“No tengo idea qué va a hacer el mercado, pero sí sé qué haré yo si hace eso” es una antigua frase de Ben Graham poco apreciada por vendedores de proyecciones, pero sí por quienes nos ganamos la vida invirtiendo. Hace cinco años escribí una columna en este diario sobre Hábitat, empresa que mantengo hasta el día de hoy. Era un caso extremo de algo inusual que estaba viendo en la Bolsa local: el riesgo de perder plata permanentemente se había evaporado para algunos emisores.
Hábitat, que en ese entonces operaba en Chile, Perú y Colombia, se encontraba a un precio tal que, si su negocio era inmediatamente sepultado en las tumbas chilenas, peruanas y colombianas del neoliberalismo, su valor mínimo de liquidación conformado por sus activos líquidos (caja y encaje) menos sus pasivos totales, era equivalente al valor de la compañía en Bolsa. En definitiva, era un “si sale cara, gano mucho; si sale sello, pierdo nada”. De hecho, como es de público conocimiento, salió cara, con lo que la inversión en Hábitat, considerando ganancia de capital, acciones crías recibidas por su operación internacional (AAISA) y dividendos, se ha multiplicado en estos años en 5 veces (8 veces reinvirtiendo en la compañía los dividendos recibidos).
Es un caso extremo éste, pero no muy distinto a lo que hemos visto durante el gobierno actual en la Bolsa chilena en general. Una inversión en el IPSA hace cuatro años atrás, con el Presidente Boric recién electo y Constitución mamarracho en elaboración, se ha multiplicado en 2,4 veces (un 24% de retorno promedio anual). Para entender el porqué, vale la pena ir ocho años atrás. Durante los cuatro años del segundo gobierno del presidente Piñera (QEPD) el IPSA perdió más de un 20% de valor (-6% de retorno promedio anual). Ahora, si combinamos ambos períodos. Voilà. Tenemos un 8% de rentabilidad anual promedio desde 2017 hasta el día de hoy, un viejo conocido. En cualquier período bien largo de tiempo la Bolsa de cualquier país del mundo le va a ofrecer algo no muy distinto a ese 8% de retorno promedio anual.
Las lecciones que aprendimos en estos años, si es que finalmente las aprendemos, no son distintas a las que siempre han sido y siempre serán en inversiones:
1. Nuestra capacidad para proyectar el futuro es pésima (la de los expertos también), por lo que tomar decisiones de inversión en función de ello no hace sentido. Es más, soy un convencido de que la Bolsa se mueve más corrigiendo pésimas proyecciones pasadas que haciendo correctas proyecciones sobre el futuro.
2. El fin del mundo ocurre sólo una vez, por lo que nunca es razonable apostar a ello. “Toda crisis pasada la vemos hoy como una oportunidad y toda crisis futura como un riesgo”, dice Morgan Housel, lo cual es al menos contradictorio.
3. La única roca sobre la que nos podemos apoyar para evaluar la rentabilidad esperada y el riesgo asumido en una inversión es el precio pagado por ella. El precio pagado está escrito en una factura, no en proyecciones de Excel.
4. “Cuando la posibilidad de perder plata me la quitan, todas las otras alternativas están perfectas para mí”, dice Joel Greenblatt. Es más, donde él más invierte (me too) no es donde “cree” que va a ganar más, sino donde sabe que no puede perder.
5. Grandes oportunidades no aparecen cuando usted vea el futuro con optimismo, se encuentre psicológicamente listo para invertir y esté con plata que le sobra. El mercado no es tan acomodaticio así. Lo más probable es que aparezcan cuando usted, junto a todos los demás, esté en la situación inversa.
6. Corolario obvio: no tengo idea qué va a hacer el mercado durante el gobierno del presidente Kast, pero…
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