El destino manifiesto del Paseo Bandera
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El destino manifiesto del Paseo Bandera

Existe un famoso cuadro de John Gast en que la diosa Columbia porta la luz de la civilización desde el Este (luminoso, europeo y blanco), hacia el Oeste (oscuro, latino y mestizo) de un Estados Unidos en plena expansión colonial. Es la representación de la doctrina del Destino Manifiesto. Justificación -frases, en el fondo- para formas de imposición de un modelo que sostiene su valor en el voluntarismo más que en los hechos.
Y si hablamos de eso, ahora en Santiago se ha instalado el debate sobre el destino del Paseo Bandera; un emblema del voluntarismo que se despliega luminoso como Columbia por Estados Unidos, pero cuya luz civilizatoria encandila los verdaderos problemas de una urbe enferma. Ergo, el paso bajo nivel pintado de colores –ampliamente fotografiado y difundido como un ejemplo de una nueva civilidad santiaguina– nunca iba a resolver los problemas de abandono y delincuencia del centro. ¿Alguien pensó que ese gesto podía ser suficiente? ¿Nadie creyó que el color y la estridencia eran solo performáticos y transitorios, y que su luz iba a durar lo que tarda una foto en desaparecer de las historias de Instagram?
Así fue. Hoy es difícil que alguien se atreva a cruzar –ni de día– ese paso bajo nivel oscuro, hediondo, triste y ocupado por rucos y traficantes. Sin duda, fue un gesto y estuvo bien, pero el maquillaje solo cubre las arrugas.
Tampoco basta con la majadería discursiva de la denuncia de que la educación, que la cultura, que la recuperación del espacio público, porque se queda también en la voluntad. Así como no ayudan las notas periodísticas hablando de urbanismo táctico como panacea para dejar atrás un pasado oscuro y abrir un presente luminoso, solo pintando un paso bajo nivel. Las ciudades requieren planificaciones integrales y a largo plazo; planes que van desde la educación cívica hasta la garantía de la seguridad pública. Esa tarea organizativa es un espacio propicio para que participen urbanistas y políticos, pero también pintores, artistas y la propia ciudadanía.
Un ejemplo es Medellín, que a fines de los 90 y desde la gestión pública, propuso una reestructuración de la ciudad mediante planes de desarrollo que incluían delimitar zonas de usos mixtos —una de las soluciones que hoy se debaten en torno al futuro del Paseo Bandera—, prevención, flexibilidad de uso de suelo y especialmente un plan integral de infraestructura, que contempló museos, centros de convenciones, plazas, espacio público y bibliotecas. Un circuito que, en poco más de 10 años, logró que el centro de una de las ciudades más peligrosas de Latinoamérica sea premiada como la ciudad más innovadora de 2013 por su forma de despejar su principal problema en el centro, que era el abandono del Estado y la seguridad.
En Santiago, la pintura gastada del Paseo Bandera es una muestra del desgaste de planes que son más gestos y que parecen destinos manifiestos, hechos que se sabe de antemano que serán así cuando un relato no viene respaldado por nada más que discursos. El dinamismo de esta zona exige que se contemplen ciertos circuitos de transporte público dentro de una planificación integral. Además de ser un servicio de primera necesidad, habitualmente también ha sido un catalizador de ocupación del espacio público, objetivo que es parte nuclear del actual debate. Un paradero es un lugar habitado de forma correcta y sana para la ciudad, con lo que la presencia de este tipo de infraestructura también logra que los espacios se revitalicen y se favorezcan otras dinámicas urbanas seguras y de bienestar integral para quienes conviven en ellos.
Por Gonzalo Schmeisser, académico Arquitectura UDP
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