Jesica Bossi: una carta a Lanata sin respuesta, una pensión de chicas y la peor propuesta de matrimonio
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Jesica Bossi: una carta a Lanata sin respuesta, una pensión de chicas y la peor propuesta de matrimonio

La periodista que creció en Sastre, Santa Fe, de adolescente le escribió una carta a Jorge Lanata porque quería hacer lo mismo que él. Años después, trabajó a su lado durante más de una década. Una de las protagonistas del streaming de “Infobae en Vivo”, entre las 18 y 21, recuerda en una conversación los sueños y las convicciones que le abrieron paso a diferentes redacciones
Jesica Bossi tenía 15 años cuando le mandó una carta a Jorge Lanata, para pedirle consejos sobre su vocación: quería ser periodista. La respuesta no llegó, pero tiempo después lo tendría frente a frente. Creció en Sastre, provincia de Santa Fe, y vino a Buenos Aires a estudiar. Su talento y la vida la llevaron a coincidir con el mismo periodista que la había deslumbrado en su adolescencia, y compartir infinitas horas de trabajo en Lanata sin filtro. En diálogo con Infobae, repasa aquellos inicios, los desafíos de la profesión, su maternidad, y la propuesta fallida de matrimonio, que todavía tiene final abierto.
Se acomoda a una nueva rutina desde que se animó a cambiar de formato y se lanzó al streaming en Infobae en Vivo -que puede verse desde la home de Infobae y desde su canal de YouTube de lunes a viernes-, entre las 18 y las 21, donde comparte la segunda emisión del día junto a Maru Duffard, Federico Mayol y Diego Iglesias.
“Estoy muy contenta porque aunque no lo había hecho nunca, y siento que este formato tiene mucho de la radio, que es el medio que más me gusta, por la espontaneidad, y porque creo que es donde uno puede ser más uno”, expresa. “A su vez el streaming tiene la puesta de la televisión, entonces es la mezcla de las dos cosas, pero sin la presión del minuto a minuto que te enloquece”, agrega.
Junto a sus compañeros, a quienes en su mayoría no conocía en persona, explora este nuevo rol. “Es un desafío tener una dinámica de conversación diaria, pero está fluyendo súper bien, con miradas muy distintas, y eso está buenísimo”, dice entusiasmada.

—¿Cómo decidiste que querías ser periodista?
—Mi primer contacto fue en la década del 90, cuando lo vi a Lanata en la tele, porque Página 12 no llegaba a Sastre, que es un pueblo de cinco mil personas.
—¿Naciste ahí?
—Sí, y siempre fui muy curiosa. Todo me daba enorme curiosidad, siempre me preguntaba ‘por qué pasa tal cosa’, con todo lo que tuviera a mi alrededor. Veía a Lanata y decía: ‘Yo quiero hacer eso’. Lo sentía casi como una aventura.
—¿Era el Lanata de Día D en ese momento?
—Sí, y al poco tiempo ya hacía Veintiuno, que fue la primera revista que compré. Y cuando estaba en el secundario le escribí una carta a Lanata, donde le preguntaba qué tenía que hacer para ser periodista. Le contaba que me quería venir a Buenos Aires, pero no sabía qué estudiar ni dónde, y le pedía consejos.
—¿A dónde se la mandaste?
—A América. Nunca me contestó, pero muchísimos años después, cuando ya hacía un tiempo que venía trabajando con él, le dije: ‘¿Vos sabés que yo te mandé una carta?‘. Y me juró que si hubiera llegado a sus manos, él me la hubiera respondido. Siempre me decía que seguro su productora de ese momento la tiró, que nunca se la dio [risas]. Y le creo, porque cuando un estudiante de periodismo le pedía una nota a Lanata, él se la daba. Con las personas que se interesaban por el periodismo el tenía esa camaradería.
—O sea que recién después de varios años de trabajar con él se lo dijiste, ¿por qué crees que tardaste tanto?
—No lo sé, quizá porque fue una decisión de vida. Cuando tuve que elegir una carrera para estudiar y en mi casa dije ‘periodismo’, que no tenía nada que ver con mi familia, con mi crianza, no entendieron muy bien qué era. Esperaban que yo estudiara algo relacionado a la economía, administración de empresas, pero yo me planté y les dije: ‘Periodismo o nada’, con todo lo que implicaba para alguien del interior encontrar un lugar para vivir en Buenos Aires.

—¿Qué hacían tus padres en ese momento?
—Tenían una empresa, una distribuidora de alimentos. Y mi mamá estaba en lo que sería la AFIP de Santa Fe.
—¿Tenés hermanos?
—Tengo una hermana, que estudió genética y vive en Estados Unidos. Ella se fue a estudiar a Misiones antes que yo, es decir que mis padres ya venían de ver cómo una hija se había ido lejos, a estudiar algo que tampoco era común en ese momento.
—Terminaste el colegio y te viniste, ¿dónde te quedaste?
—Viví en una pensión de chicas. Yo estaba con una formoseña y una entrerriana en una habitación chiquitita, que tenía una cucheta y una cama. Esa era toda mi vida.
—¿Podían entrar chicos a la pensión?
—No. Teóricamente no, pero de vez en cuando hacía el ingreso algún que otro chico, medio oculto [risas].
—¿Has metido chicos ocultos a la pensión?
—No, nunca. Y lo gracioso es que el día que yo llegué a Buenos Aires no había lugar en la de chicas, y a tres cuadras la misma señora tenía otra pensión, pero de chicos. Y me tuve que quedar en esa provisoriamente, un mes entero.
—¿En cuál la pasaste mejor?
—La de chicos fue toda una experiencia, un gran contraste con mi vida en Sastre. Ahí estaba sola en la habitación, pero cuando iba al comedor estaba lleno de brasileros. Yo venía de un pueblo que nada que ver.

—¿No dudaste nunca en el camino de la profesión que elegiste?
—Nunca.
—¿Dónde estudiaste?
—Hacía dos carreras, estudiaba periodismo en la UAI y Sociología en la UBA. Empecé a trabajar en Radio Libertad en fútbol de ascenso. A donde me abrían la puerta yo entraba, incluso atendiendo el teléfono, después de productora.
—¿Y tu sueño cuál era?
—Una redacción de papel. A mí me había deslumbrado Lanata, pero yo tenía una fuerte vocación por escribir. Me parece que todo periodista tiene que escribir en algún momento. Con el tiempo lo logré, estuve en varias redacciones, en La Nación, en Noticias, en Crítica, que ahí fue cuando lo conocí a Lanata. Y hoy en día escribo también: los domingos hago una columna de política acá, en Infobae.
—¿Cómo siguió todo?
—Hice un montón de cosas, muchas guardias periodísticas, porque todavía no hacía política. Siempre me decían: ‘Vos sos muy versátil, tenés que hacer información general’, y yo odiaba eso, porque me ponía al hombro lo que fuera, cualquier tema, pero con esa excusa de que me adaptaba a todo, me cargaban con cualquier cosa.
—En ese momento, ¿ya tenías en claro que querías hacer política?
—Sí, a mí me gustaba desde siempre, la política y la historia.
—¿Tenías una posición ideológica ya tomada?
—No, la verdad es que tenía una coctelera total en la cabeza. Haber crecido en un pueblo del interior de Santa Fe, muy conservador, implicó también una determinada mirada sobre la economía y los valores. Por eso fue un shock total cuando fui por primera vez a la universidad. Para mí la UBA fue un ‘wow’ total, para mí ‘era la izquierda’. Yo nunca había visto algo así, todas las banderas políticas en los pasillos. Me impresionaba. Además era una aspiradora que leía todo y me fascinaba conocer todas las posiciones. Y lo que me gustaba del periodismo político era que muchas veces era muy antisistema, de enfrentar, de poner la crítica, toda la etapa de la investigación. Todo eso me encantaba.
—¿Qué guardia periodística dijiste ‘qué estoy haciendo acá’?
—Durante una temporada en Punta del Este había un romance que no se había blanqueado, y a mí me daba una vergüenza, porque yo ya estaba haciendo política. Era de empresario importante. Dijeron por dónde iban a salir, y conseguimos la foto, pero me daba cosa que sea la vida privada. Me ponía mal por la situación.
—¿Y cuál fue la peor cobertura que te tocó hacer?
—La que más me me quedó fue la de Cromañón. A mí me tocó hacer un gráfico de la actualización de la cantidad de víctimas, los heridos, los teléfonos para ubicar a la gente, la movilización en la calle de los familiares. Era una infografía en el segundo día de redacción que tuve, cuando era una pasante en información general. Yo esa noche me fui con fiebre. Creo que habré somatizado, porque era durísimo.
—El dolor.
—Sí, muchísimo. Conocí a una mamá que se había muerto su hija, y ella falleció de cáncer al poco tiempo. Eran todas historias completamente desgarradoras. Y me quedó muy grabado.
—¿Con qué historia sentiste que lo que hacés, el periodismo, es importante?
—Hubo muchas, desde el punto de vista de corrupción, que tienen que ver con la política, que quizá por el impacto uno las siente importantes. Pero siempre las que a mí más me conmovieron en lo personal fueron otras. En el Hospital Garrahan estuve cubriendo los paros. Son todos chicos, muchos no son de Buenos Aires, que vienen con sus familias, a hacer tratamientos oncológicos, severos, de enfermedades graves. En la puerta conocí una chica a la que tenían que hacerle una cirugía muy compleja de corazón, y se había suspendido por el paro. Hablé con ella y con su mamá, hicimos esa nota en la tapa del diario, y al día siguiente llamó alguien del Gobierno para pedir que se hiciera la intervención, y esa nena, que era muy humilde, de Villa Itatí, en Quilmes, pudo operarse, y salió todo muy bien. Al año siguiente su mamá me invitó al cumpleaños y fui a verla. Haber podido formar parte de eso fue maravilloso para esa nena y para mí.
—Y para esa mamá.
—Absolutamente. En ese momento yo era chica, pero ahora me impacta mucho más porque me imagino en esa situación, como madre.
—Sos madre de dos niñas. ¿Cuántos años tienen?
—Tengo una nena de 9, Lucía, y Clara, de 12.
—¿Cómo te llevas con eso?
—Soy la mamá que puedo.
—¿Cómo te definís?
—Creo que las dejo ser mucho, pero también soy extremadamente estricta al mismo tiempo. Parece una contradicción, pero dejo que vivan, tomen posición, y que después se hagan cargo de eso. Soy exigente con la responsabilidad. Esa parte no sé si está tan bien, si es muy pedagógica, pero quiero que entiendan el significado de la autoridad y las reglas.

—¿Vos estás en pareja con el papá de tus hijas?
—Sí, hace 20 años.
—¿Están casados?
—No, y te confieso que a mí me hubiera encantado la fiesta de casamiento.
—Estamos a tiempo.
—No, ya no, porque me lo propuso de una manera que no me gustó y ya está. Yo soy un poco así.
—¿Cómo se llama tu marido?
—Eladio.
—Eladio, llamame y armamos una propuesta como Dios manda.
—No, es que fue una propuesta horrible. Me llama un día por teléfono, y me dice textual: ‘Che, estoy con los trámites de la ciudadanía italiana, ¿por qué no nos casamos?’. Y yo le dije: ‘No solo que no me voy a casar nunca en la vida con vos después de esto, sino que tampoco quiero la ciudadanía italiana ni nada’. Y desde esa conversación ya está, nunca más. Pasaron 15 años, y la única de la familia que no tiene la ciudadanía soy yo, porque me re enojé.
—¿Estás para que te caiga hoy con mariachis?
—No.
—¿Un pasacalles?
—No, tampoco. Es que me cuesta soltar ese episodio.
—¿Y por qué no le propusiste vos?
—Porque ya no hubo vuelta atrás.
—Pasaron 15 años, soltá Jesi.
—Sí, puede ser [risas].
—¿Él cómo es como papá?
—Es muy buen padre. Creo él es mejor como padre que yo como madre, y eso es un gran elogio. Tiene mucha dedicación, se hace cargo de muchas cosas, está muy encima, súper encima. Tiene un costado desde el punto de vista logístico, que le encanta que las chicas hagan deporte, es el chofer que las lleva a todos lados. Y me banca muchísimo en todo lo laboral, para que pueda hacer lo que me gusta.
—Hablando de eso, el periodismo político, ¿cuándo llega a tu vida?
—Empecé en la revista Noticias, cuando me llaman para trabajar con Lanata, en 2007. Necesitaban a alguien para sus investigaciones, que eran personales, era trabajar directamente para él. Y era para ayer; cuando llamaron tenía que entrar ya, y ahí fue cuando lo conocí.
—¿Esperabas ese llamado en algún lugar tuyo o fue completamente inesperado?
—Jamás. Nunca me lo imaginé. Sí era algo que quería, que soñaba, pero me sorprendió muchísimo y fue producto del azar. Lanata estaba trabajando con dos periodistas, Luciana Geuna y Romina Manguel. No sé por qué razón Romina Manguel se bajó del proyecto, y en medio de esa emergencia, que ya estaba por salir Crítica, les faltaba una persona y me llamaron. Sino fuera por la renuncia de Manguel yo a lo mejor nunca hubiera laburado.
—Le agradecemos a Romina Manguel.
—Totalmente. Gracias Romina Manguel, que creo que esto no lo sabe.
—¿Y esa primera charla con Lanata cómo fue?
—Lanata usaba tiradores en ese momento. Estaba vestido de un tono verde muy oscuro, camisa blanca, y por supuesto, fumando. Entré y él miraba las pruebas del diario. Estaba leyendo un epígrafe de la última página que no le gustó. Y empezó a gritar: ‘¿Quién es el hijo de puta que escribió esto?’. A mí me encantó que el director del diario esté mirando el epígrafe de la foto de la última página. Charlamos dos minutos y ya me dijo: ‘De qué nos disfrazamos’, que era su forma de preguntar qué investigamos, qué nota tenemos, con qué abrimos la semana que viene, con qué salimos a la calle. Esa pregunta la hizo hasta el último día que lo vi. No terminaba un programa que ya estaba pensando qué hacemos el que viene.
—¿Cuál de las investigaciones que hicieron fue la que más te apasionó?
—Fueron un montón, muchas muy vinculadas a temas de corrupción. Después hubo otras como el triple crimen de General Rodríguez, vinculado con el tráfico ilegal de efedrina. Era permanentemente entrar en una dimensión desconocida, con consecuencias. Lanata pasó situaciones complicadísimas, pero él seguía y siempre se cargaba todo al hombro. Incluso para las cosas que no eran serias. Una vez me dice ‘quiero que vengas a PPT a hacer ‘la Pink House‘, y había que disfrazarse como que estaba en el despacho del presidente. Era un sketch cómico, y yo sentía que no lo podía hacer, que me iba a salir muy ridículo. ‘Si hacés el ridículo, seremos dos ridículos, lo que sea que pase, nos pasa a los dos’.
—¿Y cómo salió?
—Bien, porque tenía razón, obvio.
—¿Se bancaba si no tenía razón las críticas de su grupo?
—Sí. Una de sus frases era: ‘Estoy rodeado de hijos de puta’, cada vez que discutíamos algo. Los últimos años yo iba todos los días a su casa para el programa de radio, pasaba por lo menos cinco horas al día ahí, con lo que significa estar cinco horas en la casa de una persona. Conocés la cocina, los baños, las habitaciones, ves cuando está bien, mal, qué medicación toma, quién lo ve, quién entra, ves todo. Y ese era un gesto de confianza enorme de él, que los últimos cinco años había decidido que su casa fuera el lugar de trabajo también. Fue muy abierto, muy transparente y una persona súper generosa.
—¿Te sentiste en peligro alguna vez en alguna investigación?
—No soy muy temerosa, pero más que llamados nunca tuve. No me pasó nada grave, así que no me sentí nunca en peligro.
—¿Te pudiste despedir de Jorge?
—No, no pude. Pero me pasó algo muy loco. Yo lo vi por última vez a mediados de junio de 2024. Él se estaba preparando para la entrega de los Martín Fierro, que era un domingo. El jueves terminamos el programa, nos mostró el traje de lentejuelas negro que iba a usar, pero él estaba con mucho miedo por un estudio médico que tenía que hacerse, que lo había pospuesto. Cada vez que terminábamos el programa teníamos el chiste de ‘Hemos realizado la misa, podemos irnos en paz’. Y ese día no dije nada, no lo saludé, fui a buscar mis cosas al pasillo donde dejaba todo, y lo miré a él, que siempre que terminaba el programa se iba al escritorio. Esta vez no, se había quedado sentado en la punta, en el micrófono, había dejado los auriculares a un costado, y había un efecto contraluz con la ventana del balcón. Esa fue la última vez que lo vi, así que no me despedí nunca. Pero el último año todas las conversaciones eran desde lo humano, de relaciones de padres e hijas, cosas de la profesión, y para mi cumpleaños me regaló un cuadro negro.
—Contame la historia de ese cuadro negro.
—A mí me gusta mucho un pintor, Ricardo Supisiche, que lo descubrí en la casa de Lanata, porque el tenía ahí una obra de él. Y yo soy obsesiva, cuando me interesa algo investigo todo. Resulta que Supisiche es santafesino, como yo, así que me llevaba a mi casa, a mi infancia, y alguna vez dijimos algo al aire sobre eso. Nos escribió la hija de Supisiche, nos mandó libros y fue hermoso. Cuando llegó mi cumpleaños me entregó ese cuadro negro, y yo no lo quería aceptar. Él ya se ponía de mal humor, y me dijo: ‘Te lo vas a llevar porque nadie en el mundo va a mirar este cuadro como lo vas a mirar vos. No es mío, es tuyo’. Es un cuadro negro que tiene la figura de una mujer, y hoy lo tengo en el living. Creo que me quiso decir mucho a través de ese regalo.
—¿Sentís que te acompaña periodísticamente?
—Sí, todo el tiempo pienso ‘qué haría Jorge’, o ‘mirá lo que se está perdiendo’.
—La despedida de un papa, un cónclave.
—Exactamente.

—¿Crees que Lanata tiene un sucesor?
—No, creo que hay personas que son únicas e irrepetibles, producto de una época. Jorge Lanata simbolizó una época. Es representante de una generación y de una escuela de hacer periodismo, que no sé cómo seguirá. Él odiaba la palabra rockstar, pero tenía ese espíritu. Tenía cosas también tremendas, que si se enojaba no medía, y te lo decía.
—¿Se enojó con vos alguna vez?
—Sí, se enojó porque en un momento yo estaba viviendo en Pilar y no quería hacer más el viaje de tres horas y dejé el programa. Él no se iba a bancar que yo siga llegando tarde, ni que vaya menos tiempo, así que le dije: ‘No voy más’, y nos puteamos. Después al aire me decía ‘la traidora’, hasta que me hizo una contrapropuesta seis meses después para hacer otras cosas y volver.
—Parecía un niño dolido.
—Tenía mucho de niño, muchísimo. Y las peleas en la radio en su casa, previo a salir al aire, a los gritos con todos. Yo ya sabía que no terminaban mal, pero era todo así, muy apasionado.
—¿Hoy qué nota soñás hacer? ¿Cuál sentís que tenés pendiente?
—Me hubiera encantado el papa Francisco, que obviamente ya es imposible. Pero creo que fue el último gran líder mundial. Hay presidentes poderosos, pero el papa tenía 1.400 millones de seguidores del catolicismo. Es como todo China y todo India. Y siento que tenía un predicamento mucho más amplio, por fuera del catolicismo.
—¿Te da orgullo que sea argentino?
—Sí, mucho. Solo que me da la sensación de que nosotros, como argentinos, no supimos qué hacer con el papa. Es como el jarrón chino, que todo el mundo le da un valor enorme, pero no saben dónde ubicarlo. Desde la política, la gente, lo ubicaba en un lugar o en otro. Se lo tragó un poco la grieta, y por eso no pudo venir. Estuvo bien, porque hubiese sido terrible si venía.
—Hay posiciones encontradas ahí, hay gente muy enojada porque no vino.
—Sí, yo entiendo, pero entiendo más a Jorge Bergoglio.
—¿Creés que lo iban a usar?
—Sí. Se lo usó muchísimo. Y recién ahora yo veo la película de sus 12 años. Tenía las imágenes medio sueltas, pero al analizar todo junto se entiende mucho más el personaje, lo que quiso hacer y lo que significó. Estos días que estamos repasando su origen, su historia, sus momentos, su obra, siento que se justifica mucho más que no haya venido a la Argentina.
—¿Qué sentís que es lo más importante que te enseñó Lanata?
—Qué difícil sintetizarlo. Creo que en las últimas conversaciones me quedó claro que a él le importaba la gente y las historias. Contar eso. No hablarle a la política, ni a los periodistas, que lo que deja huella es mostrarse uno como es. Siempre nos decía que la gente odia a los funcionarios, que la vida por otro lado, por otros temas, que en sus casas hablan de otras cosas. A mí me impresionaba su olfato de lo que pasaba en la calle. Aunque vivía en el Palacio Estrugamou, donde tenía una vida muy distinta, siempre sabía lo que pasaba en la calle, y eso le parecía importante. ‘No se encierren en un micromundo, vean lo que pasa, vayan, no se intoxiquen con la política’, decía. Y eso yo lo tomo como algo muy importante.
—¿Y qué le decís hoy a esa nena adolescente de 15, que un día dijo ‘quiero ser periodista?
—Le digo: ‘Seguí nena, adelante, seguí con más fuerza todavía’, porque siempre está bien perseguir con convicción lo que a uno le gusta.
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