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Eduardo Sacheri: “Lo que quedó de la Guerra de las Malvinas fue una fuerte humillación, culpa y un silencio blindado que duró años”

Eduardo Sacheri: “Lo que quedó de la Guerra de las Malvinas fue una fuerte humillación, culpa y un silencio blindado que duró años”

Aún recuerda, con absoluta nitidez, esa mañana de viernes. Eduardo Sacheri tenía 14 años. El 2 de abril de 1982 Buenos Aires despertó con una noticia histórica, y esta circuló por las calles sembrando el entusiasmo, incluso la euforia de los argentinos. En días más bien amargos, entre las protestas contra la dictadura militar y la crisis económica, esta era una alegría inobjetable. Y la gente lo celebraba, cuenta Sacheri, se abrazaba en las casas o en la calle: “¡Recuperamos las Malvinas!”.

-Tengo un recuerdo extremadamente vívido. Tanto del 2 de abril, cuando se produce el desembarco argentino, como de los dos meses y medio posteriores. Y del viaje emocional que se iba produciendo. De entrada fue puro entusiasmo, orgullo, una sensación de plenitud, al fin lo hemos logrado, hemos pagado esta deuda pendiente, porque así se vive la cuestión Malvinas en mi país -dice.

El reclamo de soberanía sobre las islas administradas por el Reino Unido es una aspiración histórica argentina. Sorpresivamente, la dictadura militar de Leopoldo Galtieri decidió tomar posesión de ellas en un momento de profunda crisis social. La primera ministra británica Margaret Thatcher, que también se enfrentaba al desgaste de su gobierno, respondió enviando una poderosa fuerza naval, terrestre y aérea para recuperar el control de Malvinas.

-Ahí ya comenzó la preocupación. Todo abril fueron negociaciones diplomáticas fallidas. Y después las preocupaciones estrictamente bélicas. Cuando comenzaron los combates en Malvinas y alrededores, la sociedad siguió acompañando, pero ya no desde la alegría, sino desde la pasión. Y después, la perplejidad.

Ese viaje emocional es el que viven los protagonistas de su nueva novela, Demasiado lejos, que sigue la vida de un grupo de habitantes de Buenos Aires y describe cómo los afectó el conflicto. Fiel a su estilo, Sacheri narra desde la perspectiva ciudadana: un mozo y un chef de la Casa Rosada, un grupo de amigos que se reúne en un bar, una secretaria de Cancillería, un oficial de marina y las familias de tres jóvenes que son enviados a Malvinas.

-Lo que me interesa son esas vidas impactadas por la historia. Y cómo la gente común procesa emocional y prácticamente esos sucesos públicos o colectivos. Y por eso también me interesaba generar el contraste con las familias de los combatientes. Porque en medio de la multitud fervorosa, entusiasta e ingenua, esas familias eran la excepción, porque sus preocupaciones eran la vida de sus seres queridos. Y me interesaba ponerlos en contraste con esa cosa liviana, entusiasta y chauvinista que protagonizan otros que no tenían nada que perder o sentían que no tenían nada que perder.

Demasiado lejos viene a sumarse así a la narrativa en torno a Malvinas, donde destaca Los pichiciegos, la novela de Fogwill sobre un grupo de soldados desertores. Según cuenta, Sacheri quería abordar también la perspectiva de los combatientes en las islas, pero finalmente esa dimensión dio forma a otra novela que se publicará a fin de año.

El libro abre en marzo de 1982, cuando se produce la primera gran protesta contra la dictadura. Y un par de días después, llega el anuncio de la toma de Malvinas. “En la misma semana, este país puede pasar de la tragedia más rotunda a la felicidad más inconmensurable, sin que a nadie se le mueva un pelo”, dice Alonso, el español dueño del bar.

-Así pasó y no hay nada de lo que enorgullecerse -dice Sacheri. Agrega:

-La guerra de Malvinas fue poner en pausa todo lo que estaba sucediendo. La dictadura argentina estaba mucho más erosionada, por ejemplo, que la chilena. Los reclamos por los derechos humanos, por las elecciones, por una economía quebrada, ya estaban en el aire. La primera gran manifestación contra el gobierno es el 30 de marzo. Y tres días después, el desembarco argentino en Malvinas pone en pausa absolutamente todos los reclamos. Y de todos los sectores…

¿Incluyendo los movimientos de izquierda?

Sí, todos dicen esto es más importante. Te doy un ejemplo: Montoneros, la organización guerrillera revolucionaria peronista, sus dirigentes estaban en México y emiten un comunicado ofreciéndose para ir a combatir. Fijate hasta qué punto la cuestión Malvinas está por encima de todo. Claro, la derrota militar no solo quita la pausa, sino que acelera la caída. Y te digo acelera porque todavía el gobierno militar se quedará un año y medio, pero ya con un último presidente militar, no con Galtieri, y obligados a organizar un cronograma electoral.

En medio del fervor, en la novela hay un par de personajes que mantienen distancia. Uno de ellos es Alcira, la secretaria, que advierte el conflicto y se pregunta cómo no se dan cuenta de que “ya se armó un culo”.

Sí, es difícil, cuando toda la manada va en una dirección, no seguirla. Creo que hay que tener la cabeza muy clara y, en este caso, los ovarios muy bien puestos, como para decir, están equivocados. Y ese personaje ya está en la periferia, porque es mujer, en los años 80, en un ámbito todavía extremadamente masculino como es el de la diplomacia, entonces me parece que es un personaje habituado a tener que manejarse desde ahí, por eso la elegí a ella también.

Argentina descubre que está sola: Naciones Unidas la declara agresora, y en el país no lo pueden creer. Y desde fuera el gobierno es visto como una dictadura que viola los derechos humanos, pero ellos no se perciben así.

Yo creo que hay cierta tendencia, en general, en la opinión pública argentina a prestar poca atención a qué mirada hay, si es que existe, desde el exterior. Particularmente, la reivindicación de las islas Malvinas viene más o menos desde la década de 1930, es decir, ya llevaba 50 años. Antes de la década del 30 era un tema de agenda diplomática, pero luego el tema aterriza en la escuela, en la sociedad en general. Entonces, generaciones y generaciones de chicos nos hemos acostumbrado a esto de que las Malvinas son argentinas y nuestros derechos son indiscutibles. Desde esa ingenuidad se suponía que a nadie le iba a molestar demasiado, porque era tan evidente la justicia del reclamo, que el desembarco, que no había costado vidas británicas, iba a ser una cuestión menor. Por eso también el asombro de la opinión pública. Por supuesto que el gobierno y el cuerpo diplomático deberían haber poseído una clarividencia superior, pero participaron de la misma ingenuidad casi provinciana de la opinión pública argentina.

Junto con Alcira, hay otra mujer, Marisa, que advierte el peligro. Su hijo es un joven exconscripto que está decidido a ir a Malvinas y le dice “mamá, no exageres”. ¿No se preveía la guerra?

No, no se esperaba, y te diría que muchos de los soldados que van a Malvinas en esas primeras semanas no piensan que van a la guerra, piensan que van a desplegarse en las islas. El propio Galtieri, la primera orden que le da al gobernador de Malvinas es usted va a tener una guarnición de 600 o 700 soldados mientras terminamos de solucionar los problemas diplomáticos. A la semana había 10 mil soldados, porque ese planteo rápidamente demuestra estar equivocado. Hasta los militares que ordenan el desembarco no piensan que va a haber guerra.

Visto a la distancia, ¿hubo manipulación política, ingenuidad, falta de preparación en la toma de Malvinas?

Manipulación, sin duda, hubo, tal vez no en el corto plazo, porque la decisión del desembarco está tomada en diciembre y simplemente buscan el mejor momento. Ojo, indudablemente hay una idea de manipulación que termina siendo extremadamente efectiva. Es más, uno de los motivos que les va a impedir a los militares después agarrarse a algunas negociaciones diplomáticas, fue precisamente la imposibilidad de retroceder frente a la opinión pública argentina. Es decir, la opinión pública termina empujando a los militares hacia la intransigencia, no son solo los militares los intransigentes.

Indudablemente, hay un error de cálculo, básicamente en el rol de Estados Unidos. El gobierno de Galtieri tenía una estupenda relación con Reagan, por motivos sobre todo políticos en Centroamérica: Argentina enviaba asesores militares a los contras nicaragüenses, votaba en las Naciones Unidas estrictamente todo tal como Estados Unidos. Ahora, suponer que Estados Unidos iba a poner en riesgo su alianza con Gran Bretaña y con la OTAN por esta muy buena relación, ahí sí creo que hay una ingenuidad pavorosa y un provincianismo. Y un no medir la situación de Thatcher en el Reino Unido. Porque, paradójicamente o no, ambos gobiernos terminaron usando el conflicto militar para lo mismo, que fue fortalecer su posición política. Claro, la que ganó se quedó una década.

¿Cómo se recibió la derrota íntimamente?

Fue un baldazo de agua fría. No fue solo la derrota, sino que fue la sorpresa y la derrota, porque el gobierno militar y los medios de comunicación también pintaban un panorama, no diría de victoria inminente, pero sí de fuerte resistencia y de paridad en la guerra. Y de un día para otro se empieza a hablar de combates en los alrededores de Puerto Argentino, la capital de las islas, el 11 de junio. Y el 14 de junio los comunicados que emite el gobierno hablan de conversaciones de capitulación. Entonces la primera reacción es sorpresa y la segunda es que hay quienes se enojan con la rendición. Te diría que lo que quedó fue una fuerte humillación, una fuerte culpa y un silencio blindado que duró años. Durante muchos años no se habló de la guerra. Ni siquiera se escuchó a los veteranos.

¿A qué lo atribuye?

Yo creo que a la sensación de culpa de una sociedad que no tomó dimensión de lo que estaba estimulando. Creo que la culpa viene de la frivolidad de decir bueno, vamos a la guerra. Y sí, la sociedad argentina se comprometió, hubo donaciones de objetos de valor, de dinero, pero fue frívolo en esto de quienes estaban arriesgando su vida, no nos hicimos cargo de en qué durísimas condiciones iban a tener que pelear y con qué escasísimas chances iban a tener que pelear. Esa Plaza de Mayo llena de gente aplaudiendo a Galtieri es incómoda. Entonces me parece que la reacción a la incomodidad es el silencio.

Hoy, ¿cómo está este tema en la memoria?

En la memoria colectiva creo que el único cambio es que se les da lugar a los veteranos para que tengan su voz, ellos pueden hablar y se los escucha. Por supuesto, como es inevitable en la Argentina, la grieta política también cae en el mundo de los veteranos, entonces tenés grupos más asociados con el progresismo y el kirchnerismo que tienen una visión muy negativa de sus oficiales durante la guerra, y tenés otro grupo donde oficiales, suboficiales y soldados se llevan bien y conmemoran juntos lo que fue la guerra. Y la sociedad argentina conserva esta reivindicación sentimental colectiva intacta. No es casual que el 2 de abril es feriado en mi país y es una oportunidad no solo de evocar la guerra, sino de insistir en nuestros derechos soberanos sobre esas islas.

¿Y eso se traslada al fútbol?

Durante el Mundial de Qatar se popularizó un cantito que lo repitió todo el mundo. Y la única referencia extrafutbolística del cantito es a los pibes de Malvinas. Y cada 2 de abril, en las canchas y en los estadios argentinos, se canta “el que no salta es un inglés, el que no salta es un inglés”. El fútbol, en general, y el fútbol de la selección es, junto con Malvinas, el único territorio sentimental en común de mi país.

¿Cómo se ve hoy el rol de Chile, que les prestó apoyo a los británicos?

Se ve con mucho rencor en general. Desde mi formación como licenciado en historia puedo entender, no sólo que estamos hablando de dos dictaduras a ambos lados de la cordillera, sino además en un sentido estrictamente político-práctico Argentina y Chile estaban atravesando una relación pésima y casi habían terminado en un conflicto militar cuatro años antes, en el 78, o sea, hasta la mediación papal. Entonces era muy difícil solicitarle al gobierno de Pinochet que de repente hiciera un giro tan fuerte. Las heridas nacionales tienen esa hondura y eso queda. Creo que ha mejorado muchísimo la relación entre argentinos y chilenos a nivel de la cotidianeidad. Ahora, esos resortes míticos disparan otras cosas: justo me tocó estar en el partido de eliminatoria de selecciones de Argentina-Chile que ganó Argentina en la cancha de River, y la cuestión Malvinas aparece, y estoy seguro de que muchos de los que cantaban esas canciones no tienen ningún problema con ningún chileno en particular, pero sería falso de mi parte decirte que no.

Fuente

LaTercera.com

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