El trágico final de Diego de Almagro: así fue la cruel muerte del descubridor de Chile
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El trágico final de Diego de Almagro: así fue la cruel muerte del descubridor de Chile

Al volver al Perú, tras su fallidaexpedición a Chilede 1536,Diego de Almagrose encontró con un escenario turbulento. Si pensaba que al volver a lagobernación de Nueva Castilla(antecesora delVirreinato del Perú) dejaría atrás los problemas que le ocasionó su penoso viaje al sur, se equivocó medio a medio.
En 1537, los incas se levantaron en armas enCuzcocontra el gobernadorFrancisco Pizarro, poniendo sitio a la ciudad. Esto tomó de sorpresa a Almagro, pues, desde Lima (que también se encontraba bajo asedio), Pizarro se negó a mandarle emisarios que le dieran cuenta de la noticia. Esto, según explicaDiego Barros Aranaen su fundamentalHistoria General de Chile,se debe a que entre ambos conquistadores el Cuzco era motivo de disputa.
“La soberbia de Pizarro, su mal disimulado encono contra Almagro a causa de las rivalidades anteriores, y el temor de que este jefe volviese al Perú a apoderarse del Cuzco, pudieron más en su ánimo que los peligros de que se hallaba rodeado. Así, pues, en los momentos en que imploraba socorro de todas partes, no hizo dar un solo aviso a su antiguo compañero”.

Ocurre que tanto Almagro como Pizarro se atribuían la posesión de la valiosa ciudad inca. Cuando en 1534, Almagro fue recompensado por sus servicios con lagobernación de Nueva Toledo, y el título deadelantado, la corona estableció que su territorio comprendía desde el límite de la gobernación de Pizarro y 200 leguas al sur. El problema era que nunca se estableció bien dónde terminaba la gobernación de Pizarro, y más aún: en qué punto de ese difuso límite se encontraría elCuzco,la joya del Imperio Inca.
Cada uno de los veteranos conquistadores y antiguos compañeros de armas entendía que Cuzco estaba dentro de su gobernación.Aunque Almagro decidió tomar cartas en el asunto y tomar posesión de la ciudad, en 1535. De inmediato saltaron los partidarios de Pizarro reclamando que la ciudad le pertenecía al gobernador. Para limar asperezas, se llegó a un acuerdo: ambos conquistadores se reconocieron sus gobernaciones y los conflictos de límites serían elevados al reyCarlos I (o V del Sacro Imperio Romano Germánico).Mientras llegaba la respuesta del monarca, la línea limítrofe se situaría al sur del Cuzco y esta quedaría en manos de Pizarro. Almargo aceptó y preparó suexpedición a Chile,a tomar posesión de su gobernación.
Almagro entonces, vino a descubrir Chile en 1536, en una aventura penosa.Tuvo un durísimo viaje de ida por la Cordillera. Y al llegar, en el valle del Copiapó, se encontró con un territorio que no cumplió sus expectativas: no hubo oro, y en vez de eso, tuvo que aplicar violentos castigos para sofocar alzamientos indígenas. Tan grande fue su desilusión que ni siquiera fundó ciudades. Se devolvió por el desierto de Atacama en un farragoso y terrible periplo. Como anécdota, fue en el marco de esa expedición que se produjo el primer choque entre mapuches y una avanzada de españoles, en laBatalla de Reinohuelén, entre los actuales ríosÑubleeItata.

De vuelta en Perú, y una vez sofocado el alzamiento inca, vino lo inevitable.Una guerra civil entre los conquistadores porque habían llegado noticias frescas desde España. Carlos I había zanjado que el Cuzco pertenecía a Almagro. Por supuesto, Pizarro estaba decidido a no respetar dicha resolución.
Almagro venció en laBatalla de Abancay, el 12 de julio de 1537. Ocupó Cuzco e hizo prisioneros a los hermanosHernandoyGonzalo Pizarro.Sin embargo, como señala Barros Arana, Almagro pecó de magnánimo. “Respetó sus vidas contra el consejo de sus propios capitanes que habrían querido desembarazarse de enemigos tan peligrosos”.
En vez de ajusticiar a los hermanos de Francisco Pizarro, Almagro emprendió unas negociaciones con el gobernador, tiempo que este supo emplear de manera astuta. “No fue propiamente este rasgo de generosidad lo que perdió a Almagro, sino su candor. Se dejó envolver por las artificiosas negociaciones promovidas por sus adversarios, perdió un tiempo precioso que estos emplearon en engrosar sus filas”, señala Barros.
Así, con un ejército mejor preparado y apertrechado, Pizarro resultó victorioso de manera aplastante en laBatalla de las Salinas, del 6 de abril de 1538. En el fragor del combate, Almagro fue capturado, pero su rival no mostró la misma magnanimidad de Don Diego, por entonces de 63 años.

Al viejo descubridor de Chile se le realizó un juicio sumario cuya sentencia fue la pena de muerte.Almagro, viéndose perdido, suplicó por su vida. “Recibió éste su terrible nueva con un pesar profundo, en el que la flaqueza de su físico enfermo y decrépito, ahogaba la antigua entereza de su pecho. Su dolor y su sorpresa llegaron hasta hacerle solicitar de Hernando (Pizarro) una humillante entrevista, con el fin de implorar su clemencia y pedirle su apelación ante el rey. El viejo mariscal estuvo conmovido y patético en la exposición de su derecho”, señaló siglos más tardeBenjamín Vicuña Mackennaen su libroDiego de Almagro. Estudios críticos sobre el descubridor de Chile.
PeroHernando Pizarrole respondió: “Sois caballero y tenéis un nombre ilustre; no mostréis flaqueza; me maravillo de que un hombre de vuestro ánimo tema tanto a la muerte. Confesaos, porque vuestra muerte no tiene remedio”. Ahí, Almagro se resignó. Hizo su testamento, dejó su cargo de gobernador en favor de su hijo y dispuso de sus bienes.
Finalmente, el adelantado Diego de Almagro fue ejecutado el 8 de julio de 1538 en su celda,donde se le aplicó elgarrote vil, por entonces uno de los métodos de ejecución más utilizados en elImperio Español.Era un suplicio cruel y además lento. El condenado era sentado y atado a un poste, y por detrás, un verdugo apretaba una soga en su cuello utilizando un tornillo que giraba hasta causar la asfixia. Un horror.
Como si fuera poco, una vez fallecido, los Pizarro se ensañaron con el cuerpo ya extinto del adelantado, señala Vicuña Mackenna: “El cadáver de Almagro fue arrastrado a la plaza principal donde el verdugo cortó la cabeza del ajusticiado mientras que un heraldo proclamaba en alta voz, en medio del silencio, que aquel castigo era el que la justicia infligía a los traidores”. No quedaron registros de sus últimas palabras.
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