‘Los ensayos’: un islote de libertad contra lo previsible
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‘Los ensayos’: un islote de libertad contra lo previsible

Los ensayos (Max) es la serie más rara, irritante, desubicada, incomprensible y estrambótica del cartel actual. Acaba de empezar su segunda temporada, pero yo me he subido ahora, aupado por el entusiasmo de Nacho Vigalondo. En una cartelera homogénea y conservadora, llena de series previsibles y de ficciones sobreexplicadas y premasticadas, este coso salido de la cabeza desquiciada y repeinada de un judío canadiense llamado Natham Fielder es una alegría grande, un islote de libertad y vandalismo narrativo que desborda los límites del humor, de la lógica, de la verosimilitud, de los géneros, del buen gusto y de las expectativas razonables. Sorprende que exista algo así en un mundo tan hostil a la ironía y la ambigüedad. No la recomiendo para los que llaman pan al pan y vino al vino. Tampoco para los que gustan de verle los plumeros a la gente y necesitan saber de qué palo van los demás. A Los ensayos se entra desarmado de prejuicios o no se entra.
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