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Ciudades de Dios en Chile

Ciudades de Dios en Chile

En 2002 el cineasta brasilero Fernando Meirelles sorprendió al mundo con su gran película Ciudad de Dios, donde narraba la historia de una favela emblemática de Río de Janeiro a partir de las vivencias de dos niños que seguirían caminos muy distintos. El primero, “Zé Pequeño”, se transformaría en un capo mafioso, mientras que el otro – Rocket- lograría escapar de la miseria gracias a su talento para retratarla como reportero gráfico.

Además de su buena factura, la película impactó al mostrar que en la mitad de la “cidade maravilhosa”, existía un asentamiento informal de 70 mil habitantes, controlado por narcotraficantes y donde los policías solo entraban con tanquetas y fusiles de asalto, lo que sería retrato en otra película brasilera, la taquillera Tropa de Elite protagonizada por Wagner Moura que luego se haría famoso a nivel mundial por su interpretación de Pablo Escobar en la serie Narcos de Netflix.

En Chile existen extensas áreas marginales similares a la Ciudad de Dios. En seis barrios del sector sur de Santiago viven 264.000 habitantes de bajos ingresos equivalentes a la población completa de Talca, pero con un índice de homicidios cuatro veces más alto que el promedio nacional.

En Puerto Montt la “ciudad modelo” de Alerce concentra 60 mil habitantes mayoritariamente pobres a 12 kilómetros del centro, mientras que en La Serena, “Las Compañías” tiene 51 mil personas en la misma condición. La historia se repite en Antofagasta con La Chimba Alto, en Valparaíso con Montedonico, en Talca con Las Américas y en Concepción con Boca Sur-Michaihue.

Pero estos casos chilenos tienen una diferencia central con la favela de Ciudad de Dios: se trata de guetos que fueron planificados por el Estado para suplir en tiempo record el déficit de vivienda social, sin preocuparse de los servicios, el transporte o las áreas verdes. Muchos fueron levantados con la fatal tipología de “bloque” de cuatro pisos sin ascensor, cuya vejez como edificio ha sido espantosa, encerrando a las familias en celdas hacinadas y húmedas. El problema ha sido tan crítico que el Estado ha debido demoler cerca de 5.000 departamentos sociales en El Volcán de Puente Alto y Las Viñitas de Cerro Navia, y lo mismo debiera ocurrir en la Población Villa Arauco de Viña del Mar, Además se han diseñado programas para recuperar entornos y viviendas que si tienen arreglo.

Pese a los avances, los resultados han sido discretos y posiblemente lo seguirán siendo hasta que el Estado dimensione la complejidad del problema, que solo en bloques, afecta a 250 mil habitantes. Lo único claro es que la guerra contra la delincuencia no se ganará con redadas hollywoodenses o metiendo bala como proponen algunos candidatos. De hecho, la experiencia de México y Brasil demuestra que la militarización de los barrios segregados solo termina escalando el calibre de las armas y la cantidad de muertos. Nada funcionará si en paralelo no se ataca el origen del problema, que es la lejanía, el deterioro y la desesperanza que encuentran los niños que nacen y mueren en estas cárceles de vivienda social, y que probablemente terminarán como “Zé Pequeño”.

Para ello se requiere una estrategia que combine el control policial, con inversiones públicas que mejoren de forma radical, la calidad urbana con un foco importante en el deporte, la cultura y la recreación. Además es necesario mejorar los colegios y las vías de transporte. Solo entonces podremos asemejar estos barrios tomados a la ciudad formal donde el Estado puede operar y los narcotraficantes no tienen cabida.

Por Iván Poduje, arquitecto.

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LaTercera.com

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