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La iglesia llora a Francisco

La iglesia llora a Francisco

La Iglesia llora la pérdida de Francisco, el Papa de la primavera y de la sinodalidad, el pastor que supo abrir puertas y ventanas para que entrara aire nuevo en la casa común de los creyentes. Su muerte deja un vacío inmenso, pero también un legado indeleble: el de haber dejado a la Iglesia empistada en los raíles de la sinodalidad, ese sueño de democratización y de escucha que él convirtió en realidad cotidiana. Francisco no convocó un concilio, pero su pontificado ha sido, en la práctica, un gran concilio de puertas abiertas, donde todos —obispos, sacerdotes, laicos, mujeres, jóvenes y pobres— han tenido voz y voto en el discernimiento eclesial.

El Papa argentino supo transformar la estructura piramidal de la Iglesia en una comunidad más horizontal e inclusiva, donde el Pueblo de Dios es protagonista y no mero espectador. De la pirámide al poliedro o al círculo. Su apuesta por la sinodalidad fue mucho más que una reforma de las instituciones: fue, sobre todo, una revolución de las mentes y de los corazones, una invitación a caminar juntos, a dialogar y a discernir en comunión. Francisco ha dejado la Iglesia en marcha, en salida, con la mirada puesta en las periferias, el oído atento al clamor de los olvidados y el corazón en el Evangelio.

Su legado es también el de la misericordia y la ternura, el de una Iglesia que acoge, escucha y perdona, que no juzga ni condena, sino que abraza a todos, especialmente a los empobrecidos, los migrantes, los gays, los divorciados y los que se sentían excluidos. Francisco fue el Papa que denunció la “globalización de la indiferencia” y que soñó con una Iglesia madre, hospital de campaña y taller de fraternidad universal.

Ahora, con el cónclave a las puertas, la Iglesia se enfrenta a una decisión crucial. El Pueblo de Dios espera un Papa que siga las huellas de Francisco, que no desvíe el tren de la sinodalidad, sino que lo lleve hasta la estación soñada: la gran Asamblea Sinodal del santo pueblo de Dios en 2028. Un Papa que concrete el legado recibido, que no tenga miedo a la escucha, al diálogo y a la reforma. Que recoja lo sembrado y sepa hacer florecer la primavera que Francisco puso en marcha. La Iglesia necesita un pastor con el corazón y la mirada de Francisco, para que la sinodalidad no sea solo un método, sino el alma misma de la comunidad cristiana.

Por José Manuel Vidal, vaticanólogo español

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LaTercera.com

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