumiendo, el tránsito del presente año -a punto de concluir- al 2026, plantea riesgos significativos, pero también abre oportunidades asociadas a los activos estratégicos -tanto los tradicionales como los nuevos- de América Latina. Convertirlos en ventajas competitivas exigirá algo más que un giro político: demanda instituciones legítimas y gobernanza efectiva, un salto sostenido en productividad, la recuperación de tasas de crecimiento más altas y duraderas, avances concretos en la reducción de la desigualdad-pobreza y la creación de empleo formal de calidad. En política exterior, el desafío pasa por construir una agenda regional estratégica, pragmática y desideologizada -mínima pero compartida-, acompañada de un “no alineamiento activo” que amplíe los márgenes de autonomía sin incurrir en costos excesivos.
En síntesis, en un contexto global cada vez más restrictivo, volátil e incierto, la clave para la región no residirá en el cambio de signo ideológico de los gobiernos de turno, sino en la capacidad de las élites latinoamericanas para ejercer liderazgo efectivo, tomar decisiones difíciles, alcanzar acuerdos pragmáticos y asumir costos políticos, orientados a encarar, sin más dilaciones, las reformas estructurales largamente postergadas.
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