'El cuento del lobo' tiene un arranque estupendo, pero quiere hablar de tantas cosas que acaba convirtiéndose en una triste nadería
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'El cuento del lobo' tiene un arranque estupendo, pero quiere hablar de tantas cosas que acaba convirtiéndose en una triste nadería

Hay películas que tienen alma de matrioshkas: tramas que esconden pequeños secretos y mentiras interconectados que acaban dando rienda suelta a verdades que nadie quiere escuchar, dramas cotidianos que desembocan en tragedias, maravillas narrativas que siempre esconden un giro tras cada escena y no temen sorprender al espectador con derrapes continuos. 'El cuento del lobo' quiere ser una de estas películas que exigen dar saltos de gigante ante la incredulidad de lo que ocurre, pero que te recompensan con sobresaltos narrativos de primer orden y un final a la altura. El problema es que, en este acelerón continuo sin mirar atrás, la historia se sale muy pronto de la pista sin poder evitar ir camino al desastre.
Lo tuyo es puro teatro
Como le pasa a tantísimas películas pequeñas, 'El cuento del lobo' habría sido un estupendo cortometraje. Al fin y al cabo, el punto de partida (una empleada doméstica se deja el móvil en una casa en la que trabaja, y empieza a recibir llamadas y vídeos amenazantes) es llamativo y permite que el espectador le de vueltas a lo que acaba de ver, imaginando un mundo de posibilidades con el que continuar el thriller psicológico y las dudas éticas de sus protagonistas. Sin embargo, una vez planteado el dilema, se encalla en una serie de diálogos interminables que, pretendiendo aumentar la tensión, solo hacen crecer una muy obvia artificialidad.
Quizá el gran error de la película es no atreverse a innovar más allá de la obra de teatro que adapta, 'La duda razonable'. Hay que tener cierta maña y picardía para trasladar con éxito una obra de teatro a la gran pantalla, haciendo que crezca y tenga una razón de ser propia. Ya hemos comprobado muchas veces que, lo que encima de una tarima se hace emocionante, sensible y abrumador, al pasar a un rodaje se puede volver anodino y falto de personalidad debido a la continua repetición de escenarios o, simplemente, la incapacidad de amoldarse al lenguaje cinematográfico. Es lo que ocurre aquí: 'El cuento del lobo' parece, por momentos, más teatro filmado que película, y no ayuda a superar una incredulidad que se hace constante a lo largo de todo el metraje.
La película te exige, como espectador, que aceptes todos los giros y sorpresas que tienen preparadas, sin darle demasiadas vueltas, a la espera de una gran resolución que una, solucione y explique cada una de sus subtramas. Sin embargo, 'El cuento del lobo' nunca llega a ser satisfactoria en sus giros y sus resoluciones: pretende navegar en la fina línea entre la mentira creíble y la verdad que no lo parece, pero a mediados de este juego es difícil no caerse de la narrativa y contemplar sus esfuerzos por seguir adelante en piloto automático. Y es una pena, porque, en el fondo, se nota que todo el mundo está intentando que llegue a buen puerto.
Más giros que una noria
Hay una buenísima intención detrás de 'El cuento del lobo'. La película quiere mostrar cómo aquello que no podemos aceptar sobre nosotros mismos es lo único que nos puede salvar, cómo hablamos lo que deberíamos callar y viceversa, cómo la mentira puede llevarnos a nuestra propia destrucción. Pero la buena intención se queda ahí, sin saber cómo rematar y perdiéndose en continuas subtramas que deberían matizar las personalidades de sus protagonistas pero, en su lugar, tan solo las revuelven emborronando el resultado final.

Para colmo, los momentos clave, los puntos de giro que deberían convencernos de que este pequeño Vía Crucis ha valido la pena, se caen por su propio peso, resultando muy poco convincentes y cayendo en obviedades torpes y un tanto vagas hasta una resolución que llega tarde y aún pretende dar otra vuelta más al argumento. 'El cuento del lobo' pretende hablar de todo al mismo tiempo: violencia de género, lucha de clases, fetiches sexuales, abusos de poder, problemas paterno-filiales, racismo, sexismo, la debacle de una pareja, el poder de la escritura... Y, para sorpresa de nadie, no es capaz de ofrecer una sola conclusión interesante en este maremágnum de conceptos evidentes.
Lo más interesante de 'El cuento del lobo' está en esos primeros compases donde vemos la aburrida vida de Olga y Javier, dos personas de clase media-alta que trabajan como escritora y profesor, respectivamente, y su complejo de salvadores de su "chica de la limpieza", las dudas razonables sobre las amenazas que recibe y la manera de actuar éticamente al respecto. En el mismo momento que la película decide ahondar en el misterio y olvidarse de esta tensión inicial, se va a pique de manera incontrolable. No ayuda a esta caída en desgracia la actuación de María Romanillos (la víctima en cuestión) que, lamentándolo mucho, no da la talla frente a intérpretes como Paco Tous o Lucía Jiménez, y a la que claramente le falta muchísimo rodaje.
Me encantaría decir todo lo contrario a lo que estoy diciendo: creo firmemente que hay que apoyar a las películas españolas pequeñas y abrir el espacio del cine a nuevos creadores para demostrar que se pueden contar buenísimas historias con poco presupuesto... pero, al mismo tiempo, me es imposible calificar 'El cuento del lobo' como un buen thriller de misterio. No solo se le ven las costuras muy pronto, sino que no para hasta deshilacharse por completo, con un final que, como todos los momentos importantes de la película, no consigue unirse bien con el resto de la trama. Un pequeño gran desastre a la española entre mentiras, obviedades y dramas cotidianos.
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'El cuento del lobo' tiene un arranque estupendo, pero quiere hablar de tantas cosas que acaba convirtiéndose en una triste nadería
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Randy Meeks
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