Petro en el espejo de Mujica
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Petro en el espejo de Mujica

La muerte de Pepe Mujica, este ejemplar extrañísimo de la izquierda latinoamericana, ha servido para que se hable durante unas horas –pero se hablará sin duda durante muchos días– de todo lo que la política podría ser y casi nunca es. Mujica era un hombre sabio sin alharaca, y se había ganado la sabiduría a punta de dolores; pasó por la violencia y vivió en ella, como actor y mucho más como víctima, pero fue uno de los rarísimos revolucionarios que saben para qué sirve el fracaso. No se parecía a nadie, no sólo por la rara coherencia entre su vida privada y sus convicciones públicas, sino porque brevemente puso de moda la posibilidad de que el poder político sirviera realmente para mejorar la vida de los ciudadanos. Y no se me escapa que en su caso, como en tantos otros, la imagen que tenemos los que lo vimos desde fuera puede omitir o ignorar o sufrir sesgos, y no se me escapa que su presidencia, como todas, tuvo errores (el poder es eso que es imposible tener sin equivocarse); pero aún los que ya hemos perdido todas las ilusiones vimos en su paso por la presidencia de Uruguay una prueba irrefutable, frente a nuestros ciclos eternos de corrupción, indolencia e idiotez, de que es posible otra forma de hacer las cosas.
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