Israel es el gran problema de Eurovisión, y todo el mundo lo sabe. Todo el mundo, menos la propia Eurovisión
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Israel es el gran problema de Eurovisión, y todo el mundo lo sabe. Todo el mundo, menos la propia Eurovisión

Desde noviembre de 2023, Israel ha matado a más de 53.000 personas en la franja de Gaza, según Naciones Unidas. O lo que es lo mismo, un 2,5% de la población total de Palestina. Poco o nada queda del territorio de hace un año y medio, salvo incertidumbre, muerte y pobreza. La comunidad internacional está, en su mayor parte, indignada por lo que el propio comité de derechos humanos la ONU ha definido como "consistente con un genocidio". Por su parte, Eurovisión ha hecho oídos sordos a todo el mundo, y mantiene la participación de Israel en el certamen, como si no pasara nada.
Europe's not living a celebration
Cuando la UER expulsó a Rusia el 25 de febrero de 2022, solo un día después de iniciar la ofensiva contra Ucrania, con la intención de no desprestigiar el certamen, hubo aplausos ante la coherencia: no se puede permitir que un país entre en guerra con otro en un concurso que trata (al menos sobre el papel) de unir fronteras e incitar a la paz entre pueblos. Sin embargo, en pleno 2025, Israel sigue participando como si no pasara nada, bordeando la provocación de manera continua, sin que dé la impresión -al menos externa- de que nadie de la propia organización mueva un solo dedo para pararles.
En 2024, el silencio era atronador. En 2025, es, directamente, una ignonimia que pone en tela de juicio la ética del festival al completo. Mientras, la organización del certamen parece hacer oídos sordos al respecto: ante la presión de varios países, incluyendo España, afirmaron que tendrían "un debate más amplio entre sus miembros a su debido tiempo". O sea, dejando para más adelante las decisiones y esperando que, de alguna manera, la polémica se disipe sola. Lo único cierto es que no hablar del elefante en la habitación no lo elimina, sino que hace que este se haga aún más notorio.
Ayer mismo, durante la retransmisión de la segunda semifinal, Tony Aguilar afirmó en TVE: “Las víctimas de los ataques israelíes en Gaza superan ya las 50.000, y entre ellas, más de 15.000 niños y niñas, según Naciones Unidas. Esta no es una petición contra ningún país. Es un llamamiento a la paz, la justicia y el respeto de los derechos humanos acorde con la vocación integradora y pacifica del festival”. Fue muy aplaudido por las redes, pero no tanto como el mensaje que Bélgica emitió antes de la primera semifinal, en el que se podía leer “Israel tiene voto en el concurso de canciones, el pueblo palestino no. Les damos voz". Bélgica, a pesar de ir quinta en las apuestas, fue eliminada poco después.
Sin abucheos ni banderas
La cosa va a más, desde dentro incluso del propio festival: en la segunda semifinal, durante un interludio musical, la UER, de alguna manera, permitió que se cantara la parodia "Y ahora finalmente entiendes que, como los suizos, Eurovisión es no política, estrictamente neutra, no importa si eres bueno o brutal". Probablemente, porque ni siquiera captaron la crítica y creyeron que, simplemente, les daba la razón en una huida hacia adelante en la que, cada vez más, y salvo un grupúsculo político muy determinado, se están quedando solos.

No es la única polémica relacionada con Israel en el festival de este año: un grupo de personas abucheó a Yuval Raphael en uno de sus ensayos oficiales y fueron expulsadas poco después por "alterar" su actuación. Cabe recordar que el año pasado, durante la retransmisión del festival, hicieron todo lo posible para que no se escucharan los continuos pitidos y abucheos del público a lo largo de la canción de Eden Golan, que acabó quedando segunda en el televoto. No porque la canción fuera especialmente buena, claro, ¿a quién le importan realmente las canciones en Eurovisión?
De hecho, ya hay quien advierte que la campaña política de televoto de Israel entre sus fieles alrededor del mundo está siendo incluso mucho más organizada este año que el pasado, y Raphael tiene posibilidades muy altas de ganarlo (aunque probablemente el jurado acabará echándola para atrás en la lista). Es a lo que te arriesgas cuando permites que un país tan polémico como este triunfe: a perder tu credibilidad de cara al futuro, y convertir el mamarracheo habitual en un debate que nunca debió haber existido en primer lugar.
Las excusas para mantener a Israel, incluso más allá de la política, son muchas, pero hay dos especialmente destacables. La primera es que el patrocinador principal de Eurovisión desde 2020 es MoroccanOil, una empresa de cosméticos israelí que paga millones de euros anualmente. Lógicamente, no quieren molestarles en lo más mínimo. La segunda es que no se considera que la cadena que emite Eurovisión en Israel, KAN, sea tan política como lo era la televisión pública rusa. De hecho, Netanyahu ha llegado a amenazar con cerrar la cadena por no ser suficientemente patriótica... Y, como consecuencia, ha propuesto su privatización, lo que, esta vez sí, podría complicar las cosas de cara a su participación futura. Quién sabe.
Por supuesto, el sábado habrá más protestas pro-palestinas en Basilea, la ciudad donde se hace el festival, mientras el núcleo fuerte de la organización sigue posponiendo cualquier debate al respecto. Aunque la UER quiera vendernos que solo son canciones y hay que tomárselo con humor, pocas cosas hay más políticas que Eurovisión. E Israel no está dispuesta a cejar sus ataques ni tan solo un día por conservar las apariencias: ayer mismo recrudeció e intensificó los bombardeos contra Palestina, igual que ya hizo el año pasado. Y creo que, claramente, han tomado partido, una mancha negra en su historia de la que les va a costar recuperarse cuando todo termine. Europa, definitivamente, no está viviendo una celebración.
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Israel es el gran problema de Eurovisión, y todo el mundo lo sabe. Todo el mundo, menos la propia Eurovisión
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por
Randy Meeks
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