Los vaivenes que desafían el estilo Matthei
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Los vaivenes que desafían el estilo Matthei

“No voy a primaria. Voy directo a primera vuelta”.
La tarde del domingo 20 los presidentes de Chile Vamos llegaron a la casa de Evelyn Matthei en Las Condes. El ánimo no era de los mejores. Había unanimidad en que venían saliendo de una semana negra. La ansiedad por levantar una primaria a última hora -para no dejar la vía libre a un oficialismo que elegirá a su candidato único en esa contienda- y las polémicas declaraciones de la propia exedil sobre el Golpe de Estado daban cuenta de que la campaña había llegado a un punto de inflexión.
Matthei -la abanderada mejor posicionada en las encuestas- aparecía sin un rumbo claro, sin un equipo político que la contuviera. Y, peor aún, con su liderazgo dañado.
Había que tomar decisiones.

Al interior de Chile Vamos era incomprensible que en momentos en que debían tomar palco -frente a la pugna en el Socialismo Democrático entre Carolina Tohá (PPD) y Paulina Vodanovic (PS)-, la propia Matthei abriera flancos en su campaña, con desprolijidades e improvisaciones. Y que incluso estampara su huella digital en la búsqueda de competidores para las primarias, por sus contactos con Francisco Chahuán (quien renunció a 35 años de militancia en RN con ese propósito), con el senador de Evópoli Luciano Cruz-Coke (que no era partidario de la idea y terminó desistiendo) y hasta con el comediante y comunicador Checho Hirane (que filtró la conversación que tuvieron). Y que reflotara -de paso- el 11 de septiembre de 1973. No solo por la sensibilidad del tema. También por el impacto de sus palabras en un centro político que se quiere conquistar y porque fue el episodio que le penó en la campaña de 2013, fecha en que se cumplieron los 40 años del Golpe y los 25 del plebiscito del Sí y del No.
“Nos amarramos nosotros mismos los cordones de las zapatillas”, resume un parlamentario de RN al admitir que los vaivenes y las dilaciones en la toma de decisiones no han sido bien evaluados al interior del sector.
Andrés Longton y Miguel Mellado, ambos RN y en línea con el planteamiento de Rodrigo Galilea, su presidente, fueron categóricos en advertir que Matthei no necesitaba que le inventaran una primaria y que el mecanismo exprés dejaba más dudas que certezas.
Presionada por las críticas, y por los pasos en falso, el domingo 16 la abanderada optó por un golpe de timón. No estaba dispuesta a participar en una contienda artificial y así se los comunicó a los jefes de los partidos. El capítulo -para ella- estaba cerrado: iba directo a la primera vuelta, con todos sus pros y contras. Pero los sucesos dejaron una estela de improvisaciones que encendieron las alarmas en las filas opositoras.
El estilo Matthei
“¿Por qué le piden a ella lo que nadie les pide a otros candidatos?“. Así contestaba la semana antepasada uno de los asesores más cercanos a Matthei a por qué -después de casi cuatro semanas de discusión- la candidata aún no definía quién sería su jefe de campaña.

La inquietud se había instalado a fines de marzo, cuando su adhesión había bajado ocho puntos desde diciembre, según algunos sondeos.
A la sensación de estancamiento y el alza de Johannes Kaiser -por esos días- se sumaba la falta de un equipo estratégico. Así, desde los partidos instalaron la urgencia de empezar a tomar definiciones. Sin embargo, una y otra vez el entorno de la exalcaldesa respondía que aún no era el momento y que las demás candidaturas no estaban decidiendo sus organigramas.
Por el escritorio de Matthei pasaron al menos una decena de nombres, algunos sugeridos por los partidos, otros por ella misma. El primer y último filtro lo tenía ella: sentirse en confianza. Pero a medida que pasaba el tiempo, el asunto seguía stand by y se acumulaban errores no forzados que podrían terminar costando caro en una campaña larga.
Esa demora en tomar decisiones y los vaivenes son, de hecho, una de las mayores críticas en la oposición.
A pesar de las presiones que se empezaron a acumular en Chile Vamos, ella optó por estirar la cuerda, pues elige con pinzas a sus cercanos. Así, esta semana nombró como su jefe de campaña al expresidente de la Cámara de Diputados Diego Paulsen (RN), a quien le ofreció -en reserva- el cargo hace aproximadamente un mes. Ambos se conocen desde la campaña por la segunda vuelta en 2013, y se juntaron en septiembre del año pasado en una visita a La Araucanía, en medio de la contienda por los municipios y los gobiernos regionales.

En su esquema no aparecen -en la primera línea- los históricos de la UDI, con quienes tendría una relación distante, aunque mantiene contacto estrecho con el senador Juan Antonio Coloma -a pesar de las diferencias que tuvo con él por la reforma de pensiones-, y con Patricio Melero, quien asiste a todos sus actos de campaña.
“Hasta este momento lo que hemos visto es el instinto de Matthei. Ahora debiera haber una estrategia más ordenada que combine su instinto con la capacidad política de los partidos que la acompañan”, dice una integrante de Chile Vamos.
La duda está en el rol que tendrá Paulsen, quien a pesar de ser una figura que concita la simpatía transversal en Chile Vamos, no tiene el peso político ni la historia en común con Matthei que tuvieron jefes de campaña como Rodrigo Hinzpeter y Andrés Chadwick con Sebastián Piñera, o Francisco de la Maza con Joaquín Lavín. En la UDI afirman que Paulsen tendrá un rol más ejecutivo, de planificación y control.
“Lo que se necesita es una persona que ejecute. A Matthei le interesan muchos temas, pero puede ser dispersa”, plantea un dirigente de ese partido.
La exalcaldesa lleva el avance de las tareas en el computador. Un parlamentario de Chile Vamos cuenta que la pantalla está llena de pequeños íconos, todos clasificados por temas, en los que revisa el cumplimiento de tareas.

“Evelyn Matthei tiene una característica que sorprende; que siendo una persona con más de 35 años de trayectoria política, que ha sido dos veces diputada, dos veces senadora, dos veces alcaldesa y ministra de Estado, tenga una tan amplia disposición a escuchar y a tomar caminos distintos cuando los argumentos son buenos, cuando las razones son de peso”, dice el presidente de la UDI, Guillermo Ramírez, quien -para muchos- tiene sobre sus hombros la responsabilidad de instalar por primera vez a un militante UDI en La Moneda.
Pero sigue siendo enojona -“polvorita”, ha dicho- y desconfiada. Y hay quienes han vivido eso en carne propia, como -se confidencia- ocurrió en su minuto con quienes empujaron el acuerdo en pensiones. Pues, rodeada por una derecha dividida y con reparos técnicos, la exalcaldesa primero optó por mantener un prolongado silencio, que rompió para advertir que podría “acarrear consecuencias graves no buscadas” y que terminó celebrando. “Sus intervenciones fueron un poco confusas”, acusó en ese momento Jeannette Jara, cuando encabezaba la cartera de Trabajo.
A la exministra le gusta pedir opiniones de muchas personas a la vez, en un diálogo de uno a uno; no en grupos demasiado amplios. No ha conservado un equipo de trabajo o colaboradores históricos a lo largo de sus años en el servicio público. Y, por historia política, se afirma que no perdona las deslealtades. Y quien se atreve a traicionar su confianza, en ese mismo minuto queda fuera de su círculo. Hasta hoy mantiene una tensa relación con Andrés Allamand.
Hasta que asumió Paulsen, su círculo más estrecho lo conformaban el exsubsecretario Rodrigo Ubilla -uno de sus principales consejeros políticos-, el historiador Juan Luis Ossa, jefe programático, y el periodista Cristián Torres, su jefe de gabinete. Un dirigente de Evópoli afirmaba -antes de la inclusión de Paulsen- que quien tomara el primer lugar de la campaña debía asegurar “contención” para la candidata, después de dos semanas marcadas por errores comunicacionales y una petición de información sobre el acuerdo entre SQM y Codelco por el litio cuya motivación no quedó del todo clara.
Historia compleja
De la cúpula actual de Chile Vamos, Matthei es la única curtida en precandidaturas y campañas presidenciales. Un punto no menor a la hora de hacer frente a las crisis.
Ninguna de sus incursiones han sido fáciles. Y todas han ido moldeando su carácter. La más difícil fue la de 2013, cuando tras las sorpresivas bajadas de Laurence Golborne y Pablo Longueira, le pidieron que asumiera el desafío frente a una Michelle Bachelet que estaba empinada en las encuestas.
“Sabes que lo que me están ofreciendo es una mierda, porque no voy a tener ninguna posibilidad de ganar, no voy a tener ni un peso, y todos van a decir que perdí porque soy mala candidata”, le dijo al entonces senador Jovino Novoa, con quien habló del tema en el Congreso en Valparaíso.
“Chocolate no es”, le respondió el entonces histórico coronel del gremialismo.

No tenía por dónde ganar. Y así lo admitió el propio Presidente Sebastián Piñera en la recta final de esa primera vuelta. “Esta elección está entre dos personas. Pido perdón si alguien se molesta, pero quien lleva la delantera es Michelle Bachelet, y Evelyn Matthei, en ese orden”, sentenció.
Era un bombazo para la campaña. Pero Matthei le encontró la razón. “El Presidente Piñera está diciendo lo que todo el mundo sabe, lo que es sensato. Alguien podrá decir: ‘Mejor que no lo diga’. Pero a mí la honestidad absoluta me encanta, así es que no lo tomo para nada a mal, y si ayuda o no ayuda me da lo mismo, porque yo igual estoy segura, igual tengo que trabajar y la meta primera es pasar a segunda vuelta y en la segunda vuelta la meta es ganar”, sostuvo en esa oportunidad.
Quienes la acompañaron en esa incursión recuerdan que no tenían recursos; que en los partidos habían quedado heridos -porque Longueira le había ganado la primaria a Allamand-, y que en definitiva la dejaron prácticamente sola. “Éramos cuatro gatos”, comenta uno.
El momento más complejo fue el 25,02% que obtuvo en la primera vuelta, el peor desempeño de la derecha desde la elección del 93, cuando Arturo Alessandri Besa logró un 24,41%.

A diferencia de su campaña de 2013, su relación hoy con los partidos es fluida. Esta vez no tiene oposición ni liderazgos que le hagan sombra en Chile Vamos. Sí en la derecha, donde José Antonio Kast (Partido Republicano) y Johannes Kaiser (Partido Nacional Libertario) se convirtieron en forma inédita en sus principales adversarios.
Hasta que Paulsen hizo su estreno esta semana como jefe de campaña, Ramírez (UDI) y Galilea (RN) habían oficiado como sus más cercanos estrategas.
Las reuniones clave, por lo general, las tiene en su casa. Y todos los domingos recibe a los presidentes de los partidos, con quienes se junta también varias veces a la semana para conversaciones puntuales. Esto aparte de los contactos por celular y WhatsApp.
La ven más empoderada. Y también con una empatía y sentido del humor -se ríe hasta de sí misma- que empezó a visibilizar desde que llegó al municipio de Providencia en 2016, por su contacto con los vecinos de esa comuna.
A diferencia de sus públicas reyertas políticas -entre las más recordadas están las que tuvo con la diputada independiente ex UDI Marta Isasi, a quien trató de ignorante y esta le respondió “¡qué me venís a hablar así rota de mierda!”, o con el PS Osvaldo Andrade, a quien le sacó la madre-, en Chile Vamos sostienen que esa Evelyn quedó en el pasado. Que sigue diciendo garabatos, pero en broma; que no los utiliza para descalificar.
Ella misma admite que tiene un carácter fuerte, visceral, pero que la rabia se le pasa rápido. Y pide disculpas.
Nunca llama la atención en público a algún integrante de su equipo. Sí los cita personalmente a su oficina, para expresar sus reparos. Tampoco -como lo hacía Piñera, con su block Colón- les toma examen en las reuniones de trabajo.
“Pobre al que se le olvidara una cifra o llegara sin una minuta ante el Presidente. Eso no lo hace Matthei”, comenta un exministro.

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