“¿Los que van a morir te saludan?”: cómo era ser gladiador en la antigua Roma

“¿Los que van a morir te saludan?”: cómo era ser gladiador en la antigua Roma

Un clásico de las representaciones de los combates de gladiadores de la antigua Roma en el cine es cuando, antes de empezar a batirse en la arena del Coliseo, saludaban al emperador de turno con la frase: Ave, Caesar, morituri te salutant (Ave, César, los que van a morir te saludan). Sin embargo, al parecer, esto no sería concordante con la realidad.

Así lo plantean los historiadores británicos Keith Hopkins y Mary Beard en su reciente libro El Coliseo (Crítica, 2024). “No hay el menor indicio de que se hubiese pronunciado esa frase en el Coliseo, y mucho menos de que fuera el saludo habitual de los gladiadores al emperador”.

Incluso, van más allá y citan el origen del mito. “Los escritores antiguos solamente la citan (la frase) en relación a un espectáculo en concreto, y no de gladiadores. De acuerdo con el biógrafo Suetonio -y Dion Casio sigue en esa misma línea- fue la frase que utilizaron los ‘combatientes navales’ (naumacharii; reos condenados según afirma el historiador Tácito) en una espectacular batalla de ficción en el lago Fucino, en las colinas al este de Roma, escenificada en el 52 d.C. por el emperador Claudio, justo antes de su igualmente espectacular proyecto de drenado del lago”. Es decir, probablemente a alguien le pareció interesante a la hora de hacer ficción y la atachó sin más a los gladiadores, en un ejercicio de falta de precisión histórica.

¿Quiénes eran en rigor los gladiadores? “Eran elementos marginales ajenos a la sociedad romana -dicen Hopkins y Beard-. Algunos de ellos lo eran literalmente: cautivos de guerra, pobres desposeídos que veían en un posible éxito en la arena su única (y desesperada) salida, esclavos vendidos a los ‘campos de adiestramiento’ de gladiadores...y condenados enviados allí como castigo”. Agregan además que en su mayoría eran “exclusivamente hombres”, porque “las mujeres gladiadoras son más un invento de la fantasía moderna, a veces en exceso optimista, que una práctica romana”.

Algo más respecto a eso. En la antigua Roma pasaba que un ciudadano romano que había nacido libre, por cosas de la vida podía terminar convertido en gladiador. Ello traía consecuencias legales, afirman Hopkins y Beard. “Sufrían una serie de penas y estigmas cuando se convertían en gladiadores, lo que en muchos aspectos equivalía a perder su estatus de ciudadano pleno. Implicaba prácticamente la misma ‘deshonra oficial’ (infamia en latín) que padecían las prostitutas y los actores a causa de su profesión. Sabemos que la legislación romana del siglo I a.C. impedía el acceso a cargos políticos a quienes hubieran sido gladiadores; tampoco podían ejercer de jurado ni convertirse en soldados”.

“Pero lo más importante es que, al parecer, perdían incluso el privilegio fundamental de la ciudadanía romana: quedaban desprotegidos ante las agresiones o los castigos corporales. El estado civil romano estaba escrito en el cuerpo”, añaden.

Lo que sí está registrado, señalan ambos estudiosos, es que en esos tiempos los gladiadores eran una especie de símbolos sexuales de virilidad. “Grafitos de Pompeya, probablemente escritos por los propios gladiadores (y, por consiguiente, un alarde a la vez que un comentario), llaman a un tracio de nombre Celadus (O ‘Rugido de la multitud’) ‘el rompecorazones de las muchachas’, y a su compañero Cresces, ‘señor de las muñecas’. En realidad, en Roma era habitual la broma de que las mujeres tendían a enamorarse de los héores de la arena”.

Un importante hallazgo en Pompeya viene a confirmar positivamente la afición de las mujeres romanas de clase alta por el rudo oficio de gladiador. En las excavaciones realizadas en los barracones de los gladiadores apareció el esqueleto de una dama totalmente enjoyad, que, como se ha sugerido, fue sorprendida en el acto con su amante y quedó atrapada para eternidad (la pesadilla de toda adúltera) en el lugar equivocado en el momento equivocado”.

Y también agregan: “El gladiador era un símbolo cultural fundamental en Roma porque suscitaba reflexión, debate y acuerdo acerca de los valores romanos. Evidentemente, hay algo de tautológico en esta afirmación: todos los símbolos fundamentales suscitan discusión acerca de los valores de la sociedad a la que representan; eso es lo que los convierte, en primera instancia, en ‘símbolos culturales fundamentales’...su posición en la sociedad romana, y en la imaginación, estaba destinada a ser controvertida y ambivalente”.

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LaTercera.com

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