Daniel Matamala: “La élite política cree que puede manejar a los líderes autoritarios, y estos lo primero que hacen es destruir a esa élite”
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Daniel Matamala: “La élite política cree que puede manejar a los líderes autoritarios, y estos lo primero que hacen es destruir a esa élite”
La colonia Las Cañas, en El Salvador, vivía estremecida por la guerra de pandillas. Durante años, la población de pasajes estrechos y casas empobrecidas fue terreno de disputa de las maras.Todo cambió con el estado de excepción y la guerra declarada por Nayib Bukele. En un sencillo almacén de ese sector, con un afiche de propaganda del gobernante a la vista, su dueño resaltaba la tranquilidad que han conseguido en el barrio, cuenta el periodista Daniel Matamala.“Dios nos ha bendecido con un presidente”,le dijo el vecino. Cuando el periodista le hizo ver la pérdida de libertades y el atropello de derechos individuales que ha significado esa paz, el comerciante respondió:
-Estará de Dios.
Esa breve escena está en el origen del nuevo libro de Daniel Matamala,Cómo destruir una democracia.Conductor de CHV Noticias y columnista deLa Tercera, el periodista cuenta que ese poblador de El Salvador le provocó un déjà vu: le recordó a un ciudadano de Caracas, a quien conoció en 2012.
-Primero está Dios. Y después está mi comandante Chávez -le dijo aquel.
Aun con sus diferencias culturales y políticas, Matamala reconoció un patrón:el fervor del pueblo por un líder carismáticoque ofrece la solución a sus problemas y reclama todo el poder. Un líder que, a su vez, declara una guerra contra sus adversarios políticos.
En un contexto de auge de líderes populistas y autoritarios, el autor deEl hastíoyLa ciudad de la furiadedica su libro a cinco figuras que han concentrado el poder con riesgo o transgresión de las libertades democráticas en el continente,desde Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en México, Javier Milei en Argentina y Donald Trump en Estados Unidos, a Bukele en El Salvador y Nicolás Maduro en Venezuela. Matamala describe el ascenso al poder de cada uno de ellos, analiza las consecuencias políticas y reporta los efectos en la vida cotidiana de sus gobiernos.
De algún modo, el libro dialoga conel ensayo de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt,Cómo mueren las democracias. Si el primero es un texto enmarcado en la ciencia política, la obra de Matamala se mueve en los códigos de la crónica y el periodismo.
-El valor fundamental que tiene es la investigación en terreno, la conversación con personas comunes y corrientes, las historias de ciudadanos que nos permiten explicar desde ese punto de vista mejor el ascenso de estos líderes y también las consecuencias que tienen sobre sus vidas -dice.

A diferencia de los años 70, hoy “las democracias pueden fracasar a manos no ya de generales, sino de líderes electos, de presidentes o primeros ministros que subvierten el proceso mismo que los condujo al poder”, escribieron Levitsky y Ziblatt en su ensayo. Matamala comparte esa idea y describe el proceso de derrumbe en cinco fases o pasos, como una pendiente resbaladiza, dice. Pese a las diferencias entre Trump o Maduro,“todos siguen un manual muy parecido, que significa concentrar el poder en sus manos y erosionar la democracia”.
-AMLO es un primer paso que se mantiene dentro de los estándares democráticos, entrega el poder, pero erosiona muchos de los elementos importantes de la democracia. Un segundo paso es Milei: sigue dentro de los marcos de la democracia, pero lleva a la confrontación, la violencia verbal y digital a niveles bastante insostenibles. El tercer paso es Trump, que ya está en una campaña abierta por demoler las instituciones, por concentrar todo el poder en su persona, por destruir todos los balances de la democracia. El cuarto paso es Bukele, que se convierte en un dictador que concentra el poder absoluto, viola sistemáticamente los derechos humanos y se reelige de manera inconstitucional. Y sigue siendo popular. Y el quinto paso es Maduro, que ya es la tiranía: alguien que no tiene ningún respaldo popular, que gobierna por el miedo y la corrupción, y se aferra al poder.

¿Qué factores hacen posible la aparición de estos liderazgos?
Evidentemente, estos líderes no nacen de la nada, nacen porque hay una legítima desilusión de la ciudadanía con la democracia. La gente siente que la democracia no está cumpliendo sus promesas, que no le hace una diferencia. Eso para mí fue muy claro en El Salvador, por ejemplo, donde hay una gran cantidad de gente que ha vivido por años en el miedo de no poder salir de su casa, de que los van a extorsionar, de que los van a asesinar, porque el Estado no existe ahí y los que controlan son las maras, las pandillas. Lo que existe ahí es una organización que reemplaza al Estado de alguna manera y, por lo tanto, la democracia no tiene ningún valor. Cuando se llega a ese nivel de degradación, destruir la democracia es muy fácil.
Desde la desigualdad y la pobreza en Venezuela a la hiperinflación y corrupción en Argentina, Matamala reconoce que las condiciones difieren entre cada país, “pero siempre hay una insatisfacción con la democracia de fondo que estos líderes instrumentalizan diciendo, primero, yo tengo la solución mágica. Segundo, para implementar esa solución mágica ustedes tienen que confiar todo el poder en mí, porque es la única manera de derrotar estos obstáculos y, tercero, yo lo voy a hacer destruyendo a enemigos que los traicionaron a ustedes. Y así se justifican la represión, la censura, la destrucción de la separación de poderes, etc”.
¿Cómo se explica el caso de Estados Unidos?
Estados Unidos es el más inexplicable. Por cierto, está todo el tema de la decadencia de la base industrial, el sueño americano de la población obrera blanca que sentía que tenía una vida en la cual podían trabajar duro en la fábrica automotriz y tener su familia, su casa, su auto, y de pronto eso se derrumba. Pero no hay una situación límite ni crítica comparada con otros países. Y esa sensación de decadencia se ve muy fomentada por un entorno de medios muy potente. En el caso de Estados Unidos, el rol que tienen las burbujas de desinformación en redes sociales son muy relevantes. Estados Unidos se polariza a un nivel extremo desde los medios de comunicación alternativos.
El periodista advierte también otros factores, vinculados a la xenofobia y el racismo.
-Se habla poco de eso, pero cuando uno ve la trayectoria de ascenso de Donald Trump, tiene muchísimo que ver con el tema del racismo. Durante décadas Trump coqueteó con la posibilidad de entrar en la política, pero el momento en que él decide entrar es cuando impulsa una teoría de la conspiración contra Barack Obama. Decía que Obama era un presidente ilegítimo, que no había nacido en Estados Unidos y, además, era musulmán. Era una manera de decir yo no voy a aceptar que una persona de raza negra sea el presidente de mi país. Y ese movimiento se vuelve tan popular que Trump dice: aquí está mi oportunidad de entrar. Y luego lanza su campaña con una perorata racista contra los mexicanos.

Todos sabemos cómo terminó la primera presidencia de Donald Trump, fomentando el asalto al Capitolio. Lo sorprendente es que volvió a ser electo.
En ese momento todos pensamos aquí se acabó su carrera política. Y luego ves que no, que no ocurre. Ahí te das cuenta también de la debilidad de las instituciones estadounidenses. Yo veo el ejemplo con Brasil. Uno tendería a pensar que Estados Unidos es mucho más sólido democráticamente. Bueno, en Brasil ocurrió lo mismo: un presidente que acusa fraude, intenta hacer un golpe de Estado para quedarse en el poder, no lo logra. Mira la diferencia: hoy día Bolsonaro está con tobillera, sometido a un proceso judicial por golpista, y Trump es el Presidente de Estados Unidos. Claramente, la democracia estadounidense era mucho menos sólida, sus instituciones estaban más cooptadas por el trumpismo y, por lo tanto, sus debilidades eran mucho mayores que las que parecían.
¿Qué responsabilidad les cabe a las élites políticas en la emergencia de este tipo de líderes?
Todas las condiciones que generan el ascenso de estos líderes tienen que ver primero con una falta de efectividad de la élite política, en términos de hacer su labor, que es ver cuáles son las demandas de la ciudadanía y traducirlas en políticas públicas efectivas. Y en todos estos casos no lo han logrado. El segundo punto es que las élites políticas siempre les abren la puerta a estos líderes. En el caso de Venezuela, Hugo Chávez se hace conocido intentando un golpe de Estado. ¿Qué pasa después? Que un presidente tradicional de la vieja república, Rafael Caldera, está buscando votos, ve que Chávez es popular y lo indulta: lo saca de la cárcel para que lo apoye en su campaña. Y así Chávez, un golpista, queda validado para volver a participar en la vida pública y termina ganando la presidencia. Siempre los casos son iguales. Siempre la élite política cree que puede manejar a estos líderes y obtener un beneficio para sí mismos, y lo que hacen estos líderes al llegar al poder es inmediatamente destruir a esa élite. El primer objetivo de Chávez fue destruir a los grupos socialdemócratas o de la izquierda más democrática; el primer objetivo de Trump fue destruir y controlar totalmente al viejo Partido Republicano, que hoy no existe, hoy es una secta que se llama MAGA.
¿Cuán próximo se encuentra Chile a escenarios de esta naturaleza?
Yo tiendo a tener confianza, obviamente, de que Chile tiene un cierto historial democrático que, en general, ha sido bastante resistente a los populismos, por razones históricas, porque hemos tenido partidos políticos fuertes, porque somos muy legalistas, que es algo que está muy en el espíritu chileno. Y uno tendería a decir que estamos dentro del grupo de las democracias, tal vez con Uruguay, que están más o menos a salvo. Pero ¿cuánta gente decía hace seis meses que Estados Unidos iba a estar como está ahora? Estados Unidos es como el ejemplo del país que tiene todos los contrapesos necesarios para que esto jamás ocurra. Y miren lo que pasó en seis meses. Entonces sí, Chile tiene fortalezas que es muy importante cuidarlas, pero estos procesos pueden desencadenarse muy rápido. Nadie está inmune. ¿Cuál es una de las grandes fortalezas que tiene Chile? Somos los mejores del mundo en votar y contar votos. Los votos se cuentan de manera transparente, nadie tiene ninguna duda, y antes de que se ponga el sol el día de las elecciones, ya tienes un presidente electo, un candidato derrotado que reconoció el resultado, todos celebraron y ya todo el mundo se va a acostar. Y, sin embargo, hay grupos políticos en Chile que han intentado en los últimos años sistemáticamente deslegitimar el sistema electoral, que es una de las recetas de estos líderes autoritarios. No estamos inmunes.
En ese sentido, ¿es preocupante que en la izquierda haya sectores, sobre todo del PC, que todavía apoyan a Maduro, y en la derecha declaren su admiración por Bukele?
Totalmente, creo que ese debería ser uno de los grandes temas de la campaña. La misma Jeannette Jara lo toma un poco a la broma esto de que ya me van a preguntar por Cuba y por Venezuela, pero es súper importante que le pregunten por Cuba y por Venezuela. Con Venezuela ella ha dado respuestas claras, sobre Cuba, no, y me parece que sigue siendo un tema el hecho de que no sea clara en condenar a una dictadura que viola los derechos humanos. Si bien ella ha dado bastantes muestras de espíritu democrático, hay sectores de su partido que no lo son. Cuando tú ves que siguen negando o poniendo en duda, por ejemplo, que hubo un fraude en las últimas elecciones de Venezuela, tú dices eso no es compromiso con la democracia. Cuando tú ves a alguien como Daniel Jadue, que esta semana dijo que el pueblo tenía derecho a saltarse el Estado de Derecho, eso es lo que podría decir Trump, es lo que podría decir Bukele, es un discurso absolutamente autoritario desde la izquierda. Hay sectores dentro del Partido Comunista que son antidemocráticos, así como hay un sector que representa Camila Vallejo, o el que representa Jeannette Jara, que sí tienen principios democráticos bastante más sólidos.

Del mismo modo, agrega: “José Antonio Kast va dos o tres veces al año a juntarse con los líderes de la ultraderecha. Son sus referentes. No se reúne con la Democracia Cristiana alemana, con el Partido Conservador británico o con el Partido Popular español, sino con Orbán, con Bolsonaro, con Milei, con Bukele, con Trump, con Vox. Es donde él mismo se ubica políticamente. Y todos esos líderes y esos partidos están en un esfuerzo por erosionar la democracia y los derechos ciudadanos y por tener regímenes que sean más autoritarios. Entonces, claro que es preocupante y es importante que se le pregunte en la campaña y que él aclare cómo ve la democracia chilena, si cree que hay que renunciar a ciertas libertades para tener, por ejemplo, supuestamente mayor seguridad. Porque en la campaña de 2021, el programa de gobierno de Kast decía que había que crear una coordinadora latinoamericana para perseguir a extremistas de izquierda. La Operación Cóndor. No decía para perseguir el delito, sino para perseguir extremistas de izquierda, o sea, para perseguir ideológicamente a ciertas personas. Eso me parece escalofriante. O decía que había que asimilar las normas de estado de emergencia a las de estado de sitio, de modo que con el estado de emergencia el Presidente de la República tuviera facultades de estado de sitio, que son facultades que obviamente van contra toda la libertad ciudadana. Eso lo decía en 2021, no lo ha repetido ahora, pero me parece importante que eso se explicite.
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