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A los estudiantes les prohibieron el móvil para que no usaran ChatGPT. Nadie imaginó que el problema serían los profesores

A los estudiantes les prohibieron el móvil para que no usaran ChatGPT. Nadie imaginó que el problema serían los profesores

En el mes de marzo lo contamos. El uso de la tecnología en la educación tienes sus pros y sus contras. Entre estas últimas, hay una más o menos evidente: el uso actual que se puede hacer de la inteligencia artificial evitando en el camino el estudio o desarrollo de trabajos propios. De ahí que a ciertas edades la regulación de los móviles en clase también esté en el punto de mira. No solo eso. Ante la avalancha de trabajos hechos con IA, los profesores tratan de detectar la trampa.

¿Y qué ocurre cuando son los profesores los que acuden en masa a ChatGPT?

El profesor convertido en estudiante. La historia la contaba en un largo reportaje el New York Times. La aparición de plataformas como ChatGPT revolucionó el entorno educativo global, desatando en un primer momento una ola de pánico ante su capacidad para facilitar el plagio o la automatización de tareas académicas. Muchas instituciones respondieron prohibiendo su uso a los estudiantes o implantando sistemas de detección de IA.

Sin embargo, apenas un año después, el escenario se ha invertido: ahora son los alumnos quienes denuncian el uso excesivo de esta tecnología por parte de sus propios profesores.

Denuncias de alumnos. Contaba el medio que la controversia estalló con casos como el de Ella Stapleton, estudiante de Northeastern University, quien descubrió que las notas de clase de su profesor incluían instrucciones directas a ChatGPT y material generado automáticamente, plagado de errores, textos genéricos y hasta imágenes distorsionadas.

Indignada por la contradicción entre el reglamento que prohíbe a los estudiantes utilizar IA sin permiso y el uso opaco por parte del docente, Stapleton presentó una queja formal y solicitó la devolución de su matrícula. No fue la única. En otros centros, estudiantes como Marie (quien descubrió que su ensayo había sido calificado a través de un intercambio del profesor con ChatGPT) también reaccionaron con desilusión, cuestionando el valor de una educación impartida por algoritmos en lugar de seres humanos.

La IA contra nosotros. Mientras los estudiantes cuestionan la legitimidad y ética del uso de IA sin transparencia, muchos profesores argumentan que emplean estas herramientas para aligerar su carga de trabajo y mejorar la enseñanza. En una encuesta nacional a más de 1.800 docentes universitarios en Estados Unidos, el porcentaje que usa IA de forma habitual pasó del 18% al 35% en solo un año.

De hecho, profesores entrevistados en el Times aseguraron que ChatGPT actúa como un asistente automatizado: ayuda a redactar, generar material didáctico, estructurar comentarios más empáticos e incluso llega a corregir ejercicios. En otros casos, sin embargo, los alumnos detectan patrones repetitivos y vocabulario típico de los chatbots, lo que, según el medio, ha generado un nuevo tipo de escepticismo académico.

Elevando la voz. Sí, al parecer, muchos estudiantes muestran su enfado en plataformas como Rate My Professors, donde proliferan quejas por diapositivas vacías, explicaciones vagas o retroalimentación impersonal. Para muchos de estos jóvenes, que, muy importante, pagan sumas significativas por su formación en el país, la delegación excesiva en herramientas de IA supone poco menos que una traición al valor fundamental del contacto humano en la educación superior.

Brecha ética y generacional. Profesores como Paul Shovlin, de la Universidad de Ohio, admitían al medio que el uso de IA puede ser válido siempre que no sustituya el juicio pedagógico. Shovlin defiende una integración razonada de la IA, donde se preserve la dimensión ética del aprendizaje y el vínculo directo entre profesor y alumno. En su visión, los estudiantes no solo deben conocer la herramienta, sino también desarrollar criterio sobre cuándo y cómo usarla.

Casos como el de Vanderbilt University, donde algunos funcionarios usaron ChatGPT para redactar un mensaje institucional tras un tiroteo, provocaron indignación por la aparente banalización de la empatía. La polémica obligó a los responsables a dimitir temporalmente. Esa y otras situaciones similares ilustran la fragilidad del límite entre automatización eficiente y deshumanización académica. La diversidad de asignaturas y estilos docentes hace difícil establecer normas universales, por lo que muchas universidades (como el centro donde trabaja Shovlin) optan por fijar principios flexibles antes que reglas rígidas.

El equilibrio pedagógico. En el reportaje no demonizaban la herramienta. A pesar del rechazo de algunos estudiantes, explicaban que otros profesores exploran con entusiasmo las posibilidades didácticas de la IA. En la Universidad de Washington, Katy Pearce entrenó un chatbot con sus propios criterios de evaluación para ofrecer comentarios personalizados a cualquier hora, ayudando a muchos alumnos reticentes a pedir ayuda.

Más ejemplos. En Harvard, el profesor David Malan incorporó un asistente de IA a sus clases de programación, lo que redujo la cantidad de consultas básicas en horario de oficina y permitió concentrarse en experiencias más valiosas, como encuentros semanales y hackatones. Para muchos docentes, ChatGPT es una herramienta comparable a la calculadora en su momento: acelera procesos, no reemplaza el razonamiento.

Shingirai Christopher Kwaramba, de la Virginia Commonwealth University, sostiene que ahora dispone de más tiempo para tutorías personalizadas gracias a la IA, que utiliza para crear conjuntos de datos y ejemplos que antes le tomaban días. Plus: la mayoría coincide en que la clave es no delegar en la máquina la parte esencial del acto educativo: el discernimiento, la empatía y la conexión humana.

Una lección pendiente. El profesor señalado por Stapleton, Rick Arrowood, concluía el reportaje con una reflexión significativa. Aunque reconoce haber usado ChatGPT, Perplexity y Gamma para dar un “nuevo enfoque” a sus materiales, admitía que no revisó el contenido con el cuidado necesario antes de subirlo a la plataforma estudiantil. Su intención no fue sustituir la enseñanza en el aula, contaba, sino complementar el aprendizaje, aunque reconoce que subestimó el impacto de usar IA sin avisar.

Northeastern, por su parte, introdujo recientemente una política que exige atribución y revisión de todo contenido generado por IA, en un intento de alinear expectativas y ética profesional. Visto así, y en medio de esta transformación vertiginosa en la que nos encontramos todos, el mayor desafío no parece tecnológico, sino pedagógico: cómo preservar la confianza en un entorno donde la línea entre lo humano y lo automatizado son cada vez más difusas.

Imagen | Richard Lee

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La noticia A los estudiantes les prohibieron el móvil para que no usaran ChatGPT. Nadie imaginó que el problema serían los profesores fue publicada originalmente en Xataka Móvil por Miguel Jorge .

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