Dani Vivian, el teniente sí tiene quien le escriba
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Dani Vivian, el teniente sí tiene quien le escriba

Recuerdo la primera vez que vi, fuera del césped, a un jugador del Athletic. Fue una tarde en la que mis padres nos llevaron a cenar a una cafetería muy célebre en aquel Bilbao de los ochenta. Se llamaba Arizona, estaba en la plaza de Zabalburu y era famosa por sus sándwiches con espaditas de plástico de colores. A mis hermanos y a mí nos encantaba ir allí. Aquella tarde, en la mesa de al lado, cenando como cualquier mortal, estaba Andoni Goikoetxea. Señalé a mis padres aquella presencia, que a mí me parecía que atentaba contra toda lógica, como la aparición de un santo o una virgen. Fue mi padre quien me animó a saludarle. Yo tendría nueve o diez años, y era el niño más tímido del mundo. Me acerqué sabiendo que su reacción marcaría cómo le vería el resto de mi vida. ¿Y si era seco o arisco? ¿Le adoraría igual desde la grada? Fue muy amable. Hizo bromas y me firmó un autógrafo. Aquel día comprendí que los jugadores del Athletic eran humanos, y que eso era bueno.
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