Columna de Ascanio Cavallo: País de viejos

Columna de Ascanio Cavallo: País de viejos

Chile enfrenta un problema de corto plazo e inescapable urgencia: la seguridad pública. Tiene otro problema de mediano plazo, que es el crecimiento. Y, por fin, uno de largo plazo: el envejecimiento. Este último ha sido subvalorado en forma sistemática, hasta que los resultados nacionales del Censo 2024 han venido a dar un campanazo.

Conforme a la metodología empleada esta vez, los resultados serán ajustados en enero del 2026, pero es improbable que esos ajustes cambien las cifras en forma significativa.

De sus resultados, el más llamativo es el que muestra la celeridad con que ha avanzado la tasa de envejecimiento. Esta tasa se establece sobre la base de cuántos mayores de 65 años hay por cada cien niños; en cierto modo, es una cifra dialéctica, dado que pone en la balanza un número que debería estrecharse (los mayores que empiezan a extinguirse) junto con otro que debería expandirse. Entre 1992 y 2024, esta tasa pasó de 22,3 a 79, un incremento de casi 58 puntos: la relación entre niños y viejos se acortó casi cuatro veces. Los saltos más grandes, sin embargo, se registraron desde el 2002 en adelante (25,66 puntos entre el 2002 y el 2017, y 22,1 puntos entre el 2017 y el 2024). A este ritmo, en 10 años la tasa estaría al borde del ciento por ciento: mismo número de menores que de mayores.

De este modo, la pirámide demográfica de Chile está dejando de ser pirámide: se parece más a un paralelepípedo, una figura cuadrangular en la que cada tramo de edad se parece a los demás. Los mayores de 65 constituyen el 14% (2,6 millones de personas) de la población censada, más o menos lo mismo que China, y los menores de 15 llegan al 17,7% (3,3 millones), pero la tendencia indica que la proporción entre unos y otros va disminuyendo. Una parte del asunto tiene que ver con el aumento en los años de sobrevida, estrechamente vinculado a la mejoría en las condiciones materiales. En el mundo, el porcentaje de adultos mayores se duplicó en 50 años (de 5,5% en 1974 a 10,3 en el 2024); en Chile, en menos de 20 años.

Como ha hecho notar la economista Andrea Repetto, este desequilibrado aumento de la población mayor planteará en el futuro enormes desafíos al estado, desde la salud hasta las pensiones, que deberán ser sostenidas por la gente más joven. Los países con sistemas de ahorro privado tienen posibilidades de reducir el impacto fiscal de las pensiones, pero la población que puede autosostenerse es de todos modos una proporción baja. En cuanto a la salud, el Observatorio de Envejecimiento UC-Confuturo ha detectado que uno de cada cuatro mayores de 65 tiene desde una hasta cinco enfermedades crónicas, caras, peligrosas y potencialmente inhabilitantes. Por si no bastara, el fenómeno poblacional, según ha advertido Repetto, es también una severa limitación para las necesidades de crecimiento -el mediano plazo-, puesto que crea un círculo vicioso para la economía.

De acuerdo con el censo, el envejecimiento afecta con mayor fuerza a las regiones centrales, con el impresionante caso de Valparaíso, cuya tasa alcanza al 98,6, lo que parece otro reflejo de la destrucción de los centros urbanos de esa región bajo administraciones catastróficas. ¿Recordarán los jóvenes quiénes estuvieron a cargo en estos años?

De todos modos, el envejecimiento es una tasa relacionada con la caída de la fecundidad, que ha llegado en Chile a 1,16 hijos por mujer, la más baja de Sudamérica. Este número se parece, nuevamente, al de China. Se trata de un fenómeno global, que afecta más a las economías medias y desarrolladas, pero la tasa mundial aún se encuentra en 2,3, ligeramente más que el 2,1 que se considera como la tasa mínima de reemplazo poblacional. Si se escarba en el promedio, aparece la violenta caída de la fecundidad en algunos países (como Chile), acompañada de un aumento desproporcionado en otros, como Níger, Chad y Somalia, donde supera los seis niños por mujer.

Las razones para el descenso de la fecundidad son múltiples y abarcan todos los ámbitos de la vida social. No se pueden subvalorar, entre ellas, las dos décadas de discursos contra la familia, los hijos y la parentalidad, sostenidos como parte de la “guerra cultural” que una generación decidió librar contra las anteriores y los valores que consideraba “conservadores” o, más crudamente, “derechistas”.

Ya en 2011, el sociólogo Roberto Méndez advertía: “Faltan niños”. La caída de los nacimientos estaba adquiriendo un ritmo insospechado. Chile vivía lo que después llamó “un derrumbe demográfico” posterior a la década de los 90, la última que registró altas cifras de nacimientos. Calculado en nuevos niños por habitante, el derrumbe ya representaba una reducción de 50%.

La principal atenuación del hundimiento la ofrecerán, al parecer, los inmigrantes, que mantienen tasas de fecundidad superiores a las de los nativos chilenos. En esos grupos se encuentra también una menor inclinación al “edadismo”, el término que acuñó la OMS para agrupar los prejuicios, estereotipos y actos de discriminación contra la población mayor. En el continente más ilustrado del planeta, Europa, uno de cada dos personas es “edadista” y una mayoría de los jóvenes apoya esas ideas.

El envejecimiento es una enorme encrucijada, para la cual se necesitan políticas públicas, pero también mucho más que eso.

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LaTercera.com

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