La Estrategia de Seguridad Nacional redefine el hemisferio occidental como patio trasero estratégico indispensable. Se articula en torno a tres factores: Primero, blindar la región de potencias extracontinentales, especialmente China; segundo asegurar el control exclusivo sobre los recursos naturales y las cadenas de suministro críticas; y tercero, militariza la respuesta mediante una cooperación securitaria que convierte la autonomía latinoamericana en una vulnerabilidad. Una lectura desapasionada desde fuera del escenario euroatlántico sugiere una realidad menos dramática pero más estratégica: lejos de una ruptura, Washington está orquestando una crisis calculada para remodelar su relación con Europa en términos más favorables y funcionales a sus intereses de largo plazo.
M. Rambaldi. Madrid. 28/12/2025. Hablar de que Estados Unidos “revive” la Doctrina Monroe no es un recurso retórico. Es una afirmación con peso histórico y consecuencias geopolíticas concretas. La Estrategia de Seguridad Nacional de 2025 no solo la menciona implícitamente: la actualiza, la operacionaliza y la convierte en eje rector de su política hacia el hemisferio occidental.
Proclamada en 1823, la Doctrina Monroe se presentó originalmente como un principio para impedir nuevas colonizaciones europeas. Sin embargo, se transformó en la justificación central para la expansión territorial y la dominación regional de Estados Unidos. Desde la anexión de más de la mitad del territorio mexicano en 1848, pasando por el intervencionismo explícito de Theodore Roosevelt, hasta el respaldo a golpes de Estado y la participación en mecanismos de coordinación represiva como la Operación Cóndor, la doctrina ha encubierto una larga historia de imposición.
Su retorno explícito hoy no es un anacronismo. Responde a una reconfiguración profunda del poder global. Como explica el analista mexicano Alfredo Jalife, el eje central del conflicto contemporáneo ya no se organiza primordialmente en términos ideológicos (izquierda v/s derecha), sino estructurales. Se articula entre proyectos globalistas, asociados a élites financieras y corporativas transnacionales, y proyectos soberanistas, centrados en la defensa del Estado-nación, el control de los recursos estratégicos y la autonomía económica y de seguridad. Este marco es clave: tanto el globalismo como el soberanismo atraviesan gobiernos de distinto signo. Lo relevante ya no es la retórica ideológica, sino la posición frente a la soberanía, la multipolaridad y el control de los flujos estratégicos.
Desde esta perspectiva, movimientos como el MAGA (Make America Great Again) pueden leerse precisamente como un proyecto soberanista de reconstrucción interna: un intento de recuperar capacidad industrial y empleos manufactureros tras décadas de deslocalización globalista. Sin embargo, este intento de regresar a un capitalismo industrial del pasado plantea una paradoja: volver atrás no garantiza resultados distintos cuando ya se conocen sus desenlaces históricos.
Es en este marco donde debe leerse la nueva Estrategia de Seguridad Nacional (NSS), que redefine el hemisferio occidental como patio trasero estratégico indispensable. Esta redefinición se articula en torno a tres factores inseparables. Primero, blindar la región de potencias extracontinentales, especialmente China, cuya expansión -basada en acuerdos comerciales e inversión, sin intervención militar directa- ha introducido relaciones económicas más diversificadas. Frente al soberanismo estadounidense, el ascenso de China ofrece un contraste crucial: es una estrategia soberanista de orientación socialista que ha logrado consolidarse como superpotencia sin replicar el patrón de injerencia política y militar que caracterizó la expansión estadounidense.
Segundo, la NSS busca asegurar el control exclusivo sobre los recursos naturales y las cadenas de suministro críticas (energía, minerales, alimentos), considerados vitales para Washington. Tercero, militariza la respuesta mediante una cooperación securitaria que convierte la autonomía latinoamericana en una vulnerabilidad y trata la integración regional como una amenaza.
Bajo este enfoque, América Latina ya no es abordada como un conjunto de Estados soberanos con proyectos propios, sino como un espacio cuya orientación debe alinearse con los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos. El lenguaje de la NSS combina diplomacia y cooperación, pero su esencia es profundamente securitaria y hegemónica.
Desde una lectura crítica, esta formulación supone un retorno operativo a la lógica de la Doctrina Monroe, adaptada al siglo XXI. Su carácter neoimperialista se expresa en la pretensión de definir qué alianzas y modelos de desarrollo son aceptables dentro del hemisferio. Es una estrategia belicista, no por promover guerras abiertas, sino por militarizar la política exterior y convertir la competencia económica en un problema de seguridad. Finalmente, su continuidad histórica le confiere un carácter criminal: no cuestiona el legado de sanciones, bloqueos, golpes de Estado y apoyo a regímenes represivos, sino que lo normaliza bajo un nuevo lenguaje técnico. A este legado se suma el control instrumental de economías ilícitas como el narcotráfico, un negocio que históricamente ha justificado la militarización y erosionado a los Estados latinoamericanos, sin tocar los nodos financieros donde se concentra su valor real.
Para América Latina, el escenario exige una alerta estratégica. Frente a la presión de un proyecto soberanista estadounidense que busca reconstruir su primacía, y al contraste del modelo chino, la región debe cuidarse de sus propias élites. Nada resulta más funcional a Washington que el triunfo de globalistas de moral conservadora, dispuestos a subordinar recursos estratégicos y soberanía política a cambio de beneficios de corto plazo o batallas culturales. En ese cruce de fuerzas -entre hegemonías en disputa y liderazgos locales complacientes- América Latina vuelve a ocupar un lugar central en una ecuación que no diseñó, pero cuyos costos históricamente ha pagado.
La publicación de la nueva Estrategia de Seguridad Nacional (NSS) de Estados Unidos ha desatado un coro de ansiedad en los círculos políticos y mediáticos europeos. Se habla de abandono, de repliegue estadounidense y de una fractura histórica en la alianza transatlántica. Sin embargo, una lectura desapasionada desde fuera del escenario euroatlántico sugiere una realidad menos dramática pero más estratégica: lejos de una ruptura, Washington está orquestando una crisis calculada para remodelar su relación con Europa en términos más favorables y funcionales a sus intereses de largo plazo.
El primer objetivo de esta presión es económico. La exigencia de que los aliados de la OTAN financien plenamente su propia defensa no es una retirada, sino una externalización inteligente de costos. El mensaje es claro: Europa debe pagar su seguridad, pero el gasto deberá canalizarse preferentemente hacia la industria de defensa estadounidense, consolidando una dependencia tecnológica y militar que beneficia a Washington. La narrativa del “abandono” oculta esta transacción esencial: no se trata de irse, sino de hacer que los europeos asuman la factura de una arquitectura de seguridad que sigue sirviendo, en última instancia, a la hegemonía global de Estados Unidos.
El segundo objetivo es disciplinario. Al diagnosticar una “crisis de civilización” europea -atribuida a políticas migratorias, económicas y sociales-, la NSS no solo critica, sino que establece un marco de culpabilidad. Esta narrativa, amplificada por sectores de la derecha europea, es instrumental. Sirve para presionar a Bruselas a alinear sus políticas internas con los intereses estratégicos de Washington y, sobre todo, para justificar un rearme acelerado y un alineamiento inquebrantable frente a Rusia. Lejos de ser una víctima pasiva, una parte significativa de la élite europea utiliza este discurso para impulsar agendas propias de seguridad dura, presentándolas como una necesidad impuesta desde fuera.
Aquí reside una de las grandes contradicciones pasadas por alto: la guerra en Ucrania. Mientras la prensa occidental la señala como la causa de las tensiones transatlánticas, una mirada geopolítica más amplia sugiere que funciona como la herramienta perfecta para este rediseño. El conflicto congela cualquier posibilidad de acercamiento entre Europa y Rusia, asegura la relevancia de la OTAN y hace políticamente inviable cualquier discurso europeo de autonomía estratégica. La crisis ucraniana no causó el giro estadounidense; es el escenario que permite ejecutarlo con mayor eficacia.
El tercer y más revelador objetivo es contener la autonomía. La NSS reduce notablemente la retórica beligerante hacia China, un giro estratégico subestimado. Este silencio relativo es elocuente: refleja el temor de Washington a que una Europa frustrada y distanciada busque alternativas. La posibilidad real de que Beijing ofrezca a Europa financiación, tecnología e infraestructura -convirtiéndose en un socio estratégico alternativo- es la línea roja que Estados Unidos no cruzará. Toda la presión y la retórica de crisis tienen, por tanto, un límite infranqueable: nunca llegarán a empujar a Europa hacia los brazos de Pekín. La “ruptura” es, en esencia, un teatro con guion.
Por ello, desde una perspectiva sudamericana, acostumbrada a observar los vaivenes del poder estadounidense, el drama transatlántico adquiere otro matiz. No se trata del fin de una era, sino de su recalibración. Las formas pueden ser ásperas, los reproches públicos y las demandas brutales, pero el núcleo de la relación -la dependencia estratégica europea, la primacía del dólar, la integración del complejo industrial-militar- permanece intacto y se fortalece mediante esta tensión controlada.
En definitiva, la nueva estrategia de seguridad estadounidense no anuncia el abandono de Europa, sino la intensificación de una relación de dominación bajo nuevos términos. Europa no será dejada de lado, sino puesta en su lugar: el de un socio subalterno, financieramente responsable, militarmente alineado y geopolíticamente contenido. El verdadero mensaje para Bruselas no es “adiós”, sino “así se harán las cosas de ahora en adelante”. Y ese es un debate que, más allá del pánico mediático, las capitales europeas parecen temer enfrentar.
La entrada La Doctrina Monroe en clave Siglo XXI. El regreso del patio trasero y lo que realmente significa para Europa se publicó primero en El Siglo.
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