Didier Eribon, filósofo francés: “Si las clases trabajadoras han abandonado a la izquierda, es ante todo porque la izquierda las ha abandonado a ellas”
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Didier Eribon, filósofo francés: “Si las clases trabajadoras han abandonado a la izquierda, es ante todo porque la izquierda las ha abandonado a ellas”

Fue una suerte de desarraigo lo que sintió esa noche de 31 de diciembre. Didier Eribon llamó a su madre pasada la medianoche para desearle un feliz Año Nuevo, y ella le respondió con una fría noticia: “Me acaban de llamar de la clínica. Tu padre murió hace una hora”. El filósofo francés no sintió tristeza. Sabía que su padre estaba enfermo y sufría de alzhéimer. No trató de verlo una última vez; tampoco fue al funeral. “Yo no lo quería”, dice. Hacía una eternidad que ya no se hablaban ni se reconocían.
“La fosa que se había abierto entre nosotros durante mi adolescencia se había ensanchado con los años y nos habíamos vuelto extraños el uno para el otro. Nada nos unía, nada nos reunía”, escribe en su ensayo autobiográfico Regreso a Reims.
Biógrafo de Michel Foucault, prestigioso filósofo y sociólogo francés, tras la muerte de su padre, Eribon (1953) volvió a Reims, la ciudad y los barrios de su infancia, un entorno empobrecido de clase obrera. Un ambiente del que él, siendo joven gay con inquietudes intelectuales, huyó para estudiar en París.
Su padre trabajaba en la fábrica, su madre hacía labores de limpieza y vivían en un entorno de precariedad económica y cultural, atravesado de violencias. Eribon buscó alejarse de ese medio: huir de la homofobia del pueblo y eludir también el destino al que socialmente estaba destinado. Fue una doble reinvención: en París pudo reafirmar y vivir libremente su identidad sexual, así como ingresó también a otro medio social y cultural. Desde este punto de vista, dice, se convirtió en un “tránsfuga de clase”.
Sobre la primera transformación escribió en Reflexiones sobre la cuestión gay; la segunda, en cambio, era una pregunta pendiente. Pero tras la muerte de su padre decidió afrontarla: “¿Por qué yo, que sentí tanta vergüenza social, tanta vergüenza del entorno del que provenía cuando me mudé a París y conocí a gente que venía de entornos sociales tan diferentes al mío, a quienes con frecuencia mentía más o menos sobre mis orígenes de clase, o frente a quienes me sentía profundamente incómodo de tener que confesar mis orígenes, por qué nunca se me ocurrió abordar este problema en un libro o un artículo?”.
De alguna manera, dice Eribon, “me fue más fácil escribir sobre la vergüenza sexual que sobre la vergüenza social”.
Controversial, agudo y armado de una honestidad a menudo estremecedora, el autor recrea el ambiente de su infancia, la historia de sus padres, describe su trayectoria personal e intelectual y las tensiones que enfrentó. Aun cuando se identificaba con la izquierda política, no se reconocía en el mundo popular. “Leyendo a Marx y a Trotski creía estar a la vanguardia del pueblo. Pero en realidad estaba entrando en el mundo de los privilegiados, en su temporalidad, en su modo de subjetivación: el de los que disponen del tiempo para leer a Marx y a Trotski”, escribe. “Me apasionaba el Sartre que escribía sobre la clase obrera, pero detestaba la clase obrera en la que estaba inserto, el ambiente obrero que delimitaba mi horizonte”.
Cuando estudiaba en París y eventualmente veía a su familia los domingos, se sentía incómodo con ella, no soportaba sus formas de hablar ni sus deseos “materialistas” de aspirar a bienes de consumo. Reconoció entonces lo que la escritora Annie Ernaux vivió respecto de sus padres y que ella llamó “distancia de clase”. Y, sin embargo, no lograba sentirse integrado al nuevo medio social que frecuentaba. De algún modo, la huella de sus orígenes igualmente marcaba su identidad y delimitaba su destino.
La distancia con su familia incluyó también a sus hermanos, quienes votan por el Frente Nacional. Nieto e hijo de comunistas, Eribon intenta comprender cómo la clase obrera, que solía votar por la izquierda, acabó apoyando a la derecha. “¿Qué abrumadora responsabilidad tiene la izquierda oficial en este proceso?”, se pregunta.

Publicado originalmente en 2009 en Francia, el libro se convirtió en un inusitado bestseller. Fue traducido a 30 idiomas, inspiró un documental y ha encontrado lectores en Europa, Asia y América Latina. Su forma de entrelazar memoria y reflexión, autobiografía y análisis sociológico ha sido ampliamente celebrada: “El elogio más hermoso es cuando me dicen que he cambiado la manera en que se escribe hoy la sociología y la teoría”, dice el autor.
-Más generalmente, mi insistencia en la cuestión de las clases ha tenido el efecto de transformar por completo la teoría social y la filosofía política. Las clases habían desaparecido en gran medida del debate intelectual, y cada vez que Regreso a Reims se publica en un país, las clases vuelven al centro del debate. Con todo lo que gira en torno a esta cuestión: los oficios, el sistema escolar, las maneras de hablar, la relación con la cultura y la política, y la violencia permanente e insidiosa del desprecio de clase, del clasismo.
“Cuando uno es hijo de obreros, la pertenencia de clase se siente en el cuerpo”, escribe en el libro. ¿Podría describir cómo lo experimentó?
Es una evidencia: la clase social se inscribe en los cerebros y en los cuerpos. En gran medida, estamos constituidos y definidos por la pertenencia de clase. Eso vale para todo el mundo, para todas las clases sociales. Los cuerpos de mis padres, de los hombres y mujeres de mi familia, eran cuerpos de clase: cuerpos de la clase obrera. Cuando veo fotos mías, de niño o adolescente, todo —la forma en que estoy vestido, la manera en que ocupo el espacio con mi cuerpo— indica que pertenezco a la clase obrera. Lo mismo ocurría con mi forma de hablar (mi acento, mi vocabulario, mi sintaxis). Al cambiar de entorno social, aprendí poco a poco a hablar de otra manera, a vestirme de otra manera, a modificar mi gestualidad... Es una reeducación de todo el cuerpo. Mi cuerpo sigue siendo un cuerpo de clase, pero ya no de la misma clase.
Usted habla de dominación de una clase sobre otra: ¿No se trata simplemente de un problema de desigualdad de ingresos?
La palabra “desigualdades” no basta para dar cuenta de la dominación de clase. Es una noción que eufemiza y deforma la realidad. Ciertamente, existe una profunda desigualdad de ingresos, pero la desposesión económica va acompañada de una desposesión cultural y política. Hablar simplemente de desigualdades es encubrir la verdad estructural de la dominación. Es toda la estructura social la que debe tomarse en cuenta, es decir, la estructura de clase de la sociedad en sus múltiples dimensiones.
Por ejemplo, el acceso diferencial a la educación es uno de los factores más determinantes en la perpetuación y reproducción de las clases sociales, de la jerarquización social y de la dominación de clase. Esto determina, para los individuos que pertenecen a diferentes clases sociales, una relación muy distinta con el mundo y con los otros, con el tiempo, con la política.
A partir de la historia de su familia, usted describe cómo las clases trabajadoras han abandonado a la izquierda política para volcarse hoy hacia la derecha. Un fenómeno similar ocurre en Chile. ¿A qué lo atribuye?
Es difícil determinar una sola causa explicativa para un fenómeno de este tipo, que se ha desarrollado —y sigue desarrollándose— a escala internacional. Pero la desposesión cultural de la que acabo de hablar y el sentimiento de tener vidas desvalorizadas, consideradas inferiores, son factores absolutamente determinantes. Los estudios muestran que hoy existe una relación casi directa entre un nivel educativo muy bajo, medido por la escasa obtención de títulos (es decir, una permanencia breve en el sistema escolar), y la probabilidad de votar por la extrema derecha. Más aún si se considera que las poblaciones con menos acceso al sistema educativo viven en lugares (periferias de las grandes ciudades, pequeñas ciudades, pueblos rurales) donde los servicios públicos son prácticamente inexistentes, porque han sido desmantelados o eliminados.
Todo esto genera un sentimiento de estar relegado, ignorado, despreciado… Y ese resentimiento se traduce en las urnas en votos por la extrema derecha. Si las clases trabajadoras han abandonado a la izquierda, es ante todo porque la izquierda las ha abandonado a ellas y ha dejado de representarlas.
¿La rebelión se ha vuelto de derecha, como afirmó un politólogo argentino?
Existen varias formas de rebelión y, por tanto, conviene evitar definiciones demasiado generales. Es cierto que en los últimas 20 o 30 años hemos asistido a un giro espectacular hacia la derecha de numerosos sectores que antes se anclaban a la izquierda. No puedo hablar del caso de Chile o de América Latina, pero en Francia y en Europa, amplios sectores de la clase obrera (en un sentido amplio) que antes votaban a la izquierda, que se definían como de izquierda, han comenzado a votar por la extrema derecha, y a redefinir en estos nuevos términos su mirada sobre el mundo, su imagen de sí mismos, su identidad política. Y, por supuesto, se trata de una verdadera rebelión contra el sistema económico, social y político, llevada adelante por personas que se sienten víctimas de ese sistema. Esto es muy importante para entender lo que sucede en Europa o en Estados Unidos, y es bastante alarmante.
Pero existen otras formas de movimientos sociales que permanecen vinculadas a la izquierda, como los movimientos feministas, LGBT, antirracistas, ecologistas… Y la tensión es muy fuerte entre la revuelta de derecha y estos movimientos de izquierda. El papel de las fuerzas de izquierda es, sin duda, intentar rearticular todas estas diversas corrientes que hoy están en conflicto entre sí.
¿Cómo percibe a la derecha tradicional francesa actual en relación con la extrema derecha?
Gran parte de la derecha tradicional intenta apropiarse de los temas de la extrema derecha. Esto, por supuesto, legitima y fortalece a la extrema derecha. Esto tiene como consecuencia que los temas impuestos por la extrema derecha invaden todo el campo del debate político. Esto es aún más cierto cuando los medios de comunicación de extrema derecha, financiados por multimillonarios, los emiten constantemente. Son órganos de propaganda permanente contra la izquierda. No es fácil reaccionar ante esto. Por eso, me parece que reflexionar sobre la renovación del pensamiento de izquierda y de los medios de expresión, comunicación, organización y movilización es una tarea urgente e imprescindible.
Vergüenzas
En Regreso a Reims usted describe cómo la vergüenza social fue una fuerza determinante en su trayectoria personal e intelectual. ¿Cree que esa vergüenza es un motor de la movilidad social?
La vergüenza es un sentimiento complejo, y trato de analizarla en toda su complejidad. Hubo, en primer lugar, la vergüenza sexual: pasé mi infancia y adolescencia en un mundo homofóbico, donde desde siempre oí el vocabulario injurioso con que se designaba a los homosexuales. Desde niño conocía esos insultos. Hasta que un día pasé a habitar esa identidad insultada, estigmatizada. Era de mí de quien hablaba ese insulto. Eso produce un efecto de espanto: uno debe ocultar lo que es, callar sus deseos y sentimientos… Todo el orden social inscribe la vergüenza en tu conciencia. Para escapar de esa vergüenza, huí y me instalé en París, para poder vivir más libremente lo que era. Pero al entrar entonces en otros entornos sociales, la vergüenza se transformó: ya no sentía vergüenza de mi homosexualidad, sino vergüenza de venir de un medio tan pobre, en el que la cultura no ocupaba ningún lugar. Retrospectivamente, eso parece absurdo. Pero es lo que viven muchos tránsfugas de clase. Tuve que superar esa segunda forma de vergüenza. Y hoy siento vergüenza de haber sentido vergüenza.
En el libro, Eribon relata cómo aun después de salir de su entorno de origen, este lo perseguía y limitaba sus posibilidades de desarrollo personal.
“La vergüenza y todos los mecanismos que la hacen existir desempeñaron en mí el papel de una energía transformadora que condujo a una etapa en la que se supera la vergüenza“.
Didier Eribon
-Es importante insistir en este punto: la vergüenza no es un efecto psicológico, sino el efecto de las estructuras sociales de inferiorización. La vergüenza y todos los mecanismos que la hacen existir desempeñaron en mí el papel de una energía transformadora que condujo a una etapa en la que se supera la vergüenza, en la que se superan todas las vergüenzas. Podría incluso decir que Reflexiones sobre la cuestión gay y Regreso a Reims proponen un análisis de esos procesos difíciles, lentos y escalonados en el tiempo, que consistieron en superar finalmente la violencia de los veredictos sociales y lo que estos inscriben en la mente de los individuos.
En el plano de su identidad sexual, ¿qué significó haber dejado su entorno familiar?
Dejar a mi familia, mi entorno familiar, y abandonar la ciudad de provincia donde vivía para instalarme en la capital —lo que constituye un recorrido bastante común en las vidas gays y lesbianas— significó entrar en contacto con toda una cultura gay, con lo que el historiador estadounidense George Chauncey ha llamado, en su célebre libro Gay New York, un “mundo gay”, una cultura gay, con sus lugares de encuentro y sus redes de sociabilidad. Eso, y la posibilidad de no tener que ocultarse más, de vivir una vida gay, de tejer relaciones de amistad, fue algo muy importante para mí. Incluso en el plano profesional: como cuento en Regreso a Reims, fue gracias a esos encuentros que empecé a escribir artículos para un periódico, que me convertí en crítico literario, lo que me llevó después a iniciar una carrera intelectual, a escribir libros, etc. Fue en gran parte la vida gay la que me permitió convertirme en quien soy hoy.
¿Cree usted que existe una tensión irreductible entre la adquisición de cultura letrada y el origen social?
Entre la adquisición de la cultura letrada y el origen social obrero, sí, muy ciertamente. En mi entorno de origen no había libros, no se iba al teatro, al museo, a conciertos, eso es evidente. Al principio, no disponía de ningún capital cultural y tuve que adquirirlo todo, poco a poco, paso a paso. Y esa cultura letrada instala inevitablemente una gran distancia con el medio social de origen, donde está completamente ausente. Pero la cultura erudita —la mirada sociológica, en particular— permite recuperar aquello de lo que uno se ha alejado. Es lo que Bourdieu describió como una “odisea de la reapropiación”: uno abandona un mundo pobre para adquirir la cultura erudita, y esta cultura permite realizar un “regreso” comprensivo a ese mundo de origen en el que uno se sentía incómodo. Un regreso que es, a la vez, personal, íntimo, y también teórico y político.

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